lunes, 29 de junio de 2020

AD PERSONAM (ERÍSTICA)


AD HOMINEM/ AD PERSONAM

El arte de imponerse en una discusión sin llevar razón o llevándola es llamado, desde los tiempos de Platón, Erística. Para esta técnica de “salirse con la suya” o “salirnos con la nuestra” en la esgrima verbal, arte democrático que ingeniaron los griegos, es indiferente si uno lo hace justa o injustamente, porque su objetivo no es la verdad ni el bien, ni siquiera la utilidad, sino la persuasión. En la Erística valen falacias y golpes bajos. El argumento erístico se sirve de tópicos y de estratagemas psicológicas que pueden degenerar hasta el insulto personal. 


Alguien asevera algo, es decir, sostiene que una proposición o tesis es verdadera, y nosotros no estamos de acuerdo. En general, hay dos modos de contrariar o contradecir al interlocutor: ad rem y ad hominem, o sea, mostrándole que su creencia u opinión no se sostiene racionalmente porque deriva de premisas falsas o porque de ella se pueden deducir consecuencias contrarias a los hechos (ad rem, contra lo dicho); o el modo contra el hombre (ad hominem), es decir, arremetiendo contra el adversario de la controversia, probando, por ejemplo, que se contradice o descalificándole como mentiroso compulsivo.

Entre los argumentos ad hominem, muy frecuentes en la propaganda política, pero también en los programas de famoseo o en los debates televisivos, nuestros líderes escogen demasiadas veces el peor discurso, el más animal: el ataque personal (ad personam) y entonces el debate público se torna insultante, maligno, ofensivo o directamente grosero. Excuso decir que hay literatos que han hecho de este modo de argumentar un arte, tal fue el caso de Quevedo o, el más reciente, del creador de Alatriste. 

Como explica Arthur Schopenhauer (1788-1860) en su tratadito sobre El arte de tener razón (1831), esta forma de argumentar es una apelación de las facultades de la inteligencia a las del cuerpo, a la animalidad. Como cualquiera es capaz de ejercer este modo tabernario de esgrima dialéctico o torneo verbal, la erística goza de gran predicamento entre periodistas, comunicadores y personajes públicos (en la neolengua, o Inclusivez, habría tal vez que añadir “personajas públicas”, ¡pero suena horrible!). Si el oponente en la discusión escoge la misma pedregosa y encenagada senda erística de la argumentación ad personam, la discusión acabará en pelea o en un proceso por injurias, como por desgracia viene sucediendo.

Lo triste es que si uno no personaliza y le muestra al adversario que no lleva razón tranquilamente, apelando a los hechos o a la lógica, o sea argumentando ad rem, este puede enconarse aún más que si se le ofende llamándole hija-de-tal  o hijo-de-cual, porque nada le importa al hombre más (mujer o varón) que la satisfacción de su vanidad y la conservación de su orgullo intelectual. Uno puede dar ejemplo de sangre fría y, como hizo Temístocles con Euribíades, decir aquello de: “golpéame, pero escúchame”, o lo de aquel noble ilustrado tras recibir un guantazo: “eso no es más que una digresión, ahora espero de usted un argumento racional”, sin embargo y por desgracia, estas nobles y cristianas actitudes (de no devolver bofetada por bofetada), no están al alcance de cualquiera. Nuestros políticos no acostumbran a mostrar semejante talla dialéctica. A la provocación contestan con la provocación, al insulto con el insulto, al menosprecio con el menosprecio, a la amenaza con la amenaza, a la incomprensión con la incomprensión…

Si somos incitados a una polémica erística ad hominem o ad personam con “el cuñao” de turno, lo mejor es tener en cuenta a Aristóteles, quien en el último capítulo de sus Tópicos nos aconseja no discutir con el primero que se presente, sino con aquel que sabemos que estima la verdad, o sea con aquel que sinceramente por lo menos busca lo cierto (tarea propia del auténtico científico y del verdadero filósofo), porque nadie conoce cuál es la verdad (“la verdad yace en lo profundo”, Demócrito), porque Verdad no se casa con nadie, o porque la Razón está repartida, y muchas veces, cuando aseveramos en una discusión, ni siquiera nosotros sabemos si estamos en lo cierto, simplemente ensayamos la hipótesis que nos parece más razonable, verosímil o plausible. Aristóteles nos aconseja que sólo discutamos con aquel que sabemos que está dispuesto a soportar no llevar razón (¡y eso cuesta!) o a escuchar de buena fe las razones adversas (¡y eso duele!). Recordemos que, por más que les mostremos la realidad tal cual es, la mayoría perseverarán en “sus trece” aún dudando de si llevan razón o sabiendo que no la llevan, y ello por variados motivos: vanidad, odio, rencor, testarudez o mala fe.


De entre cien –afirma Schopenhauer-, apenas hay uno digno de que se discuta con él. Así pues, dejemos al asno rebuznar, como quien oye llover y no se queja, porque delirar es un derecho común y Voltaire llevaba razón al afirmar que la paz es todavía mejor que la verdad. Lo expresa también un refrán árabe: “Del árbol del Silencio cuelgan los frutos de la paz”.


Ilustraciones: 

- Aristóteles atribuye la invención de la Erística a Eutidemo, personaje protagonista de uno de los diálogos de Platón en el que se contrapone la dialéctica ética de Sócrates con la sofística demagógica de Eutidemo.

- Platón discutiendo con Aristóteles. Bajorrelieve de Luca della Robbia (Florencia, XV).

Sobre la Erística en general: 

https://filosofayciudadana.blogspot.com/2020/06/eristica-arte-de-la-discusion.html?m=1

Del autor: 

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

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