viernes, 21 de febrero de 2025

EL GUSTO ESTÉTICO

 


(Reflexión sobre el "I like")

"Para gusto los colores" -dice la gente- y "sobre gustos no hay nada escrito". Lo primero es admisible porque no hay argumentos definitivos para probarle a alguien que el verde es mejor que el amarillo porque relaja, tal vez quien prefiere el amarillo no desee tanto relajarse, sino excitarse. Pero lo segundo, que sobre los gustos no se ha reflexionado ni escrito último es falso. Los filósofos, los poetas, los escritores -como Pío Baroja- han escrito mucho y bueno sobre el mal y el buen gusto. Y a los antropólogos, etnógrafos y sociólogos les interesa la diversidad de gustos de los distintos pueblos, de las diferentes culturas y unidades sociales, y descubren en sus gustos patrones, intenciones, voluntades de representación simbólica. También los psicólogos han escrito sobre gustos, sus tendencias y modas...

El gusto tiene que ver con el sentido común, incluso es posible reducir el primero al segundo. Como creía Kant, el gusto es susceptible de formación y perfeccionamiento. El gusto, como el olfato, el oído o la vista, puede y debe educarse. Es obvio que no nos referimos aquí a las papilas gustativas sino al sentido apreciativo de la belleza o el interés estético en general. Y puede que la belleza no sea el único ni siquiera el más importante de los intereses estéticos.

Explica Gadamer que originalmente el concepto de gusto fue más moral que estético y que en el origen de su historia como concepto propio de las bellas artes hallamos a Baltasar Gracián, autor que tanto influyó en la cultura alemana. Gracián consideraba que el gusto sensorial, animal, contiene ya el germen de la distinción que realizamos en el juicio espiritual sobre los seres. El discernimiento sensible que opera el gusto, recepción o rechazo, disfrute o asco, no es mero instinto, sino que contiene ya algo de libertad espiritual al distanciarse de las necesidades más urgentes de la vida. 

Baltasar Gracián (1601-1658)


Gracián considera el gusto como una primera espiritualización de la animalidad y añade que la cultura no sólo depende del ingenio, sino también del gusto. No son sólo nuestros "sentidos materiales" los que despiertan la admiración ante lo hermoso, sino también las potencias del alma cuanto nos entregamos a sublime contemplación. De ellas depende el realce espiritual del gusto (v. El Criticón, I, Crisi 3ª) . 

Igual que la persona de buen paladar puede cultivar su olfato y matizar sabores para su sensual disfrute, e incluso hacer de ello un oficio como el del enólogo, el ideal gracianesco de hombre culto, de persona civilizada, el discreto, habrá de ser un "hombre en su punto" alcanzando con la justa libertad de la distancia respecto de la necesidades y utilidades, una superior capacidad para elegir y distinguir consciente...

"Nace bárbaro el hombre; redímese de bestia cultivándose. Hace personas la cultura", sentencia Gracián como principio de acción, recomendado en su Oráculo Manual.  Y ese cultivo no es sólo el de la memoria, la inteligencia, la voluntad..., sino también el del gusto. La cultura misma es aliño de buen gusto. Y no sólo ha de estar bien aliñado y con buen gusto el entender: "también el querer, y más el conversar" (Ibidem). El gusto es relevante, porque... 

"Cave cultura en él, así como en el ingenio; realza la excelencia del entender el apetito del desear, y después la fruición de poseer. Conócese la altura de un caudal por la elevación del afecto [...]; así como los grandes bocados son para grandes paladares, las materias sublimes, para los sublimes genios [...]. Péganse los gustos con el trato, y se heredan con la continuidad: gran suerte de comunicar con quien lo tiene en su punto" (Oráculo Manual, 65).

Sabe Gracián de la estrecha relación del gusto con el deseo, el placer, los afectos, pasiones y emociones, con la educación y la comunicación. Hoy diríamos con los Medios de Comunicación, que tan poderosos se han vuelto en el diseño, fabricación y adulteración masivo de almas y gustos. 



El buen gusto es así un ideal moderno que plantea una nueva sociedad cultivada, en la que los individuos y sus estatus ya no se reconocen por nacimiento o rango, sino por la calidad y comunidad de sus juicios y comportamientos. El buen gusto, "la gala del vivir" del Discreto es también un bel portarse. El buen gusto alcanza así la categoría de actitud, y también la de un modo de conocer como capacidad de distanciamiento respecto de uno mismo y de sus preferencias privadas, que aspira a una generalidad. Son perceptibles sus atributos: "admiración calificada", gracia, donaire, donosidad, cortesía, discreción, apacibilidad, templanza del genio, decoro, cordura... En una palabra -concluye el jesuita aragonés- el buen gusto hace al genio genial.

Y esto, aun admitiendo como hacía Kant que en cuestiones de gusto puede haber riña, pero no discusión, dado que en este ámbito no es posible hallar baremos conceptuales generales que pudieran ser reconocidos por todos. Para Gracián como para Nietzsche la ascesis del estilo propio, personal, es regla de vida. Para el alemán sólo una cosa es necesaria "dar estilo al carácter" conociendo sus fuerzas y flaquezas, ostentando las primeras y ocultando las segundas, haciendo realces de los defectos, según un plan "concebido con buen gusto"...

"Aquí se ha enmascarado una fealdad que no se podía corregir, allá, ha sido metamorfoseada, se ha hecho de ella una belleza sublime [...]. Los genios fuertes y dominadores serán los que gocen de los placeres más sutiles de esta coacción, esta esclavitud, esta perfección dictada por su ley personal [...]. Al contrario, los genios débiles, los que no se dominan a sí mismos, odian la servidumbre del estilo" Gaya ciencia L. IV.
Es evidente la conexión del gusto con las fobias y filias,
los deseos, los afectos y la comunicación de masas.

 Sin embargo, el gusto no es sólo una mera cualidad privada, pues aspira a ser buen gusto y su dictamen, el del hombre de buen gusto, incluye una pretensión de universal validez, siendo parecido a un sexto sentido que se alcanza por formación y se educa, un sentido espiritual. Desde este punto de vista el "mal gusto" no es lo contrario del buen gusto, sino la ausencia de este sentido estético, ganado por una sensibilidad consciente de sí, trabajada y atenta tanto al conjunto como a los detalles.

La moda -dice Gadamer- es otra cosa, una costumbre efímera y susceptible de cambiar. Unamuno llamaba a la moda la máscara de la muerte, porque es esencialmente pasajera y efímera. Regula a su capricho sólo las cosas que sin perjuicio igual podrían ser de otra manera. Es un hecho que la moda crea una dependencia social, que tasa alto el gregarismo de nuestra raza. Obliga a respetarla. Por eso tal vez Kant creía que es mejor ser un loco en la moda que contra la moda, aunque es locura también tomarse la moda en serio. A fin de cuentas y aunque las apariencias engañen, "la buena exterioridad es la mejor recomendación de la perfección interior" (Gracián. Oráculo manual y arte de prudencia, III, 2.). Uno debe adaptarse al medio, pues los tiempos mudan el discurrir y el gustar: 

"no se ha de discurrir a lo viejo y se ha de gustar a lo moderno. El gusto de las cabezas hace voto en cada orden de cosas; ese se ha de seguir por entonces, y adelantar a eminencia: acomódese el cuerdo a lo presente, aunque le parezca mejor lo pasado, así en los arreos del alma como del cuerpo. Sólo en la bondad no vale esta regla de vivir: que siempre se ha de practicar la virtud." (Ibidem, II, 2. C, 120).

Frente a la moda, el gusto es capacidad de discernimiento, relativamente indiferente al contagio social de "lo que priva" o "se lleva" o "se considera anticuado". Sin embargo, el buen gusto no tiene otro remedio para ser reconocido como tal que adaptarse a la moda, aun sin someterse del todo a ella ni exagerarla. Incluso adapta las exigencias de la moda al propio gusto "marcando tendencia" o creándola casi de la nada. Uno mantiene así su estilo adoptando la moda con mesura y no siguiéndola a ciegas. El buen estilista conserva su criterio y sólo adopta lo que cabe en él y tal como quepa en él. El Discreto proteico de Gracián nunca incurre en el peligro de condenar solo lo que a muchos agrada: "antes loco con todos que cuerdo a solas". Su héroe camaleónico (versión política de Don Juan) siente con los menos y habla con los más, pues "si es sola la cordura, será tenida por locura".



Frente a la tiranía de la moda, el buen gusto conserva una libertad y superioridad específica. Su asentimiento no depende de una comunidad empírica, sino de una comunidad ideal. Es pues una manera propia de conocer aunque no pueda reconducirse a reglas ni conceptos. O no del todo. Pertenece al ámbito de la capacidad reflexiva del juicio que comprende en lo individual lo general, lo concreto por referencia a un todo, si el objeto que gusta, o el texto al que premio con un "I like" es adecuado, decorativo, elegante, "fino", sublime, bello... lo mismo un paisaje, un jardín, una taza o una obra de arte. El buen gusto no refiere sólo a la naturaleza y el arte, sino que se despliega también en lo bello del comportamiento, lo elegante, diría Ortega, es decir, en la realidad moral de los hombres. 

Como insinúa Gracián, dar gusto, o sea agradar, vale incluso para agredir, y para hacer amistades y conservarlas. "Al contrario está otros puestos en no dar gusto, no tanto por lo cargoso, cuanto por lo maligno, opuestos en todo a la divina comunicabilidad" (Ibidem, II. 2. 65.). Algo parecido a la vocación de hacerse grato podemos decir respecto a la recíproca de agradarse o saber estimar, pues "ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo; ni hay quien no exceda al que excede. Saber disfrutar a cada uno, es útil saber" (Oráculo Manual, III, 1. "Arte de agradar"). 

En El Criticón (I, 3ª), aun reconociendo que este universo "se compone de contrarios y se concierta de desconciertos" se pondera y exalta lo admirable de su portentosa fábrica, de su variedad (biodiversidad), se reconoce la hermosura de sus criaturas y la manera enigmática en que coexisten mudanza y permanencia. Dios, escondido en sí, se disfraza en sus criaturas, lejos y cerca a la vez, conocido e invisible, como "Príncipe retirado a su inaccesible incomprehensibilidad". Con razón definió la filosofía este mundo como espejo divino o como libro donde en cifras de criaturas pueden estudiarse las divinas perfecciones... 

"Convite es, dijo Filón Hebreo, para todo buen gusto donde el espíritu se apacienta. Lira acordada, le apodó Pitágoras, que con la melodía de su gran concierto nos deleita y suspende. Pompa de la majestad increada, Tertuliano, y armonía agradable de los divinos atributos, Trismegisto" (Gracián, Ibidem, las  cursivas son nuestras).

Como Gracián o Leibniz, también Kant otorga un cierto peso moral al hecho de que a alguien le pueda gustar la naturaleza. La varia naturaleza quiere ser atendida y admirada y la Admiración no es sólo condición de la filosofía, como dijo Aristóteles, sino que, siendo como es hija de la ignorancia, también es madre del gusto. No se admiran los que no advierten. Nos sorprenden a veces las cosas no por grandes sino por nuevas, y despreciamos los superiores empleos por demasiado conocidos, "y así andamos mendigando niñerías en la novedad para acallar nuestra curiosa solicitud con la extravagancia" (El Criticón, I, 3ª).

Sin embargo, ni el gusto, ni siquiera el buen gusto pueden ser fundamento del juicio ético, por mucho que la insensatez narcisista y el halago publicitario hagan del gusto hoy criterio de lo justo, pero el buen gusto forma parte del juicio moral como su ratificación más acabada. Aquel a quien lo injusto le repugna puede estar seguro de su buen gusto. La ética clásica de los griegos, la ética de la mesotes creada por Aristóteles es, en su sentido más profundo y abarcante, una ética del buen gusto, que puede interpretarse peligrosamente -caso de Nietzsche- en un esteticismo. Como dijo Roberto Calasso, la justificación estética de la existencia no es un invento de Nietzsche, aunque el poeta bigotudo le pusiera nombre. 

Algunos (haters) prefieren difundir su desagrado,
antes que su agrado, su I D'ont Like: su No me gusta.

El esteticismo corre el riesgo de subordinar lo bueno a lo bello, cuando este no es más que su esplendor aparente y, a veces, un brillo y reclamo engañoso cuando se trata de una belleza aparente, cosmética, exterior. El diablo adopta poses bellas y postureos seductores. Por eso Kant limpió la Ética de todos sus momentos estéticos y vinculados al sentir, aunque el precio fuese apartar el problema del gusto del centro de la Filosofía (Gadamer. Verdad y método, Salamanca 1988, pg. 73).

Según Gadamer, con Kant, la relación entre el gusto y el genio se altera. El buen gusto ya no limita y modera las expresiones del genio, sino que el concepto de este acaba por convertirse en el más comprensivo, al tiempo que se desprecia el fenómeno del (buen) gusto. El romanticismo sacará partido de este desequilibrio, pero hoy padecemos las consecuencias del mismo: sin mediar el criterio del buen gusto cualquiera se tiene por genio y exhibe sus síntomas patológicos y hasta sus excrementos como señales, o basta el señuelo del escándalo, la novedad o la extravagancia para acreditarse como genio de las artes. Si la sensibilidad selectiva que constituía el buen gusto tenía con frecuencia un efecto nivelador respecto a la originalidad de la obra de arte "genial", evitaba con ello lo excesivo. El movimiento del Sturm und Drang recusará y hasta atacará la doctrina del buen gusto. Sin embargo, el mismo Kant había tenido en cuenta la idea de una perfección del gusto y por tanto su dimensión normativa. 

Contra dicha dimensión normativa se levanta fácil el escepticismo estético, pues que el gusto y lo considerado como buen gusto cambia es evidente. Puede que el gusto represente una dimensión restrictiva de lo bello, pero no contiene su auténtico principio. "La idea de un gusto perfecto se vuelve así dudosa tanto frente a la naturaleza como frente al arte" (Gadamer). La moda lo prueba, y ello a pesar de que el milagro del arte, la misteriosa perfección inherente a sus creaciones más logradas, tienda a mantenerse visible en todos los tiempos. Kant ensayó una estética autónoma y libre del baremo del concepto; en lugar de buscar un arte "verdadero" fundamentó el juicio estético en el a priori subjetivo del sentimiento vital, en la armonía y libre juego de nuestra capacidad de conocimiento en general, esencia común a gusto y genio. Evita así la caída en el irracionalismo del culto decimonónico al genio. Kant habla del disfrute estético como "acrecentamiento del sentimiento vital", anticipando el concepto de vivencia (Erlebnis) como verdadero acontecimiento consciente. Gadamer nombra al poeta Friedrich Schiller (1759- 1805) como momento en que la idea trascendental del gusto se convierte en una exigencia moral hasta formularse como imperativo: "compórtate estéticamente". Fichte había hablado de un "instinto lúdico" que habría que desarrollar autocreativamente. El dandismo del XIX, con Oscar Wilde como su artista y filósofo más logrado, aplicarán esa norma. Disfrute sensorial y sentimiento moral parecen confundirse cuando sólo el arte aparece como camino seguro hacia la libertad subjetiva, incluso contra la tutela moralista del estado y la sociedad. Se pasa así de una educación a través del arte a una educación para el arte.

Cuenta Pío Baroja cómo colaboró él mismo en la resurrección de el Greco, de Zurbarán y del paisaje castellano, que no eran del gusto de la generación anterior. Cada época tiene su clima espiritual. El juicio sobre la belleza de un cuadro o un paisaje depende innegablemente del gusto artístico de cada época. Hasta el siglo XVIII se tenía por feo, tal vez por asimétrico, el paisaje alpino. En las malas épocas, de penurias, guerras o conflictos, los valores tradicionales y las pautas académicas se debilitan, y entonces puede que algunos estén preparados para gustar de lo extravagante y hallen atractivo en lo extraño. Por eso, afirma Baroja en La caverna del humorismo (IX. Buen gusto y mal gusto) que el gusto anárquico y hasta el mal gusto hacen descubrimientos en arte; "el buen gusto generalmente se limita a alabar lo ya alabado y a reconocer lo ya reconocido". Pone el ejemplo de Voltaire y Montesquieu, ambos fueron hombres de buen gusto pero por eso mismo no hicieron descubrimientos en el arte. Montesquieu despreciaba el gótico por enigmático y obscuro. Hoy nadie diría eso.

Al buen gusto, Baroja le encuentra el defecto de que lleva con frecuencia a la acomodación y al sacrificio del estilo propio y personal al estilo general. El buen gusto corrige, elimina, selecciona... Y a veces el efecto estético que buscamos, el humorismo por ejemplo, depende de que la lado de cosas admirables aparezcan otras que no lo son tanto, que incluso son de mal gusto, como si estas notas de mal gusto fuesen fermento y levadura para que el pan no esté soso. Así, el temor al mal gusto lleva al arte, por ejemplo durante el XVIII, por un prurito de lógica, razón y medida, a la noñería de poca emoción y poca vida.

Baroja piensa que el humorismo y el buen gusto con dificultad de armonizan. El humorismo no es distinguido, pero tampoco siente predilección por flores extrañas, como las flores del mal de Baudelaire.

Cuando lo estético ya no es, sino que sólo parece ser, cuando lo estético ya no se entiende como una modificación de la realidad auténtica, sino que esta pasa a ser objeto exclusivo de la ciencia y de su metodología, el concepto de gusto pierde su valor cognoscitivo y también el artista pierde consideración en el mundo, se refugia en la marginación del bohemio, del maldito, cuyas formas de vida difieren de la moralidad pública. En todo caso, si el artista pretende vivir de su trabajo, su obra ya no responde a una vivencia estética trascendental, sino que más bien se elabora y retribuye por encargo.


Nota: 

Del Oráculo manual y arte de prudencia de Gracián cito la excelente edición de Zaragoza (1983) de la Nueva Biblioteca de Autores Aragoneses, que incluye estudio introductorio de Benito Pelegrín. De EL Criticón, la edición de Clásicos Castellanos con introducción y notas de Evaristo Correa Calderón.

jueves, 20 de febrero de 2025

EXISTENCIA Y REALIDAD


"Existencia es la circunstancia de que 
algo aparezca en un campo de sentido"

Markus Gabriel


EXISTENCIA 

Los sabios de la Escuela de Neántica se preocupaban por el estudio de la Realidad y tenían por banal la Existencia, al ser esta, la existencia, irracional, efímera y contingente. Lo real les ofrecía más garantía de estabilidad que lo existente, por ejemplo los dinosaurios, son tan reales que se ha montado una enorme industria produciendo sus figuras en distintos materiales, sobre todo de cara a servir de juguetes infantiles, pero todo el mundo sabe que los dinosaurios no existen.