miércoles, 23 de marzo de 2011

El Milagro de la Atención


No hay peor ciego que el que no quiere ver. Para poder distinguir un objeto o darse cuenta de una relación hay que empezar por atender. Quien no presta atención a lo que el profesor explica, no puede enterarse de su explicación. La atención es una apertura a la realidad, una condición de la percepción, del recuerdo, la creación y del entendimiento, pero también puede estar dirigida por la inteligencia.

La atención de los animales depende sobre todo de la intensidad de los estímulos internos o externos, o de sus necesidades y del medio ambiente: el hambre, el ruido de los pasos de un depredador... La atención específicamente humana es un tipo de acción guiada por deseos, pero también por creencias y razones.


El poder de un estímulo para llamar nuestra atención depende de:

1. Su posición. Así, la parte superior izquierda de las páginas de un periódico es la que más se cotiza publicicitariamente, porque el lector occidental está acostumbrado a leer de izquierda a derecha y de arriba abajo.
2. La intensidad relativa o absoluta del estímulo. Un objeto coloreado intensamente llama la atención si está rodeado de grises.
3. El tamaño y su contraste. Una mosca de cinco cms. llamaría fácilmente nuestra atención, igual que una persona de cinco centímetros.
4. La índole del fondo y el contexto del estímulo figura. Un buen escenario mejora una relación amorosa...
5. La cualidad, saturación y contraste de color. Los colores complementarios, como el verde y el rojo, se intensifican mutuamente. Muchos anuncios saturan su colorido para retener la atención del público.
6. El grado de luminosidad del estímulo. Así, las luces de los escaparates venden más que la disposición de los objetos.
7. El movimiento y las transformaciones. Agitamos la mano para llamar la atención del camarero...
8. La novedad o rareza del estímulo, lo cual explica la extravagancia de ciertas modas y luego su desaparición.
9. Su valor indicativo: discos de la circulación.
10. El grado de sorpresa, complejidad, incertidumbre, incongruencia, conflicto, etc.

Muchos artistas, como el grabador Max Ernst (v. drcha.), explotan estas características para llamar la atención en  sus obras. Y muchos diseñadores y estilistas también tienen en cuenta estos factores en su trabajo. El estilista, por ejemplo, da un aspecto de actualidad o moda a un producto industrial cualquier, pongamos la montura de unas gafas: si primero se usaban curvas, impone luego formas cuadrangulares. Un color de moda provoca una saturación visual, de modo que todos deseamos ver su complementario; un exceso de violeta provoca el anhelo del amarillo; por eso, tras una moda basada en el violeta, vendrá otra basada en el amarillo.

Los estímulos irrelevantes (el ruido) distraen o dificultan la atención de la imagen significativa. Por eso los logotipos de marca o los signos del código de la circulación tienden a la simplificación, reducen con ello el ruido.

La percepción es selectiva, y se hace cargo de los estímulos a que atendemos, esto es, a que tendemos. "Atención", de 'tendere ad', tender hacia. En los seres humanos, la atención puede alcanzar altas cotas de autorregulación racional. Así, uno no atiende a estímulos que considera desagradables o indecentes; y escoge atender a estímulos que cree útiles, aunque resulten fatigosos.

No hay que insistir mucho a un apasionado del ciclismo para que lea o mire en la tele todo lo relativo a esta modalidad deportiva. El profe de matemáticas lo tendría muy fácil si todos sus alumnos se sintieran atraídos por esta disciplina y no tendría que esforzarse por mantener su atención mediante ejemplos estimulantes, presentaciones electrónicas o un adecuado tono de voz. La atención que le prestamos a un conjunto de estímulos o a una imagen (publicitaria, artística o científica) no sólo depende de factores objetivos de la propia imagen, sino también de nuestra intención. El sujeto se implica en cualquiera de sus representaciones. Lo que es y lo que espera ser: sus intenciones cuentan tanto como sus expectativas. Cuando atendemos aislamos en el flujo de la temporalidad y en el ámbito del espacio una alteración e introducimos con ello un ritmo que depende de nosotros, sacamos así la cosa del fluir de los hechos físicos con lo que la cosa mirada se convierte en figura, destaca contra un fondo y posee, así, para nosotros, un significado mental.

La atención es un proceso de focalización perceptiva que incrementa la conciencia clara y distinta de un núcleo central de estímulos. En las definiciones psicológicas de la atención prevalecen las notas de selectividad y claridad, criterios cartesianos de certeza. Así, el concentrarse resulta imprescindible para asegurarse de que algo es tal o cual. Una atención descuidada, oscilante u ocasional, puede confundirnos haciendo que tomemos esto por lo que no es. Uno puede concentrarse en su propia actividad mental, hasta ensimismarse. Tal vez el humano sea el único animal con esta capacidad de ensimismamiento que parece poder abstraer el alma, aún despierto, del lugar y el tiempo en que anima.

Concentrar y sostener la atención durante mucho tiempo para no equivocarse requiere una increíble gasto de energía psíquica: es el caso exigido por oficios como el de cirujano o controlador aéreo, o el problema de conducir durante muchas horas seguidas sin errores. La relajación, la sonmolencia, disminuyen la intensidad de vigilancia y el grado de atención. El café, el té y otros mejunjes, potencian o facilitan la activación de la atención. El estado de alerta es el grado supremo de la atención. El miedo -una emoción antiquísima- no sólo nos hace prudentes, sino también nos vuelve atentos.

Durante las fases REM de sueño profundo (sueño paradójico), en la actividad onírica, un yo olvidadizo atiende sin darse cuenta de ello, o tal vez sin recordar que se da cuenta. ¿Una atención sin intención? En la pesadilla, en la obsesión (sueño en la vigilia), que no podemos evitar ni dirigir, nos las habemos con una atención sin decisión, sin libertad, como si tuviéramos que ver por fuerza lo que otro -el ello, el inconsciente- nos proyecta.

La atención -al menos en el humano- es ya un modo intencional de sensibilidad, un modo voluntario de prestar existencia: prestar atención, tener en cuenta, ocuparse, hacerse cargo... Construcciones psíquicas internas como intereses y expectativas actúan como determinantes y razones de la atención.

La amplitud del campo de la atención es muy diversa según las circunstancias y las diferencias individuales. Podemos atender a más de una cosa o actividad, pero es difícil hacer bien más de una cosa al mismo tiempo. La atención siempre se focaliza en una figura, con un fondo que se desvanece a medida que se aleja de su centro.

Nuestro sistema nervioso tiene una necesidad trófica de estímulos a que atender. Para conservarse, nuestra sensibilidad necesita sentir, alimentándose de lo que siente. Así que si no hay estímulos en derredor con que calmar su a-tendencia, como si deambulase en desierto, los inventa, los alucina, los delira... La conducta atencional es espontáneamente exploratoria, locomotriz, investigatoria (Berlyne).

No se ha reflexionado lo suficiente sobre el hecho de que la claridad e intensidad de conciencia de un objeto o de un sistema de relaciones dependa enteramente del grado de atención que les prestamos. No hay cosa, por pequeña que aparezca, que no revele su inmensa e infinita magnitud para el análisis o para la interpretación, con tal de que le prestemos una atención suficiente, buena, notable o sobresaliente.

Para el jugador de ajedrez, por ejemplo, la concentración crea un universo efectivo de posibilidades, de jugadas y réplicas, de ataques y defensas virtuales, una intrincada red de interrelaciones, en las que le va la vida a su dama, la posición a su torre y la cabeza a su rey.

La conciencia puede entregarse del todo a ese espacio, que desaparece en torno a nuestro objeto de atención, y a ese tiempo, que parece detenerse cuando nos absorbemos por completo en lo que atendemos, con tal de que su casa -la casa del espíritu- esté lo bastante sosegada y la voluntad halle algún interés en salvar la "vida" de la dama y la altiva figura de su majestad, por lo demás bastante estática. Si no creo que me sirva la acción perceptiva, entonces no atiendo. La fuerza de la atención dota sin más de vida a los objetos. La fuerza de la distracción los mata. Ese fue y es el sentido real del animismo. El espíritu no sólo reconoce lo que es él mismo, sino que también se disemina cada vez que escoge una dirección. Lo expresa admirablemente María Zambrano en este texto:
"La atención es a modo de tentáculo primario de que dispone todo organismo vivo y que se despliega en grado eminente y, además, específico en el hombre. Y así, todo aquello a donde llega la atención queda incorporado al círculo vital que toda criatura viviente, por diminuta que sea, crea a su alrededor. La vida más elemental se da en un 'ser' viviente que no se puede limitar a vivir él solo, sino que somete a la vida, que hace entrar dentro de la vida o de la muerte a todo aquello con lo que trata." (El sueño creador, II. "Lugar y materia de los sueños", 1998).
Repetiremos con el psicoanálisis que mucho del interés que arrastra a la conciencia hacia un género determinado de realidades es inconsciente, solamente porque no le hemos podido o no hemos querido prestarle atención. No hay necesidad alguna de que la conciencia retroceda ante el misterio, ante el enigma, ante el horror. No hay que decirle a un maniático de los soldaditos de plomo que repare en ellos cuando le salen al paso; los buscará, los pondrá al paso, escudriñará su génesis y su historia. Soñará con soldaditos.

Mucha gente lamenta sus descuidos hacia los demás echándole la culpa a la mala memoria. ¡Pobre Memoria!, sus debilidades siempre andan en boca de todos y además se la difama llamándola "el talento de los tontos". A su hermana gemela, Imaginación, se la difama igualmente, llamándole "la loca de la casa". Infamias cuyo único fundamento es exagerar el lado mecánico de Memoria y el lado infantil, fantástico y arbitrario, de Imaginación. Sabemos sin embargo que la memoria y la imaginación (una misma facultad en verdad, si bien considerada desde el lado pasivo y activo, respectivamente) hacen posible que pasemos de un lugar a otro, sobre el mismísimo abismo, de lo sensible a lo inteligible y de lo inteligible a lo sensible; ellas dotan de cemento al mundo y comunican la descripción con la prescripción, la naturaleza con la historia, y la biología con la biografía.

Sucede que no le prestamos la debida atención a ciertos recuerdos, conservamos fácilmente los que queremos, los que quisiéramos adherir a nosotros mismos, los que estimamos hermosos y buenos, pero también muchos de los que quisiéramos olvidar. Tal vez esas pesadas adherencias, esos parásitos de la memoria, dependan de una atención que prestamos involuntariamente, sacudidos por la resistencia del mundo, impresionados por la fuerza de las cosas o asustados por sus amenazas. Demasiada atención involuntaria. Eso nos aburre. Necesidad, Azar y Deseo, Placer y Dolor, se disputan sus raíces, las de la atención y la memoria, sin embargo sus frutos y flores ofrecen tal variedad de formas, que es inevitable concluir que, hasta los ápices de las ramas, el árbol tomó control de la materia, hasta informarla de intenciones y proyectos propios.

Tengamos presente (tener presente es lo que hace la atención) una hermosa definición de Giner de los Ríos respecto de la atención, que ahora reinvento o parafraseo:

La atención es el cuidado que el espíritu presta a la existencia de las cosas.

La definición de don Francisco -maestro de maestros- tiene la ventaja de revelar el lado moral y metafísico de la atención, incluyendo también el lado puramente psicológico que la determina como condición de percepción y conciencia. Entre las funciones del pensar señala la atención, esto es, la preocupación del sujeto por la existencia de un objeto. Se llama observación si trata de estados y determinaciones temporales, y meditación o contemplación, si se ocupa de ideas y se preocupa por ideas o principios.

El descuido es una falta de atención, un desorden del atender. Ahora saltamos de la psicología a la moral: una "persona atenta" -decimos con razón- es una alguien que pone cuidado en no fastidiar la existencia de los demás, que observa las intenciones, respeta los deseos y cura los intereses del prójimo, o sea, de sus semejantes. La atención es aquí reconocimiento social. Tal vez por eso la gloria y la fama sean tan sugestivas, tan encantadoras y tan venenosas...

Cada vez que hablan de nosotros, nos dotan de existencia. Atienden y se cuidan de nosotros, luego existimos. Luchamos a brazo partido por conseguir la atención de nuestros padres, por reclamar el cuidado de nuestros maestros, la mirada de nuestros compañeros... Alentamos si no nos miran, vivimos sin que se cuiden de nosotros, pero como una higuera, como una berenjena, como una garrapata. ¿Existimos verdaderamente sin la atención del otro? Seguramente no, no hay identidad que pueda sobrevivir si no resulta reconocida por la palabra o la mirada del otro. Mi acción se estimula con la atención que le prestan, decae en soledad. Dejo de hablar y de pensar, si nadie atiende lo que pienso o digo. En grandísima medida nuestra identidad depende de esa mirada, de esa palabra y de los gestos que la acompañan. Nos constituimos en ese tejemaneje de atenciones y cuidados. Quien se cuida de mí me reconstituye a cada paso, aunque también corrija mi perspectiva o la humille. La atención reconoce la existencia, pero también dota de carácter a esta existencia, instituye realidad.

Descontrol y control de la atención

Uno de los factores más decisivos en el rendimiento escolar es el control de la atención: el poder del sujeto para dispersarla o para concentrarla. Y uno de los factores más decisivos para explicar el fracaso escolar es precisamente el desorden de la atención, la incapacidad del sujeto para controlarla, conservarla en un objeto, prestar atención al profesor, a las imágenes o a los textos que éste le señala, etc.

Los síntomas de la falta de atención o de fijeza de la misma se asocian a la hiperactividad en el nombre de un síndrome (conjunto de síntomas de una enfermedad), el Desorden de hiperactividad y déficit de atención (DHAD):


Según Russell A. Barkley (“El desorden de hiperactividad y déficit de atención”. Investigación y ciencia, Noviembre 1998, pgs 48ss.), entre el 2 y casi el 10% de los niños en edad escolar desarrollan esta enfermedad psicológica que surge -según el autor del citado artículo- por un fallo en el desarrollo de los circuitos cerebrales en que se apoyan la inhibición y el autocontrol. El nucleus caudatus y el globus palidus, zonas del cerebro que regulan la atención, se encuentran encogidos en los sujetos afectados por este trastorno. Tiene seguramente un origen poligénico (participa la alteración de más de un gen).

Los niños y jóvenes con DHAD son incapaces de inhibir sus impulsivas respuestas motoras, resultan insensibles a la retroalimentación sobre errores cometidos, y no reflexionan para mejorar su comportamiento. Olvidan sus propósitos, no escuchan ni saben mantener la quietud, pierden cosas, son olvidadizos, se distraen fácilmente, se agitan nerviosamente o se retuercen en su asiento cuando deben estar tranquilos, corretean y se suben a eminencias cuando resulta inapropiado hacerlo, no aguantan su turno e interrumpen y avasallan a los demás.

El trastorno afecta a 3 niños por cada niña, que carecen de capacidad de autocontrol. El autocontrol es la capacidad para inhibir o frenar las respuestas motoras y emocionales a un estímulo. Es el nombre psicológico de la voluntad, una función o una facultad superior del espíritu humano, de crucial importancia para la realización de cualquier tarea.

Para conseguir algo en el trabajo, en el juego o en el amor, las personas deben recordar lo que pretenden (percepción retrospectiva), tener en cuenta lo que necesitan para lograrlo (previsión), refrenar sus emociones e incentivarse. La pérdida de autocontrol menoscaba esas funciones ejecutivas imprescindibles para la concentración o mantenimiento de la atención:

1. Memoria operativa: capacidad para tener en mente la información mientras se trabaja en una tarea, aunque ya no exista el estímulo que dio origen a esa información: posibilita la percepción retrospectiva, la previsión, la capacidad de imitación del comportamiento complejo. Todo eso está menoscabado en quienes padecen DHAH.

2. La interiorización del habla. Antes de los seis años, la mayoría de los niños acostumbran a hablar solos. El autohablarse permite a uno pensar para sí, seguir reglas e instrucciones, construir meta-reglas. En la primaria este autohablarse se convierte en un susurro apenas perceptible, luego, este lenguaje se interioriza a partir de los diez años. Esta privatización es esencial para que se originen la imaginería visual y el pensamiento verbal. Los niños adquieren así la capacidad de encubrir actos y enmascarar sentimientos. Los muchachos con DHAH retrasan la interiorización. En general su comportamiento y habla son excesivamente públicos. Hablan para pensar.

3. El control de las emociones es una función ejecutiva que consiste en regular la motivación y el estar despierto (los grados de activación nerviosa y el nivel de vigilia). Capacita para diferir o alterar las reacciones emocionales. Quienes refrenan sus pasiones o reacciones inmediatas se desenvuelven mejor en sociedad.

4. La función de reconstitución consta de dos procesos distintos; la fragmentación de conductas observadas y la recombinación de sus partes en nuevas acciones no aprendidas de la experiencia para conseguir un fin. Los niños que padecen este transtorno resuelven mal los problemas.

Aunque el DHAD no se cura, pueden aliviarse sus síntomas suministrando ciertos fármacos. Ni que decir tiene que la industria farmacéutica está sacando buena tajada de este mal que empieza a ser endémico en las sociedades económicamente desarrolladas, sobre todo en Estados Unidos. Pero también es posible mejorar a los niños DHAD ambientándolos en un entorno mejor estructurado, dividiéndoles las tareas en tramos y proporcionándoles recompensas inmediatas, refuerzos aversivos, o haciéndoles ver inmediatamente las consecuencias de sus acciones.

La perspectiva fisiológica o mecanicista del control o descontrol de la atención contrasta con la que ofrece G. H. Mead, desde el conductismo social, en el siguiente texto:
"El animal humano es un animal atento, y su atención puede ser concedida a estímulos sumamente leves. Se pueden captar sonidos a la distancia. Todo nuestro proceso inteligente parece residir en la atención selectiva de ciertos tipos de estímulos. Otros estímulos que bombardean el sistema son desviados de algún modo. Dedicamos nuestra atención a una cosa en especial. No sólo abrimos la puerta a ciertos estímulos y la cerramos a otros, sino que nuestra atención es un proceso organizador así como un proceso selectivo. Cuando prestamos atención a lo que vamos a hacer, estamos escogiendo todo un grupo de estímulos que representan actividad sucesiva. Nuestra atención nos permite organizar el campo en que vamos a actuar. Y aquí tenemos al organismo como actuante y determinante de su ambiente. No se trata simplemente de una serie de sentidos pasivos atacados por los estímulos que vienen de afuera. El organismo sale y decide a qué reaccionará, y organiza ese mundo. Un organismo escoge una cosa y otro elige otra distinta, puesto que actuará en forma diferente. Éste es un enfoque de lo que sucede en el sistema nervioso central, un enfoque que el fisiólogo recibe del psicólogo... como seres inteligentes, nosotros mismos construímos semejantes reacciones organizadas.
(...)
¿Cómo explicará el filósofo la atención? Cuando intenta hacerlo, se ve obligado a efectuarlo en términos de las distintas vías de comunicación. Si quiere explicar por qué es elegida una vía en lugar de otra, debe recurrir a esos términos de vías y acciones. No es posible establecer en el sistema nervioso central un principio selectivo que pueda ser aplicado en general; no se puede decir que existe un algo específico en el sistema nervioso central que se encuentra relacionado con la atención; no se puede decir que hay un poder general de la atención. Es preciso explicarlo específicamente, de modo que, aun cuando uno dirija su estudio del sistema nervioso central desde el punto de vista de la psicología, el tipo de explicación que tendrá que obtener deberá serlo en términos de las vías que representan la acción". (Espíritu, persona y sociedad,  Barcelona, Paidós, 1982, pg. 70-71).
Es posible que los déficit o superávit de atención no sólo tengan que ver con predisposiciones genéticas, sino también con hábitos poco sanos psicológicamente, como el abuso de la televisión. Los niños que están expuestos más de lo debido a los superestímulos audiovisuales de los Media esperan que su atención sea activada desde el exterior por estímulos semejantes o cada vez más intensos, halagüeños y divertidos, y no han desarrollado el hábito de promover y regular desde dentro la atención, su concentración y sostén.
"Es un hecho triste que la mayoría de las personas ejerzan un escaso control sobre adónde va su atención. Esto es la causa, por ejemplo, de que las vallas publicitarias tengan tanto éxito. Los anunciantes saben que no podremos apartar la mirada de esos carteles. Nuestros compañeros de viaje quizás afirmen que dominan sus facultades perceptivas, pero si nos acompañan en coche por una autopista comprobaremos con qué facilidad se distrae su atención y se deslizan mensajes en el interior de su conciencia. Por mucho que repugnen a nuestros valores y a nuestro sentido común, todas esas señales se cuelan en nuestro interior, simplemente porque no ejercemos control sobre nuestra atención" (Eknath Easwaran. Meditación. 4. "La atención centrada en un punto", Barcelona, Herder, 2002).
Muchas técnicas orientales de meditación se basan sobre todo en el entrenamiento de la atención: "para librarnos de esta mente tiránica y con numerosos centros de interés, debemos desarrollar un control voluntario de nuestra atención. Debemos conocer cómo aplicarla a aquello que deseamos".

Para Eknath Easwaran, "la meditación es concentración, y la concentración acaba convirtiéndose en consagración":

"Lograr que la mente se centre en un solo punto es algo que nos otorga una enorme lealtad y constancia. Como los saltamontes que saltan de una hoja a otra, las personas que no pueden concentrarse se desplazan de una cosa a otra, de una actividad a otra, de una persona a otra. En cambio, aquellos que pueden concentrarse saben cómo permanecer en calma y absorbidos. Estas personas son capaces de plantearse un objetivo estable".

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