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Guerra en el cielo. Durero |
En recuerdo de una discusión veraniega
con mi viejo amigo Vicente Nieto González, notable dramaturgo.
Nuestro
mundo es violento. La explosión de una supernova es su espectáculo y paradigma
estelar. La tele, su espejo. Nuestra historia es violenta; las fronteras de los
estados se han trazado a cañonazos. Desde tiempos inmemoriales, la violencia
fue también motivo de diversión y entretenimiento. “Pan y circo”, regalaba el
príncipe de Roma a sus ciudadanos a fin de mantener la paz social. Aquel circo
incluía gladiadores lidiando a sangre y hierro por salvar su vida y a leones
devorando a cristianos mansos.
Los cuentos
tradicionales están tan cargados de violencia como las películas del Oeste: la
madrastra de Blancanieves intentando envenenarla, la bruja infanticida y
caníbal, el asesino en serie de Barbazul… Hay quienes creen que debemos tapar
los ojos a los niños y sus oídos para que no vean la violencia, arbitraria o
malintencionada, del mundo y las personas, pero eso no impedirá que la vida les
dé un par de guantazos en cuanto se descuiden ni evitará que les pique el mosquito. ¿Será mejor aumentar su
desconfianza hasta que no se fíen ni de su padre? Tampoco, entre la naturaleza edulcorada de Walt Disney y la terrible ley de la jungla, en la que triunfa el más fuerte y feroz o el más mentiroso, hay que buscar un término medio.
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Una araña atrapa entre sus quelíceros a una abejita descuidada en una menta silvestre, 12 julio 2021, Úbeda. |
Para hacer
una tortilla hay que romper al menos un huevo. Pretender acabar con la
violencia es como intentar acabar con las moscas. Además, existen moscas
necesarias, beneficiosas para el equilibrio del ecosistema, y existe una violencia legítima.
El ladrón o el violador no se entregan a la policía gustosamente. Por lo tanto,
el problema es el de la gestión de la fuerza bruta. Las artes marciales son un
buen ejemplo de autogestión económica y sabia de la violencia. Los protocolos policiales que obligan al uso de una violencia proporcional a la resistencia del delincuente o la gravedad de sus delitos, también son imprescindibles en sociedades civilizadas en las que no se les corta la mano al ladrón como hacen los talibán.
Los niños
adoran a los animales, pero eso no impide que eventualmente les muerda un
perro, les chupe la sangre un tábano o les aguijonee una avispa si la pisan por
descuido o se acercan demasiado al avispero poniendo en alerta a sus inquilinas. “Está en mi naturaleza” –dijo el
alacrán a la rana cuando el anfibio le pidió explicaciones por haberla herido
con su aguijón, a pesar de que la amable rana había ayudado al escorpión a
cruzar el río montándolo sobre su lomo, como quien muerde la mano que le da de
comer. Recuerdo un perro así, un pastor belga muy mal educado.
Cuenta
Fernando Arnáiz, guía vocacional del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, cómo
ha de explicar a los niños que visitan el MNCN que los depredadores no son
malos, que águilas, lobos, tigres y tiburones desaparecerían si no pudieran
matar. “También vosotros coméis carne”, les dice, porque “los humanos somos
omnívoros, es decir que comemos de todo: verduras, frutas ¡y carne!… Y esa
carne, ¿de dónde sale?”.
‒ ¡Pues del
súper! –es lo que suelen decir los nenes.
Es evidente
que la visión de la naturaleza que tiene el cachorro humano urbanícola, es decir el niño
de ciudad, es muy limitada, ni siquiera ve las estrellas por las noches si vive en una gran ciudad. Por eso es sumamente útil, justo y necesario, que
existan programas y excursiones que fomenten sus visitas a granjas, campos y
huertas, a las piscifactorías y también a las plantas de reciclaje, a fin de
alentar un consumo sensato, una alimentación equilibrada y un reciclaje
responsables.
Nada ha
cambiado tanto en los últimos siglos como nuestra visión de la naturaleza. Los
motivos naturales reaparecieron en los cuadros del Renacimiento como fondo o decorado
de los cuadros religiosos. Hasta el romanticismo, el paisaje natural no se convirtió
en tema por sí mismo. Si soslayamos el animismo totémico, el orfismo o el
hinduismo, que creyeron o creen en la reencarnación de las almas humanas en
animales y hasta en plantas (así que “¡cuidado con la hormiga, porque puede
ser tu tatarabuela!”)..., las demás culturas tenían del mundo animal y vegetal una
visión relativamente uniforme: los animales eran fuente alimenticia, recursos
materiales (pieles, huesos…, yo he jugado a la pelota con una vejiga de marrano,
y al "lapo", un juego violentísimo, con un hueso de su rodilla usado de dado).
Las "bestias" rentaban fuerza de trabajo
para el transporte, la noria o el arado y, los días de fiesta, hacían también
de figuras de entretenimiento. Hasta el siglo XIX en la India, donde todavía las vacas son sagradas, fue
frecuente el espectáculo de la pelea entre elefantes y tigres, como en Gran
Bretaña la caza del zorro, o las peleas de gallos o perros siguen celebrándose en
muchos lugares, o la tauromaquia con su artística liturgia, ancestral en el Mediterráneo…
Además,
plantas y animales representaban también recursos curativos y –entre las clases
privilegiadas- mascotas de compañía. El perro pekinés, por ejemplo, fue
diseñado por selección artificial, generación tras generación, para que lo
manosearan como sucedáneo de bebé las damas chinas…
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Larva de mosquito y exoesqueletos de abejas de agua (chinches depredadoras, nadadores de espalda, Notonecta glauca) |
La
conciencia conservacionista es muy reciente. Hemos tardado en darnos cuenta de
que la presión que ejercemos sobre los ecosistemas puede desencadenar tanto su
ruina como la nuestra. Y por eso se habla de "la sexta gran extinción" causada
por la actividad humana y, sobre todo, por nuestra explosión demográfica.
Por lo tanto, es preciso reconocer la necesidad de
comprender y conservar la compleja diversidad de la vida, la interacción
increíblemente sofisticada de los organismos vivientes ya que sus existencias se
entrelazan en dependencia mutua, en sistemas dinámicos de extraordinaria
complejidad, aún mal conocida.
Nosotros
mismos hemos sido, desde el final de la última glaciación, hace unos diez mil
años, un factor evolutivo influyente y somos ya una pieza del equilibrio de la vida en el planeta. Algunas especies se convertirían
fácilmente en plagas si no las cazáramos o les pusiéramos límites. Hay que
reconocer la conveniencia de una violencia proporcionada, como la utilidad
impecable del matamoscas o la cría de mariquitas para el control de plagas de
pulgones. Como la que ejerce el policía contra el delincuente legítimamente y
según un protocolo de proporcionalidad que es principio de orden civil. Ni las
sociedades ni la naturaleza son, en su historia, un pueril relato de malos y
buenos.
Del autor:
https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
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https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm