Detalle de La Escuela de Atenas de Rafael representando a Pitágoras (1510/11) |
La hipótesis de un orden necesario en la naturaleza, independiente del capricho de los dioses y de la voluntad de los hombres (el hombre propone y Dios dispone), abrió el camino con Tales de Mileto, allá en la Jonia griega del siglo VI a. C., al desarrollo de las ciencias, cuya historia ha transformado esencialmente nuestro mundo y de las que ya depende también su supervivencia.
Para Gómez Pin, el postulado de que la Necesidad rige en la naturaleza, de que las cosas no suceden “porque sí”, sustenta también el principio, y optimismo, de que las leyes de la naturaleza son cognoscibles. Esas leyes son desde luego muy distintas a las leyes humanas (nomoi), ya que es posible saltarse un semáforo en rojo; pero, si no me hidrato, muero. Es decir, las leyes de la physis (naturaleza) son de obligado cumplimiento y sus valores (si con Javier Echeverría reconocemos “valores naturales”) son bien diferentes de los valores morales, estéticos o religiosos.
El mundo es inteligible. Vale. Tiene sus arcanos (arjai) que pueden ser desvelados o descubiertos por la experiencia y la razón, una razón que analiza la experiencia una experiencia que sirve de límite y contraste a la razón a fin de poder hallar principios que podamos cifrar en fórmulas y algoritmos verdaderos... No obstante, ¿será nuestro conocimiento del mundo neutro, objetivo?, ¿no deforman nuestras ilusiones, intereses y deseos lo que pesamos que es real? Cabe siempre la sospecha de que resulte imposible salir de la caverna platónica de las convenciones y conveniencias, la sospecha de que el acto cognoscitivo resulte “impuro” y esté “natural y necesariamente” condicionado por nuestra intención de humanizar, domesticar y transformar lo conocido. De hecho, nunca ha sido tan evidente como en nuestros días que nuestros conocimientos científico-técnicos transforman la realidad, la mejoran, sí, pero también la ensucian y envenenan. Sin embargo, como dejó escrito Francis Bacon, “el hombre no puede conocer ni dominar la Naturaleza, sino obedeciéndola”. Puede interpretarse el concepto de sostenibilidad como interesante e interesado voto de obediencia.
Gómez Pin anota esa duda sobre la neutralidad del pensamiento y su racionalidad, esa duda es el suplemento y complemento filosófico, meta-físico o, si se prefiere, crítico. Que conocemos según estamos y somos y que conocer es un hacer humano son principios que permitieron levantar a Kant su formidable edificio de Lógica trascendental, pues en efecto, las condiciones que hacen posible nuestros conocimientos nos vienen dadas, o impuestas, por nuestro modo de percibir, imaginar, recordar, entender y pensar, aunque, desde luego, no olvidemos tampoco que hemos refinado nuestra “visión” con artefactos prodigiosos que amplían extraordinariamente nuestra “mirada”, lo mismo que nos valemos de máquinas “inteligentes” para mejorar nuestra capacidad y la exactitud de nuestra computación.
Es una exageración insostenible afirmar, con Nietzsche o con el ficcionalismo que en él se inspira, que todos nuestros conceptos científicos y categorías filosóficas sean ficciones humanas, antropomorfismos o tics gramaticales, como es falso que todos nuestros saberes estéticos y humanísticos puedan o deban ser reducidos a “producciones ideológicas”. Aunque sea indiscutible que la costumbre y los hábitos culturales, así como los mitos y relatos tradicionales que expresan anhelos y temores “humanos demasiado humanos” cuenten en nuestras explicaciones y visiones de lo real (por muy científicas, contrastables o falsables que estas sean), la ciencia no es un cuento, la ciencia no es una ficción. Por eso se impone con motivo un nuevo realismo. Reconocer el posible sesgo histórico y la condición social de la ciencia no significa renunciar a que la neutralidad, objetividad e intersubjetividad sigan siendo metas regulativas de la razón, tanto científica como filosófica, como ya lo fueron en su alborear griego hace dos milenios y medio.
El cuadrado de la hipotenusa de un triángulo rectánculo es igual a la suma del cuadrado de los catetos. Teorema atribuido a Pitágoras |
La necesidad natural puede ser indagada y explicitada con gran exactitud gracias a la ciencia de Pitágoras. Las matemáticas no fallan. Pero es un hecho que unas explicaciones plausibles y verosímiles, aceptadas por la comunidad científica, son sustituidas con el tiempo por otras más seguras, la famosa sucesión de paradigmas o modelos epistemológicos patentizada por Thomas Kuhn en su estudio sobre las revoluciones científicas. Nuestro conocimiento muestra así un carácter dialéctico e histórico y la naturaleza parece a veces jugar con la razón o burlarse de nuestros experimentos, lo mismo que algunos de nuestros descubrimientos resultan de meras chiripas (serindipias, se llaman ahora). Hay también un aspecto azaroso y caótico en el progreso científico y hasta anárquico (v. Feyerabend), como si no fuera sólo el Hacedor quien jugase a los dados…
Si formamos nuestras ideas e hipótesis con base en la experiencia de los sentidos, también nuestros sentidos están impregnados de filtros, de conceptos y, muchas veces, sesgados por estereotipos y generalizaciones arbitrarias. No hay frontera precisa entre teoría y práctica y contemplar (theoreîn) es también una especie de acción. De ahí, que a la pregunta física y metafísica por el ser de las cosas debamos añadir siempre la otra por el ser de la razón (gnoseología, epistemología), que compromete la especificidad y distinción del hombre: el complejísimo y aún misterioso problema de lo que somos. En la actualidad se apuesta por las ciencias cognitivas como desveladoras de los misterios del cerebro y la emergencia de la conciencia. Sin duda harán posible fantásticos descubrimientos.
Y tal vez el componente más maravilloso de nuestra naturaleza consciente sea esa curiosidad infatigable que, más allá de los saberes y técnicas que satisfacen necesidades y garantizan comodidades y aún más allá de las artes que ornamentan y entretienen nuestros ocios, algunos hombres de mentes privilegiadas hayan buscado y busquen el saber por el saber, motivados y alimentados por la sorpresa, la perplejidad o la duda, haciendo posible esas ciencias libérrimas (ciencias de base) que no tienen otro objetivo que el avance de sí mismas y el descubrimiento de verdades, si quiera provisionales.
Analizando la infancia de la ciencia y la filosofía, Gómez Pin enfatiza con toda razón este esencial vínculo entre ciencia-filosofía y libertad, pues libre es el hombre que puede actualizar y realizar plenamente su condición de ser de razón…
“Cuando la naturaleza deja de ser considerada en función de los beneficios que reporta, o es susceptible de reportar a través de la técnica, cuando lo que de ella buscamos son las reglas por las que se rige, cuando la intelección del orden natural es el objetivo, podemos afirmar que la ciencia ha comenzado, y se ha dado así un paso para que, más tarde, pueda emerger la filosofía. Pues, aunque la filosofía no es ciencia, tiene, sin embargo en esta, su primer peldaño” (Gómez Pín. Pitágoras, 2019).
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