No existe la identidad personal sin memoria genética y mental |
“Aquellos que desean recordar,retírense de la luz pública a una obscura intimidad”
Alberto Magno. De memoria et reminiscencia.
Quintiliano, el gran pedagogo hispanorromano mandó el
ejercicio continuo de este superpoder o sentido íntimo del hombre, porque el uso y
entrenamiento acrecienta la memoria como músculo de la inteligencia. Y es tan íntima
que sólo por ella alcanzamos identidad propia y, perdida la memoria, ya no
sabemos ni quienes somos ni quienes son nuestros hermanos. Esta venerable
pedagogía humanística contrasta con algunos de los experimentalismos psicopedagógicos
recientes, que desprecian la memoria por “mecánica”, afectando también con su
inepta generalización a la imprescindible memoria comprensiva y asociativa, sin
la cual no ha estudio que valga ni progrese o profundice.
Aristóteles consideraba a los agudos de ingenio flacos en el
retener de la memoria y más seguros en su conservación a los rudos de ingenio.
Tomás de Aquino le sigue también en esto y afirma que lo que cae en el blando
ingenio de los niños jamás se olvida. El Aquinate se mostró sagaz psicólogo
cuando hizo depender la intensidad del recuerdo y el poder de evocación de la
intensidad emocional de la vivencia que lo provocó. Lo nuevo, lo maravilloso,
lo admirado, lo sorprendente, lo conmovedor, lo que nos hizo felices o
desgraciados..., eso no se olvida. Las heridas del alma restan en su fondo como llagas
supurantes, incluso olvidadas conscientemente, y el recuerdo de una infancia
feliz nos hace fuertes, magnánimos y agradecidos.
Los antiguos celebraban la memoria del rey Ciro porque era capaz de llamar por su nombre a todos los de su ejército, así los personalizaba y comprometía en su oficio. Es un esfuerzo que debe hacer todo maestro y todo jefe si quiere ser reconocido como autoridad. Lo mismo se cuenta del emperador Adriano, que tenía memoria fotográfica. De Mitrídates, rey de Ponto, se dice que dominaba las veintidós lenguas que se hablaban en sus territorios; de Temístocles, que, como el Funes de Borges, lamentaba no poder olvidar nada de lo que había presenciado y vivido.
Todos los excesos son malos, así como es
fastidioso no poder olvidar lo que merece no ser recordado. Por eso, tan imprescindible
como un instituto de memoria histórica, sería otro de olvido histórico, ya que
hay recuerdos que no invitan precisamente a la concordia civil, sino más bien a la discordia, al rebrote del odio y el resentimiento sectario.
Los años debilitan la memoria, sobre todo la memoria
inmediata, por eso la abuela no sabe dónde dejó las gafas hace un rato, pero
sabe de qué color era su ramo de novia… Del emperador Claudio se dice que tenía
una memoria tan flaca que mandaba matar a uno y al día siguiente lo convocaba
para jugar a los dados. Herodes Ático, maestro de Marco Aurelio, tuvo un hijo
tan desmemoriado que fue incapaz de retener las primeras letras del abecedario.
Empeñado en que las aprendiera, el gran sofista y senador crio a su hijo con
veinticuatro chavales de su edad y a cada uno puso por sobrenombre una letra para
que su hijo las recordase.
El miedo altera y confunde la memoria. Los terroristas y los
autócratas lo saben y lo usan a fin de alterar el pensar del público, los
publicistas y propagandistas también usan las emociones para influir en los
recuerdos de la gente… Bajo amenaza, o temiendo por la vida o ilusionado con la
esperanza de un cambio a mejor, uno acaba olvidando lo negro o quedándose en
blanco. Le pasó a Demóstenes, el gran orador ateniense cuando marchó a la
corte de Filippo: acojonado ante la majestad del rey de Macedonia, se olvidó del
discurso que llevaba preparado. He visto a sesudos opositores quedarse balbuceando,
huir o echarse a llorar ante el temor del tribunal, después de una “encerrona”.
Platón y Aristóteles distinguía entre memoria y
reminiscencia, atribuyendo esta última sólo al humano, pues la reminiscencia
supone discurso, entendimiento y voluntad. A la memoria se la puede trabajar,
entrenar y curtir con arte y técnica, con la colaboración de su hermana
siamesa, la imaginación, y sus diversos juegos de asociaciones comprensivas. Estas “artes
memorativas” o mnemotécnicas se atribuyen en su origen al poeta Simónides de
Ceos (556-457 a. C.). Sí, los griegos antiguos inventaron casi todo lo moderno como
el teatro, la ciencia y la democracia, todo lo que civiliza al animal bípedo. Metrodoro
perfeccionó las artes de la memoria así como en el Renacimiento lo hicieron
Marsilio Ficino, Bruno y otros humanistas.
En su libro El idioma
de la imaginación (ed. tecnos, Madrid 2010), Ignacio Gómez de Liaño estudia
con detenimiento la Mnenosyne arcaica.
Si el hombre no vive sólo en medio de objetos estimulantes, dependiente de
incentivos exteriores, sino también ensimismado en significantes íntimos con
los que puede jugar a discreción, débelo a la memoria, a la diosa Mnenosyne,
madre de las artes. En ese “disco duro” orgánico que es nuestra facultad de
conservar lo representado y asociarlo, guardamos el o los nombres de usuario y
las contraseñas de todas nuestras actividades sociales.
En la Edad Media se incluyeron las artes de la memoria
dentro de la virtud de la prudencia siguiendo a Cicerón, que había dividido en De inventione la prudencia del alma
racional en memoria, inteligencia y providencia. Para san Agustín, Memoria es
el análogo del Dios-Padre en mí, “receptáculo colosal” del alma, “estómago del
espíritu”. Paradójicamente, para el obispo númida, el “vasto palacio de la
memoria” no ocupa espacio alguno.
También en Cartago, el gramático Marciano Capela escribe una
obra con el pintoresco título de Las
bodas de Mercurio y Filología en la que ofrece hermosas imágenes femeninas
para las artes liberales y la memoria. Cuatro siglos después Carlomagno
pregunta a Alcuino cómo incrementar la memoria. Este responde que leyendo,
escribiendo y evitando la embriaguez. En Bolonia, hacia 1235 Boncompagno da
Signa en su Rhetorica novissima se
esfuerza por recordar los gozos invisibles del Paraíso y los tormentos eternos
del Infierno, junto con la ruta de salvación, serán los temas principales del "mapa" de la
piedad medieval.
Alberto Magno y su discípulo Tomás de Aquino publicaron
sendas artes de la memoria en las que autorizaban el uso de imágenes sensibles
(metaphorica) para recordar
conceptos. Tomás insiste en el orden como requisito imprescindible para la
buena memorización y Alberto anota que los individuos mejor dotados para la
reminiscencia son los melancólicos. Tomás, por lapso afortunado, interpreta
“solitudo” (soledad) como “solicitudo”, así la solicitud entraña empapar con
afecto las cosas que se han de recordar. Esta es naturalmente la clave de una
buena pedagogía, hacer gustosas y amables las lecciones que se han de recordar.
Ramón Llull. De nova logica, 1512. |
En su Libro de la contemplación, Raimundo Lulio personifica a las tres potencias anímicas (memoria, inteligencia y voluntad) con tres hermosas y nobles damiselas que moran en un monte elevado:
“La primera recuerda lo que la segunda entiende y la tercera quiere; la segunda entiende lo que la primera recuerda y la tercera quiere; la tercera quiere lo que la primera recuerda y la segunda entiende”.
Lulio influirá en Giordano Bruno con su arte combinatoria de
ligazón algebraica y movilidad rotatoria, germen de nuestras computadoras, que
son básicamente memorias electrónicas.
A principios del XVI, el poeta veneciano Gjulio Camillo transforma el arte de la memoria con ideas herméticas y neoplatónicas. Las imágenes astrológicas y talismánicas cobran eficacia práctica y evocadora. En L’idea del teatro, dedicada a Diego Hurtado de Mendoza, humanista y embajador español, ofrece una síntesis mágica, astrológica y metafórica de su técnica mnémica. Este teatro estético entroncará con la corriente de los emblemas.
En la misma línea del misticismo astral, hermético y neoplatónico, Bruno pretenderá comunicar los secretos del alma y del mundo y la lengua de los dioses. Sobre la memoria escribió primero Clavis magna y luego publicó De umbris idearum (París, 1582), título que alude a la definición pindárica del hombre como “sombra de un sueño”. El arte de la memoria es para Bruno una especie de escritura interna. Compara su método con la cara de la estatua de Diana en el templo de Quíos, que a los peregrinos le parecía siempre triste cuando entraban y alegre cuando salían, y con la Y de Pitágoras, cuyos dos cuernos simbolizan la encrucijada de la vida y la angustia que acompaña a cada decisión. Las imágenes que usa han de tener siempre relación con lo que representan para que no se haga “arar a un perro o volar a un cerdo”.
El orden del conocer ha de seguir el orden del ser, pues son
correlativos, según nexos escalares de concatenación y conexión: “una cadena de
oro une el cielo con la tierra”. Bruno sabe que la inteligencia no puede operar
sin el concurso de la memoria y la imaginación. Matiza su doctrina de la
memoria como convertibilidad y plurivalencia combinatoria de ideas o “sombras
ideales”, afirmando contra Platón la existencia de ideas de cosas singulares.
En el Imaginum desarrolla Bruno un
sistema mnenómico más depurado, una enciclopedia mágica y figurativa del saber,
de esta forma convierte la física árida de Aristóteles en estimulante mitología
y animada ciencia hermética como si hubiera querido aplicar la sentencia de
Jung: “El mito es más individual y expresa la vida con más exactitud que la
ciencia” (cit. por Gómez de Liaño, op. cit. pg. 245).
Para Gómez de Liaño sería una simplificación calificar a
Bruno de irracionalista, a cuenta de la importancia que le concede a las
fuerzas afectivas y a la dinámica de las emociones. Por el contrario, le parece
más contemporáneo que moderno, lo cual puede notarse en otras obras suyas como
la Lámpara de las treinta estatuas
(1587) y en el De imaginum compositione,
último de sus tratados mnemónicos y al que Gómez de Liaño dedica el capítulo X
de El idioma de la imaginación con el
mismo título.
Geometría y aritmética (neopitagorismo) se aúnan y concilian
con el arte de la memoria. Por eso, en su tratado De la mónada de 1591,
deja escrito Giordano Bruno: “El orden de una figura particular y la armonía de
un número particular evocan todas las cosas”. Arriba, la figura del amor y la
figura del espíritu, de Articuli centrum…, Praga, 1588.
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