viernes, 3 de diciembre de 2021

ARGUMENTOS CORNUDOS



DILEMAS RETÓRICOS

Los sofistas fueron los primeros profesionales de la enseñanza superior. Los más famosos, como Gorgias y Protágoras, llegaron a cobrar importantes sumas por instruir en lo que hoy llamaríamos Humanidades –o parte de ellas- y en la Edad Media se llamó Trivium (Gramática, Retórica y Dialéctica). Los sofistas instruían y formaban en Elocuencia. Para ser elocuente había que conocer los lugares comunes de la historia, de la poesía lírica, del teatro, los mitos y leyendas, que también servían de ejemplos y tópicos para argumentar, para “llevarse el gato al agua” o arrimar “el ascua a la propia sardina”…, en fin, para hacer creer a los demás que uno lleva razón y sabe lo que dice, aunque no la lleve ni lo sepa.


En una sociedad abierta, mercantil, de derecho y democrática, lo más útil si se ambiciona el poder o se quiere vender bien lo que uno produzca o trafique es saber argumentar (publicitar), así que las humanidades eran entonces, y lo siguen siendo, sumamente útiles, aunque la insensatez tecnocrática lo ponga en duda. Toda propaganda tiene su poética y, con la publicidad comercial, son la retórica dominante de nuestros días, articulan el ruido mediático. Los sofistas traficaban con palabras, el control y uso eficaz de la palabra era su mercancía, ¡pero es precisamente la palabra lo que nos humaniza!, instrumento esencial de comunicación.

Pues bien, Evatlo o Evatolo, ansioso por instruirse en las artes persuasivas y en la oratoria judicial concertó con Protágoras un caro curso privado. Le pagaría la mitad de su tarifa al principio y la otra mitad cuando ganase el primer juicio como abogado. Sin embargo, pasaba el tiempo y Evatlo eludía ejercer para no tener que pagar su importante deuda al maestro. Entonces, el gran sofista de Abdera le demandó:

- Te crees muy listo, muchacho, pero me pagarás si los jueces fallan contra ti, y así mismo tendrás que pagarme si fallan a tu favor, porque esa fue precisamente la condición de nuestro acuerdo.

Evatlo, no obstante, emuló al maestro:

- Lamento mucho, admirado maestro, que tus mismas enseñanzas te fastidien y se vuelvan en tu contra. No te pagaré de ninguna manera. Si los jueces se ponen de mi parte, ambos tendremos que apechugar con la sentencia; si pierdo el juicio, no se cumplirá la condición de nuestro contrato y, por consiguiente, tampoco tendré que pagarte.

La anécdota la recogen Aulo Gelio, Diógenes Laercio y Apuleyo... Nuestro humanista Pedro Mejía, cronista imperial de Carlos I, enuncia así el asunto hacia 1545 en su Silva de varia  lección: “De un pleito que hubo entre un discípulo y su maestro, tan sutil y dudoso, que los jueces no supieron determinarlo; y queda la determinación al juicio del discreto lector”.

Ingenioso instrumento pedagógico, ¡ideal para dar que pensar a los estudiantes de lógica, retórica y dialéctica!, porque el relato ilustra el argumento “casi-lógico” que san Jerónimo llamó ”argumento cornuto”, una especie de dilema. Los cuernos del dilema son las dos alternativas que se ofrecen al razonamiento. Se elija lo que se elija, ambos cuernos apuntan a un mismo resultado concluyente.

Más antiguo aún es el modelo que se atribuye a Córax, legendario inventor de la Retórica como técnica suasoria. Tisias, discípulo de Córax, rehúsa ante los jueces pagar al maestro arguyendo lo siguiente: Que el maestro le había prometido el arte (tejné) de convencer a cualquiera, y si ha cumplido entonces debe aceptar que el alumno le persuada de que no puede ni debe pretender una compensación económica por su trabajo; y si no le ha enseñado su arte, entonces no merece cobrar. El maestro Córax, zorro viejo, replica con otro dilema: Si Tisias consigue convencerle a él y a los jueces, entonces es que ha mantenido su promesa y debe pagarle; y si no consigue persuadir al personal, también debe pagar como perdedor del juicio, tanto el salario del maestro como las costas del proceso.

El cuento tiene su moraleja. Los jueces exclamaron: “¡A tal cuervo (“Kórax” significa en griego cuervo), tal polluelo!”, conclusión basada en la etimología, que es otro recurso retórico que también podrían usar nuestros políticos si tuvieran tiempo para estudiar la historia de su idioma, que es el instrumento ineludible para conseguir electores generosos.

Un dilema igualmente famoso e impecable es el de Hugo Grocio para demostrar que la tortura no permite al torturador descubrir la verdad: O bien el torturado es lo bastante fuerte para soportar el dolor de los tormentos y, en este caso, callará o dirá lo que quiera; o bien es débil y se dejará vencer por el sufrimiento y, entonces, dirá incluso falsedades con tal de que cese el dolor.

Debo a mi padre un hermoso dilema de filosofía parda, expresado mediante hipótesis y preguntas retóricas: “Si la vida es alegre, ¿por qué entristecerla?; y si es triste, ¿por qué no alegrarla?”. Los dos cuernos de las preguntas apuntan a una misma conclusión, que se elude y deja para que el receptor extraiga la consecuencia: es preferible en cualquier caso la alegría a la tristeza.

En su novela Ciudadano de la galaxia (1957) Robert Heinlein atribuye a su personaje Baslin el Lisiado la siguiente argumentación cornuda: A un sabio no se le puede insultar, dado que la verdad no puede ofenderle y la mentira no es digna de ser tenida en cuenta por un sabio. El lector sagaz verá que en este caso, como es frecuente en la vida política y comercial, primero se concluye (se dogmatiza) y luego se argumenta (se razona).

La conclusión, como creencia firme (lo sea o no lo sea) suele ir por delante, como la aseveración famosa “no es no”. En este caso, obviamente no se trata de un dilema, sino de una tautología, una evidencia indudable, una verdad de Perogrullo y, por lo mismo, una vaciedad rotunda.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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