viernes, 3 de febrero de 2023

TOLERANCIA

 

François-Marie Arouet, más conocido por Voltaire

Una virtud imprescindible

Los teóricos clásicos del liberalismo, el británico John Locke (1632-1704) y el francés Voltaire (1694-1778) fueron campeones de la tolerancia: "Puesto que todos estamos llenos de debilidades y de errores, perdonarnos recíprocamente nuestras tonterías es la primera ley de la Naturaleza" -escribió Voltaire en su Diccionario filosófico (1765). 

El filósofo refiere principalmente a la tolerancia religiosa y lo hace con un concepto propio de la moral cristiana, el "super-don": el perdón, que se otorga graciosamente, pues nada obliga a perdonar. El creyente, budista, cristiano, musulmán, marxista o fascista, que opine que toda la Tierra debe profesar su fe -musulmana o cristiana o judía...- es, por consiguiente, enemigo de todos los terráqueos que no se hayan convertido, enemigo de la mayor parte de la humanidad. "Todo particular que persigue a un hombre, su hermano, porque no opina como él, es un monstruo" -sentencia Voltaire.

Lo que afirma John Locke en sus Epístolas de Tolerancia (1689-90) es que la actuación de los poderes públicos no puede servir a un propósito religioso ni basarse en consideraciones de fe. Las razones religiosas quedan excluidas así como fundamento legítimo de las acciones civiles.

John Locke

Voltaire también denuncia cómo por debajo o por encima de la intolerancia religiosa se suele esconder o imponer una intención política. Por eso Francisco I no tuvo escrúpulos en aliarse con los musulmanes cuando guerreaba con Carlos V, muy cristiano también. Por su parte, las masas tienen necesidad de supersticiones "como el gaznate del cuervo tiene necesidad de carroña". Ya la Iglesia cristiana estuvo desunida desde su cuna, aunque hoy sea la que inspira más tolerancia, pues las cruzadas son cosa del pasado, no existe un terrorismo cristiano y los cristianos consienten otras confesiones en sus geografías tradicionales. 

"La discordia es el gran mal del género humano, y la tolerancia su único remedio". Por eso, toda secta es para Voltaire una equivocación y un peligro social. No hay sectas de geómetras, ni de algebristas, ni de entomólogos, ni de cirujanos, porque estos no necesitan del sectarismo obscurantista para acreditar sus verdades.

Debemos considerar a la tolerancia una virtud o excelencia propia de la civilización, y civilizadora, heredera del perdón cristiano. Según la Unesco: "Es la clave de bóveda de los derechos del hombre, del pluralismo, de la democracia y del Estado de Derecho". Y sin embargo, como lamenta Manuel Toscano Méndez(1), no se pondera con la misma fuerza otra virtud capital para el pluralismo como es la moderación

¿Es la tolerancia una virtud sobrevalorada?

Denuncia con razón Manuel Toscano la inflación de expectativas en torno a una virtud tan modesta como la tolerancia, un hábito que exige un aprendizaje complejo, una educación democrática: aprender a escuchar a los demás, reconocer la diversidad cultural, apertura comunicativa y disposición hacia el común entendimiento y búsqueda de consensos, reconocimiento de que ninguna concepción del mundo ni religión, ninguna filosofía, tienen el monopolio de la verdad. "Es una forma de libertad: estar libres de prejuicios, libres de dogmas(2).

Locke ya sabía que no nacemos libres, sino que a la libertad llegamos a través de la educación, que exige disciplina al entendimiento. Saber disciplinar la mente es requisito para que ella nos ayude a hacernos libres y tolerantes con las libertades ajenas. Sin disciplina no hay educación y, por tanto, tampoco tolerancia. Las pasiones sólo son útiles y libres si están disciplinadas. "Disciplina" es, etimológicamente, la virtud propia del discípulo: "La educación requiere una mente disciplinada. Avanza más un corcho en un remolino que una mente que no es rigurosa y disciplinada mientras conoce" (cita de Locke en "Palabra Maestra"). 

El exceso de distracciones y de estímulos mediáticos y lúdicos hace difícil la disciplina metódica de la mente, su poder de atención y de concentración voluntaria de la atención disminuye, de ahí el problema del llamado "síndrome de falta de atención e hiperactividad" que dificulta la educación de muchos alumnos en nuestras instituciones, y eso entre otros males y deficiencias "políticas", como el desprecio de la excelencia escolar a la que venimos llamando "disciplina", palabra que, como "voluntad" ha desaparecido completamente de las leyes educativas y de la ideología psicopedagogía en que se inspiran.

¿Cómo evitar que la tolerancia se convierta en pensamiento débil y en concesión o condescendencia con el mal? ¿Debemos tolerar la mutilación sexual femenina porque es práctica cultural aceptada en multitud de regiones por numerosas etnias, tribus y familias? ¿Debemos tolerar el matrimonio infantil, la poligamia, la pederastia, la sanciones crueles previstas por la ley islámica? 

A lo mejor debemos restringir la virtud de la tolerancia a una especie de resignación y aceptación estoica ante las diferencias que no gustan ni se tienen por buenas o correctas, pero que se toleran para no ser tachado de racismo o de etnocentrismo. Entonces, si toleramos una mala acción en un infante, ¿no pensará por ello mismo que es acción correcta, no hará de ello hábito y mal carácter? ¿No estaremos confundiendo tolerancia con complicidad y connivencia con el mal?, ¿no será eso mismo la esencia de un pésimo condicionamiento de la conducta, característico de una mala educación?

Una excelencia paradójica 

El hecho es que no se dice que toleremos las diferencias por las que sentimos curiosidad, que nos atraen o que respetamos, sino que parece que se nos pide tolerancia para lo que consideramos intolerable. De ahí que se trate de una virtud paradójica(3). Aquello que se tolera le parece malo y rechazable a quien lo tolera. O sea, que alguien es tolerante sólo si está en disposición de no serlo. 

Ernesto Garzón Valdés ha enumerado las condiciones de la tolerancia: 1. El rechazo que produce lo que se tolera; 2. La posibilidad de intervención, denuncia, prohibición, reproche, etc.; y 3. La omisión de dicha intervención que resulta de la ponderación de razones a favor y en contra de permitirlo o prohibirlo.

Pongamos un ejemplo: el de la madre que intuye que el novio de su hija, con antecedentes policiales, es un haragán con posibilidades de convertirse en maltratador, pero que no se opone al noviazgo de su hija por temor a que esta se vaya de casa o rompa con ella. Tenemos entonces un conflicto de razones o de motivos.

Jorge Freire escribe que toleramos para evitar conflictos(4). ¿No será también que tememos una reacción adversa, o incluso violenta del tolerado? Tolerar es así, como en el lenguaje de la medicina, ingerir algo sin reacciones adversas, 'tragar' lo que nos asquea moralmente, aguantar a la persona que nos disgusta o soportar sus actos, que consideramos feos o perversos. Freire contrasta la tolerancia con el respeto. Este es un miramiento, el del que acepta al compañero o semejante tal y como es (re + spectum, remiramiento). La tolerancia, por el contrario, es una mirada al sesgo, de soslayo. "No me gusta lo que estás haciendo o diciendo, pero ¡vamos a llevarnos bien!". Se sabe que en general, el varón (su fisiología) tolera mejor el alcohol  que la mujer, pero en ambos casos, el alcohol afecta negativamente al hígado e intoxica. En cualquier caso, lo que se tolera es carga y mal.

En las parejas bien avenidas y en los matrimonios felices la tolerancia resulta imprescindible. Es verdad que uno puede convivir con otra persona gustosamente cuando acepta lo que no le gusta de ella, su lado obscuro, cuando admite también sus defectos (y todos los tenemos como dice Voltaire), cuando acepta sus limitaciones con familiar respeto.

Toscano -al contrario que Freire- distingue el tolerar del padecer o soportar, "pues en el último caso está ausente la posibilidad de impedir o interferir. En uno de sus libros ("el mejor", según Freire, pero evita decirlos cuál tiene por "mejor") María Zambrano escribe: 

"Tolerarse es soportarse, y, aunque es algo, no es creador ni caritativo. Convivir es más: es que las pasiones fundamentales, los anhelos, marchen de acuerdo. Es compartir el pan y la esperanza".

¿Podemos acusar a la sociedad democrática, por tolerante, de permisiva y hasta de cómplice con el mal? Un jefe o una directora, que hacen dejación de autoridad por no ser acusados de autoritarios y consienten lo intolerable, ¿no son frecuentes en la sociedad que hace de la libertad un valor supremo? ¿No podrá mandar callar a la justicia el exceso de tolerancia? ¿No se confunde la tolerancia con ese intelectualismo moral -de pretensiones socializantes- que presupone que el mal es siempre hijo de la penuria, la injusticia social o la ignorancia? "Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen", son las palabras del Evangelio que expresan el socratismo de Jesús en la cruz.

Humor gráfico de Chumy Chúmez.
¿Puede el exceso de tolerancia hacer callar a la justicia?

La inhibición de prohibir o de impedir lo intolerable no es necesariamente una condición de las sociedades democráticas si en ellas rige el imperio de la ley. 'Dura lex, sed lex'. De hecho, las sociedades que llamamos "avanzadas" reglamentan exhaustivamente los límites de las conductas toleradas, según el principio de que sólo está prohibido lo que la ley no prohíbe expresamente, pero la ley cada vez prohíbe más cosas en ellas. Prohíben por ejemplo la acampada en espacios naturales, salvo en sitios determinados para ello, o el derecho a fumar incluso en espacios abiertos, imponen el seguro obligatorio de vehículos motorizados, etc. Sin duda, en una sociedad democrática desarrollada no vale el "todo vale", sino sólo lo que las leyes, cada vez más leyes, consienten, cada vez menos.

Tolerancia, indiferencia y escepticismo

En una Academia de Ciencias o de Historia sería inaceptable la consagración del escepticismo en su estatuto fundacional. Tal vez por eso Chesterton decía de la tolerancia que es "la virtud de la gente que no cree en nada". Sin embargo, el acto tolerado es precisamente objeto de rechazo porque lesiona una convicción del sujeto tolerante. Por definición, la persona que tolera debe tener al menos alguna creencia importante que pueda ser lesionada, por ejemplo, que el humo del cigarrillo es tóxico, aunque no por ello se queje o prohíba al compañero o al amigo que fue mientras conversan, porque, por ejemplo, prefiere preservar su compañía y amistad. 

Como explica Toscano no podemos decir que la tolerancia sea hija de la incredulidad o de la indiferencia. Si me trae sin cuidado la religión de un vecino, sus gustos sexuales o el escote de mi hija, no hay lugar para la tolerancia. El tolerante tiene razones para condenar algo que le disgusta, pero por alguna razón se abstiene de hacerlo (por ejemplo no quiere perder el cariño de su hija), como si el remedio fuese peor que la enfermedad. Quienes acusan al tolerante de tibio aducen que, aunque puede ser que Tolerancia no sea hija de Indiferencia y Escepticismo, tal vez sea porque Tolerancia es madre de Inmoralismo y del Todo-vale, hermano siamés del Nada-vale, es decir, Tolerancia es madre del nihilismo.

Tolerancia y personalización. ¿Se deben tolerar privilegios?

D. Heyd -citado por Toscano- propone un modelo alternativo al de conflicto de razones para explicar la esencia de la tolerancia. Apela a un desplazamiento de la atención, de las acciones que rechazamos al agente que las ejecuta. La idea clave de este cambio perceptivo estaría en la personalización, por la que pasamos de un juzgar creencias o prácticas con abstracción del sujeto que cree o actúa, a su dimensión personal. 

Pero ¡esto sería como tolerar que Hércules robe las vacas de Gerión y asesine a su guardián, porque es Hércules! A Hércules, por ser quien es, se le consiente todo. En una sociedad democrática no se deben tolerar privilegios. La tolerancia sería para Heyd una excelencia perceptiva estimulada por el cambio de perspectiva, desde los actos tolerados a la dignidad y autonomía del agente. Claro que puede ser que el agente, como el niño mimado y con exceso de autoestima, no merezca ni tanta dignidad ni la exagerada libertad que le consentimos. Además, es bastante difícil, si no absurdo, que podamos tener presentes simultáneamente las dos figuras: la de las razones para prohibir y las razones para permitir.

Razones de segundo orden

Para explicar la tolerancia como virtud es mejor introducir como hace Toscano el concepto de razones de segundo orden manteniendo la noción de "razones en conflicto", para preservar la diferencia cualitativa entre razones de primer y de segundo orden. Por estas últimas entiende Toscano aquellas que refieren a las que tenemos para actuar o no actuar de modo reflexivo, por lo que también podríamos llamarlas "razones reflexivas", propias de la razón en su uso práctico. Tal sería el caso de la llamada "razón excluyente" propuesta por Josep Raz. La tolerancia sería una permisión basada en razones excluyentes, como cuando toleramos que un asesino confeso de niños siga viviendo, porque creemos inútil o contraria a derecho la pena de muerte... 

"Está permitido hacer o toleramos x (que el pederasta asesino siga viviendo), a pesar de haber una razón para impedir x (hay razones para ejecutarlo), si hay razones de segundo orden para excluir esas razones en contra (la opinable ilegitimidad de la pena de muerte)".

Una virtud de mínimos. Lo intolerable

En cualquier caso, la tolerancia es una virtud de mínimos. Paradójicamente, no hay tolerancia sin una intolerancia previa, es decir, sin razones válidas para condenar lo desagradable, erróneo o nocivo. Y además, hemos de reconocer la existencia de lo intolerable, de la maldad ejercida a sabiendas, cuando no es posible hallar razones reflexivas de segundo orden para permitir, por ejemplo, el abuso de menores, el maltrato doméstico, la explotación de migrantes "sin papeles", la opresión de las mujeres, la evasión de impuestos, el robo o el asesinato. Incluso ciertas formas fanáticas de intolerancia -como las denunciadas por Voltaire- resultan hoy intolerables.

Hemos de tener en cuenta que, si bien en las sociedades democráticas se proclama el principio de tolerancia en el sentido de que nadie es perseguido, castigado o condenado por sus ideas políticas, no deja de ser un modo de castigo el no ser premiado por ellas, siendo así que algunos lo son cuando acceden a ciertos puestos públicos, no por sus méritos sino por ser "de la cuerda del partido gobernante", nacionalista o no nacionalista, conservador o progresista, de izquierdas o de derechas. La tolerancia pasa entonces por pretexto "ideológico" (en el sentido marxiano de falsa conciencia) para la pseudolegitimación de privilegios. La diferencia se tolera precisamente porque la identidad con el poder se recompensa o gratifica.

Si no hubiera buenas razones para prohibir o evitar, la misma tolerancia estaría de más, resultaría superflua o arbitraria. De ahí la necesidad perentoria -como explica Toscano- de sustituir el elogio exagerado de la tolerancia por una consideración crítica de sus versiones, atenta a sus motivos y justificaciones, pues se dan en nuestras sociedades especies degradadas de tolerancia que mejor haríamos en llamar complicidades, formas insensatas e inciviles de connivencia con el vago, el sedicioso, el oportunista, el malversador o con el ladrón y con el criminal. 

Una virtud necesaria

Sin embargo, un orden social y cultural pluralista no puede prescindir de este "lubricante de las relaciones personales" que es la tolerancia, pues el ejercicio de derechos siempre supone costes para otros (caso del derecho de expresión o el "derecho" al aborto) y sería ilusorio creer que "el arte de la convivencia pacífica" (en expresión de Francisco Tomás y Valiente) depende sólo del código penal y del sistema judicial, y para nada de las actitudes cotidianas del común de los ciudadanos, en lo público y en lo privado.

Tal vez no tolere, al vez perdone, pero no olvida.
Lo mejor de Chumy Chúmez, Planeta 1992.

Puede que en algunos casos la memoria muestre su vena piadosa ofreciéndonos el perdón o la tolerancia de una ofensa pasada mediante su olvido. "Perdono, pero no olvido", se dice a veces. Es una buena estrategia, pues la tolerancia no debe degradarse tampoco en la candidez del pánfilo que fácilmente se convierte en tonto por bueno y objeto de todas las injusticias o infamias. Nadie debe tolerar un trato indigno.

Notas

(1) "La tolerancia y el conflicto de razones", en Ciudadanía, nacionalismo y derechos humanos, Manuel Toscano et al., Trotta, Madrid 2000, pgs. 171ss.
(2) Proposiciones preliminares, "Año para la tolerancia", UNESCO, 1995.
(3) B. Williams. "Toleration: An Impossible Virtue?, cit. por Toscano (v. nota 1).
(4) ABC cultural: Jorge Freire, "Contra la tolerancia", 28 de Enero 2023, pg. 15.