domingo, 10 de octubre de 2010

Lenguaje y pensamiento humano

"Sein, das verstanden werden kann, ist Sprache"
Gadamer. Wahrheit und Methode

El otro día surgió en clase el siguiente problema filosófico: ¿Puede saber alguien algo si no es capaz de decir qué sabe?

A uno le pueden "sonar" determinadas palabras, por ejemplo la palabra "dogmatismo", o "nihilismo", o la palabra "lógica", simplemente porque las ha oído, mientras que a uno no le suena la palabra "Wahrheit", porque no es común en su idioma o en su ambiente...

Que una palabra nos es familiar, ¿significa que conocemos su significado? Evidentemente, no. Sólo sabemos qué es algo si podemos definirlo, es decir si podemos dar cuenta de cuáles son sus límites simbólicos.

El pensamiento, al menos el pensamiento lógico, depende del lenguaje, igual que el lenguaje depende del pensamiento.



La palabra "Logos", de donde viene "lógica" y un montón de raíces de nombres de ciencias y técnicas ("biología", "logística", "filología", "astrología"...) significó en griego clásico tres ámbitos relacionados con el principio de coherencia que sustenta el universo, tres ámbitos propiamente humanos pero también divinos, y en verdad indiscernibles:

1. El ámbito del lenguaje simbólico: la palabra creadora.

2. El ámbito de la razón común o del significado compartido.

3. El ámbito de la ley natural o de los principios lógicos de ésta: ley de leyes.

Sin embargo, es posible hablar de un pensamiento prelógico, prelingüístico. Cabe hablar -como ha hecho Gombrich- de "categorías perceptivas o imaginarias". Así, por ejemplo, un niño reconoce a su madre antes de que sepa que es su madre o que se llama Pilar. Estas categorías perceptivas nos permiten reconocer una imagen como imagen de algo y son condensaciones más o menos esquemáticas de experiencias perceptuales, sonoras, visuales, táctiles, etc. Constituyen la base de la comprensión intuitiva y primitiva del mundo, nuestra capacidad innata, animal, de entender con los sentidos, es decir, de reconocer e incluso de prever lo que sucede o sucederá.

Pero ver algo, cualquier cosa, como un objeto definido, determinado, supone, casi contemporáneamente, la capacidad de nombrarlo. "¡Papú!", dice la niña, y señala al coche que pasa... La lengua le ofrece la estructura expresiva de la abstracción: "papú" puede servir para coche, moto, camión... es una clase borrosa de cosas que hacen ruido, ¡pero es una clase, un cajón o fichero que permite a la niña ordenar sus experiencias en la memoria! Y también, ordenar sus acciones y previsiones: si papá le ha dicho que hay que tener cuidado con los "papús", porque pueden pillar a la niña y causarle mucho daño, la niña reconoce junto al significado denotativo de "papú" la emoción de temor que connota.

Sólo en el ámbito de los lenguajes y de la lengua (verbal, escrita, de los sordomudos, de los ciegos, de las máquinas, de las matemáticas, de la filosofía, de las señales de tráfico...) puede el pensamiento anidar, existir, conservarse, reproducirse y crear por encima de sí.

Para un niño de pocas semanas, el ruido (la imagen acústica), la forma táctil y la visión más o menos borrosa y plana del sonajero, son fenómenos descoordinados y, por decirlo así, "cosas" distintas. Esto significa que para él, simplemente, no existe, independientemente de su caótico y actual campo perceptivo, el objeto sonajero. El nombre "sonajero" será mucho más tarde una abstracción básicamente formada sobre el componente visual y sonoro del complejo sensible. Por eso, vista y oído son sentidos noológicos.

El significado de un nombre es una idea (concepto, noción, representación mental...), esto es, etimológicamente hablando, una figura, una "visión esquemática" y luego abstracta. Entonces, cuando tengamos el nombre, el sonajero seguirá existiendo, aunque lo perdamos o lo escondamos, el niño podrá tener en cuenta el sonajero, con su idea, aunque no lo vea, cosa que sólo pueden hacer los animales más memoriosos e inteligentes. ¡He aquí el poder fantástico del lenguaje!: poder referir a las cosas en su ausencia. Con el nombre y su significado trascendemos la pura actualidad fenoménica y nos situamos en la triple dimensión temporal, imaginaria, del pasado, el presente y el futuro.

Al principio del Evangelio de San Juan se dice que al principio era el Logos (*) y el Logos era Dios. Sin duda, al principio de la humanización fue el lenguaje. Por eso nos hemos definido como el animal con logos, el animal que habla, o sea, el animal que dice el ser y el no ser de las cosas, capaz de mentir o de decir verdades "como templos". ¿No sería ese "árbol de la ciencia del bien y del mal" del que comieron nuestros primeros padres, el árbol del lenguaje? Puede.

"El lenguaje es la casa del ser" -dijo Heidegger. Un discípulo suyo, Gadamer, escribió al final de su obra principal, Verdad y método (1975), las palabras que adornan el comienzo de esta entrada y que, traducidas al español, dicen: "el ser, que puede ser comprendido, es lenguaje".

No nos extrañe que una parte decisiva de la filosofía mundial del siglo XX haya sido filosofía del lenguaje o análisis del lenguaje.

(*) En Los Setenta (versión alejandrina del Antiguo Testamento al griego), Logos traduce el hebreo "dabar", la palabra creativa de Dios, que es paralela a la sophía (sabiduría) en cuanto mediadora que introduce la voluntad de Dios en su creación. En el Evangelio de Juan y en el Apocalipsis (19,13) se llama a Jesús la Palabra de Dios, o sea, el Verbum encarnado, lo cual tendrá gran importancia en la teología cristiana (tanto gnóstica como ortodoxa).

Cuestionario
1. ¿Se puede pensar sin palabras?
2. ¿Qué es la intuición?
3. ¿Qué es abstraer? ¿Por qué las imágenes son concretas y los conceptos son abstractos?
4. ¿Podemos concebir un pensamiento tan abstracto que carezca de imágenes?
5. Cuáles son los sentidos noológicos? ¿Por qué?
6. ¿Por qué el lenguaje es un instrumento poderoso para pensar? ¿Podemos dialogar con los muertos?
7. ¿Qué es una "idea"? ¿Es lo mismo que un "ideal"?
8. ¿Todas nuestras ideas proceden de experiencias previas?



Para profundizar más...
José Biedma López. "La estructura ideal de la proposición" (1997)

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