miércoles, 6 de abril de 2011

CONDICIONES SUBJETIVAS DEL CONOCIMIENTO SENSIBLE

Rejilla de Herman
Ya hemos dicho que percibir es un proceso bipolar, en parte objetivo y en parte creativo, subjetivo. La naturaleza e intensidad de los estímulos (sensibilia), su colocación, duración, tamaño relativo, etc. determinan la configuración figura/fondo y el modo en que el sujeto integra las sensaciones en impresiones sensibles (perceptos), cuyo correlato objetivo son los fenómenos.

Los sentidos y la imaginación que colabora con ellos para percibir el significado del mundo sensible no nos ofrecen un retrato perfecto de las cosas tal y como son en sí, sino tal y como son para nosotros. Nuestras percepciones son construcciones, no reflejos. No obstante, la percepción del mundo no es del todo arbitraria, hay una cierta adecuación entre lo que sentimos y lo que hay ahí fuera; a fin de cuentas, de esa adecuación vivimos, cuando nos permite, por ejemplo, distinguir entre una seta comestible y otra venenosa, evitando así una intoxicación que puede ser mortal. Pero uno puede ver cosas que no existen, sin estímulos externos. Es lo que sucede cuando soñamos. Una percepción irreal es una imagen onírica, pero también una ilusión, una alucinación o un delirio. Los fantasmas, como su nombre indica, son fantásticos.



Las condiciones subjetivas de la percepción son tan complejas como las condiciones objetivas. A continuación describimos las más importantes:

Nuestro modo genérico y específico de ser. Nuestra estructura perceptiva ha sido conformada durante centenares de miles de años según las necesidades de supervivencia de nuestra especie, homo sapiens. Es natural, por ejemplo, que atendamos y percibamos mejor en las horas propicias para la caza, si hemos sido durante milenios un depredador armado, o que disfrutemos recolectando espárragos silvestres, pues satisfacemos un viejo instinto… Las necesidades primarias, pasadas o presentes: el hambre, el apetito sexual, el frío o el calor, deforman y conforman nuestra imagen de las cosas, nuestra sensibilidad. Así, la persona privada sexualmente o muy reprimida ve estímulos sexuales o ángulos carnales y voluptuosos en objetos que tienen muy poca semejanza con tales órganos… Igual que la persona hambrienta ve alimentos por todas partes.

Nuestros estados de ánimo influyen en el modo en que percibimos el entorno y sentimos nuestro propio cuerpo. Cada cual ve el mundo "del color del cristal con que lo mira". El problema es que no podemos prescindir de los anteojos... Si estamos tristes, vemos el mundo gris; si alegres u optimistas, de color de rosa. El miedo, la vergüenza, la ira, el asco, la frustración, la depresión, la euforia..., nos pueden engañar de tal modo que falseen la realidad o nos equivoquen sobre sus auténticas cualidades.

Los estados anormales o psicopatológicos, la ingesta de drogas o tóxicos (tranquilizantes, antidepresivos, euforizantes, alucinógenos…), la ansiedad excesiva, la fiebre, la histeria o la locura (complejos emotivos, paranoia, psicosis) modifican ligera o decisivamente al modo de percibir del sujeto. Puede que el sujeto sienta estos modos anormales de percepción como estados de clarividencia o formas de conocimiento “superiores”, místicas, mágicas o “extrasensoriales”.

La personalidad (temperamento y carácter), así como su experiencia previa, el adiestramiento y la memoria, influyen considerablemente en la percepción de la realidad. Los experimentos de Erdelyi (1974) con estudiantes judíos demostraron que el significado que otorgaban a los objetos determinaba su percepción de ellos cuando a objetos “neutros” se les agregaban cruces gamadas o estrellas de David.

Los sentidos se pueden educar: una buena enóloga (experta en vinos) puede distinguir miles de olores, gustos y aromas, allí donde el no experto sólo distingue unos cuantos. Un camellero no ve lo mismo que nosotros cuando mira sus camellos…

La imaginación es una facultad trascendental de la percepción sensible. Esto quiere decir que la hace posible. Vemos las cosas como las imaginamos y, a veces, como las soñamos o inventamos. Esto explica leyes de integración como la de pregnancia (buena forma), clausura, continuidad, semejanza, proximidad... Sin una imagen previa del yo, y sin imaginación, es difícil concebir la percepción. La imagen que nos hacemos de nosotros mismos tiene una especial importancia en nuestro modo de actuar, y sentir es también un modo de comportamiento. Un ser sin memoria ni imaginación, puramente sensitivo, no podría captar la identidad de un objeto al que ve, huele y toca al mismo tiempo. Lo visto, lo olido y lo tocado se convertirían en tres objetos distintos. Es el yo -o la subjetividad ejecutiva que emerge de la conectividad sináptica del cerebro-, quien garantiza la unidad de los objetos exteriores.
Las personas juzgan el mundo cuando lo perciben, aun sin darse cuenta, inconscientemente, respondiendo a él a la vez que lo sienten y formando imágenes de modo peculiar según su experiencia previa y sus expectativas. Oímos sonar el teléfono, si esperamos ansiosamente una llamada importante; vemos el rostro de una amiga por la calle, sobrepuesta a la de una perfecta desconocida. Skinner (un famoso psicólogo conductista) afirmaba que en general una persona ve una cosa como si fuera otra cuando la probabilidad de ver la segunda (o el deseo de hacerlo) es alta y el control o la intensidad de los estímulos que ofrece la primera es débil o vagos.

Bridget Riley, pintora de Op-art
6º Así, el valor que los objetos cobran para el sujeto percipiente influye también en el modo en que vemos el mundo. Como demostraron Bruner y Goodman (1947), los niños pobres perciben las mismas monedas más grandes que los niños ricos… No es posible ver las cosas al margen de su interpretación. Por eso, en la copa de Rubin, no podemos ver al mismo tiempo las caras y la copa, ni podemos a la vez disfrutar de una ilusión y observa como tal ilusión.

7º Somos animales sociales, y nuestra percepción también es un hecho social o político. La riqueza o naturaleza del lenguaje que hablamos, la presión social, los estados de histeria colectiva, la opinión de los demás, particularmente el poder de aquellos de que dependemos o a quienes admiramos, pueden sugestionarnos hasta el punto de hacernos ver lo blanco negro, y al sol describiendo figuras en el horizonte en pleno día (cfr. Los experimentos de Sherif con el fenómeno autocinético). Nuestra creencias y nuestra moral, sociales, que involucran relaciones de poder y de deseo, también influyen en el modo en que percibimos la realidad. En cierta medida, vemos lo que creemos que tenemos que ver.

8º El gran filósofo L. Wittgenstein dejó escrito que el lenguaje marca los límites de mi mundo. La pobreza del lenguaje moral en nuestra época es, por citar un ejemplo, no sólo un síntoma de la decadencia moral de nuestras relaciones, sino también un inconveniente para que las mismas ganen en matices, conciencia, profundidad, duración y finura. El lenguaje tiene un poder creativo nada desdeñable. Si un pigmeo tiene quince palabras para referir al verde, es porque percibe matices en el verde de la jungla en que habita que nosotros no vemos, pero también puede distinguir esos colores porque tiene palabras que le permiten recordar discriminaciones sensoriales. Y lo mismo vale para valores y sentimientos. Un buen vocabulario moral enriquece la percepción moral.

9º Por último, y elevándonos hasta la condición personal del individuo autónomo, debemos decir que atender, tanto como percibir, son también una decisión, una toma de posición intencional frente a lo que aparece, un hacerse cargo del ser (Heidegger). Focalización, concentración y conciencia son añadidas por el espíritu, en distintos grados de intensidad, según su fuerza, y por la persona, según sus hábitos y actitudes, como sujeto ejecutivo del mismo. Nuestra voluntad interpreta la realidad, pero también decide de qué aspectos de la realidad nos apropiamos o cuáles despreciamos, como si no existieran.

Resumiendo: Lo que sentimos, vemos, oímos, tocamos, etc. no es “la realidad en sí”, sino aquello que estamos capacitados física, evolutiva, social y culturalmente para ver. Percibimos lo que somos, pero también lo que queremos ser y percibir. Nuestras expectativas y esperanzas otorgan a la imaginación un papel creador y trascendental en nuestro conocimiento sensible del mundo.

Corolarios:

1. La realidad en sí –como dijo Kant- es una suposición útil, pero inaccesible, al menos empíricamente. Es verdad que nuestros aparatos nos permiten completar nuestra percepción y perfeccionarla. Gracias al telescopio o al microscopio electrónico accedemos indirectamente a mundos que nuestros sentidos no captan. Pero esos aparatos también construyen la realidad según criterios técnicos, al mismo tiempo que la transforman.

2. Todo esto tiene una gran importancia a la hora de distinguir el icono (imagen-objeto, representación material) de la imagen sensible (impresión o percepto). Normalmente, el icono no representa la realidad, sino nuestras condiciones subjetivas de percepción, transportadas a determinados objetos: fotos, pantallas, esculturas, símbolos… Piénsese en la estructura física, bidimensional, de la imagen de un monitor, que, sin embargo, ofrece imágenes que percibimos como tridimensionales. En realidad, tampoco sabemos mucho de la imagen en sí (el icono), sino de lo que percibimos y de aquello a lo que se parece. El icono es un signo, con  un significante, un significado y un referente. Al grado de parecido entre el icono y el referente le llamamos iconicidad.


Texto para comentar

"Desde hace bastante tiempo, los investigadores sabían que sólo una pequeña parte de la información, de entre el diluvio infinito que suministra el entorno, alcanzaba los centros de procesamiento del cerebro. Así, aunque se transmiten seis millones de bits a través del nervio óptico, sólo 10.000 bits consiguen llegar hasta la región de procesamiento visual del cerebro y sólo unos cientos están implicados en la elaboración de una percepción consciente (insuficientes para generar, por sí mismos, una percepción significativa). El hallazgo sugirió que el cerebro realizaría, a buen seguro, constantes predicciones sobre el entorno, anticipándose a la magra información sensorial que le llega de cuanta proporciona el mundo exterior".

Marcus E. Raichle. "La red neuronal por defecto". Investigación y Ciencia. Mayo 2010, pg. 23.

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