sábado, 15 de enero de 2022

ARTES DE LA MEMORIA

 

No existe la identidad personal sin memoria genética y mental

“Aquellos que desean recordar,
retírense de la luz pública a una obscura intimidad”

 Alberto Magno. De memoria et reminiscencia.


 Es la memoria un bien necesario para la vida. Cicerón consideraba su existencia un buen argumento a favor de la inmortalidad del ánima y de la divinidad del hombre.  Ortega tenía más al humano por un animal memorioso que por un animal razonador. La memoria da ser y existencia a lo que ya no es, tesoro de las ciencias, madre de la sabiduría y de las artes junto con la experiencia. Lo que la memoria sostiene es lo que sabemos y por eso dijo Platón que saber es recordar.


Quintiliano, el gran pedagogo hispanorromano mandó el ejercicio continuo de este superpoder o sentido íntimo del hombre, porque el uso y entrenamiento acrecienta la memoria como músculo de la inteligencia. Y es tan íntima que sólo por ella alcanzamos identidad propia y, perdida la memoria, ya no sabemos ni quienes somos ni quienes son nuestros hermanos. Esta venerable pedagogía humanística contrasta con algunos de los experimentalismos psicopedagógicos recientes, que desprecian la memoria por “mecánica”, afectando también con su inepta generalización a la imprescindible memoria comprensiva y asociativa, sin la cual no ha estudio que valga ni progrese o profundice.

Aristóteles consideraba a los agudos de ingenio flacos en el retener de la memoria y más seguros en su conservación a los rudos de ingenio. Tomás de Aquino le sigue también en esto y afirma que lo que cae en el blando ingenio de los niños jamás se olvida. El Aquinate se mostró sagaz psicólogo cuando hizo depender la intensidad del recuerdo y el poder de evocación de la intensidad emocional de la vivencia que lo provocó. Lo nuevo, lo maravilloso, lo admirado, lo sorprendente, lo conmovedor, lo que nos hizo felices o desgraciados..., eso no se olvida. Las heridas del alma restan en su fondo como llagas supurantes, incluso olvidadas conscientemente, y el recuerdo de una infancia feliz nos hace fuertes, magnánimos y agradecidos.

Los antiguos celebraban la memoria del rey Ciro porque era capaz de llamar por su nombre a todos los de su ejército, así los personalizaba y comprometía en su oficio. Es un esfuerzo que debe hacer todo maestro y todo jefe si quiere ser reconocido como autoridad. Lo mismo se cuenta del emperador Adriano, que tenía memoria fotográfica. De Mitrídates, rey de Ponto, se dice que dominaba las veintidós lenguas que se hablaban en sus territorios; de Temístocles, que, como el Funes de Borges, lamentaba no poder olvidar nada de lo que había presenciado y vivido. 

Todos los excesos son malos, así como es fastidioso no poder olvidar lo que merece no ser recordado. Por eso, tan imprescindible como un instituto de memoria histórica, sería otro de olvido histórico, ya que hay recuerdos que no invitan precisamente a la concordia civil, sino más bien a la discordia, al rebrote del odio y el resentimiento sectario.

Los años debilitan la memoria, sobre todo la memoria inmediata, por eso la abuela no sabe dónde dejó las gafas hace un rato, pero sabe de qué color era su ramo de novia… Del emperador Claudio se dice que tenía una memoria tan flaca que mandaba matar a uno y al día siguiente lo convocaba para jugar a los dados. Herodes Ático, maestro de Marco Aurelio, tuvo un hijo tan desmemoriado que fue incapaz de retener las primeras letras del abecedario. Empeñado en que las aprendiera, el gran sofista y senador crio a su hijo con veinticuatro chavales de su edad y a cada uno puso por sobrenombre una letra para que su hijo las recordase.

El miedo altera y confunde la memoria. Los terroristas y los autócratas lo saben y lo usan a fin de alterar el pensar del público, los publicistas y propagandistas también usan las emociones para influir en los recuerdos de la gente… Bajo amenaza, o temiendo por la vida o ilusionado con la esperanza de un cambio a mejor, uno acaba olvidando lo negro o quedándose en blanco. Le pasó a Demóstenes, el gran orador ateniense cuando marchó a la corte de Filippo: acojonado ante la majestad del rey de Macedonia, se olvidó del discurso que llevaba preparado. He visto a sesudos opositores quedarse balbuceando, huir o echarse a llorar ante el temor del tribunal, después de una “encerrona”.

Platón y Aristóteles distinguía entre memoria y reminiscencia, atribuyendo esta última sólo al humano, pues la reminiscencia supone discurso, entendimiento y voluntad. A la memoria se la puede trabajar, entrenar y curtir con arte y técnica, con la colaboración de su hermana siamesa, la imaginación, y sus diversos juegos de asociaciones comprensivas. Estas “artes memorativas” o mnemotécnicas se atribuyen en su origen al poeta Simónides de Ceos (556-457 a. C.). Sí, los griegos antiguos inventaron casi todo lo moderno como el teatro, la ciencia y la democracia, todo lo que civiliza al animal bípedo. Metrodoro perfeccionó las artes de la memoria así como en el Renacimiento lo hicieron Marsilio Ficino, Bruno y otros humanistas.

En su libro El idioma de la imaginación (ed. tecnos, Madrid 2010), Ignacio Gómez de Liaño estudia con detenimiento la Mnenosyne arcaica. Si el hombre no vive sólo en medio de objetos estimulantes, dependiente de incentivos exteriores, sino también ensimismado en significantes íntimos con los que puede jugar a discreción, débelo a la memoria, a la diosa Mnenosyne, madre de las artes. En ese “disco duro” orgánico que es nuestra facultad de conservar lo representado y asociarlo, guardamos el o los nombres de usuario y las contraseñas de todas nuestras actividades sociales.

En la Edad Media se incluyeron las artes de la memoria dentro de la virtud de la prudencia siguiendo a Cicerón, que había dividido en De inventione la prudencia del alma racional en memoria, inteligencia y providencia. Para san Agustín, Memoria es el análogo del Dios-Padre en mí, “receptáculo colosal” del alma, “estómago del espíritu”. Paradójicamente, para el obispo númida, el “vasto palacio de la memoria” no ocupa espacio alguno.

También en Cartago, el gramático Marciano Capela escribe una obra con el pintoresco título de Las bodas de Mercurio y Filología en la que ofrece hermosas imágenes femeninas para las artes liberales y la memoria. Cuatro siglos después Carlomagno pregunta a Alcuino cómo incrementar la memoria. Este responde que leyendo, escribiendo y evitando la embriaguez. En Bolonia, hacia 1235 Boncompagno da Signa en su Rhetorica novissima se esfuerza por recordar los gozos invisibles del Paraíso y los tormentos eternos del Infierno, junto con la ruta de salvación, serán los temas principales del "mapa" de la piedad medieval.

Alberto Magno y su discípulo Tomás de Aquino publicaron sendas artes de la memoria en las que autorizaban el uso de imágenes sensibles (metaphorica) para recordar conceptos. Tomás insiste en el orden como requisito imprescindible para la buena memorización y Alberto anota que los individuos mejor dotados para la reminiscencia son los melancólicos. Tomás, por lapso afortunado, interpreta “solitudo” (soledad) como “solicitudo”, así la solicitud entraña empapar con afecto las cosas que se han de recordar. Esta es naturalmente la clave de una buena pedagogía, hacer gustosas y amables las lecciones que se han de recordar.

Ramón Llull. De nova logica, 1512.

En su Libro de la contemplación, Raimundo Lulio personifica a las tres potencias anímicas (memoria, inteligencia y voluntad) con tres hermosas y nobles damiselas que moran en un monte elevado:

“La primera recuerda lo que la segunda entiende y la tercera quiere; la segunda entiende lo que la primera recuerda y la tercera quiere; la tercera quiere lo que la primera recuerda y la segunda entiende”.

Lulio influirá en Giordano Bruno con su arte combinatoria de ligazón algebraica y movilidad rotatoria, germen de nuestras computadoras, que son básicamente memorias electrónicas.

A principios del XVI, el poeta veneciano Gjulio Camillo transforma el arte de la memoria con ideas herméticas y neoplatónicas. Las imágenes astrológicas y talismánicas cobran eficacia práctica y evocadora. En L’idea del teatro, dedicada a Diego Hurtado de Mendoza, humanista y embajador español, ofrece una síntesis mágica, astrológica y metafórica de su técnica mnémica. Este teatro estético entroncará con la corriente de los emblemas

En la misma línea del misticismo astral, hermético y neoplatónico, Bruno pretenderá comunicar los secretos del alma y del mundo y la lengua de los dioses. Sobre la memoria escribió primero Clavis magna y luego publicó De umbris idearum (París, 1582), título que alude a la definición pindárica del hombre como “sombra de un sueño”. El arte de la memoria es para Bruno una especie de escritura interna. Compara su método con la cara de la estatua de Diana en el templo de Quíos, que a los peregrinos le parecía siempre triste cuando entraban y alegre cuando salían, y con la Y de Pitágoras, cuyos dos cuernos simbolizan la encrucijada de la vida y la angustia que acompaña a cada decisión. Las imágenes que usa han de tener siempre relación con lo que representan para que no se haga “arar a un perro o volar a un cerdo”. 

El orden del conocer ha de seguir el orden del ser, pues son correlativos, según nexos escalares de concatenación y conexión: “una cadena de oro une el cielo con la tierra”. Bruno sabe que la inteligencia no puede operar sin el concurso de la memoria y la imaginación. Matiza su doctrina de la memoria como convertibilidad y plurivalencia combinatoria de ideas o “sombras ideales”, afirmando contra Platón la existencia de ideas de cosas singulares. En el Imaginum desarrolla Bruno un sistema mnenómico más depurado, una enciclopedia mágica y figurativa del saber, de esta forma convierte la física árida de Aristóteles en estimulante mitología y animada ciencia hermética como si hubiera querido aplicar la sentencia de Jung: “El mito es más individual y expresa la vida con más exactitud que la ciencia” (cit. por Gómez de Liaño, op. cit. pg. 245).

Para Gómez de Liaño sería una simplificación calificar a Bruno de irracionalista, a cuenta de la importancia que le concede a las fuerzas afectivas y a la dinámica de las emociones. Por el contrario, le parece más contemporáneo que moderno, lo cual puede notarse en otras obras suyas como la Lámpara de las treinta estatuas (1587) y en el De imaginum compositione, último de sus tratados mnemónicos y al que Gómez de Liaño dedica el capítulo X de El idioma de la imaginación con el mismo título.



Geometría y aritmética (neopitagorismo) se aúnan y concilian con el arte de la memoria. Por eso, en su tratado De la mónada de 1591, deja escrito Giordano Bruno: “El orden de una figura particular y la armonía de un número particular evocan todas las cosas”. Arriba, la figura del amor y la figura del espíritu, de Articuli centrum…, Praga, 1588.


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