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Muscari silvestre, "Moritos" (finales de marzo 2025) |
Eugenio D'Ors juzga insuficiente el Principio de Razón Suficiente. Cree, además, que es redundante porque ya está contenido en el principio de identidad (A = A y ¬ (A & ¬A)), pues cualquier juicio veritativo-funcional sobre hechos del mundo siempre involucra una razón que vincula los términos sujeto y atributo (o predicado). En efecto, cuando afirmo que el calor dilato los cuerpos afirmo la equivalencia entre el significado de "calor" más su potencialidad con el predicado "dilata los cuerpos" o "es un agente de dilatación de los cuerpos).
El análisis que emprende Xenius (pseudónimo con el que D'Ors escribía sus glosas) del Principio de Razón Suficiente (desde ahora, PRS) en la lección IX de El secreto de la filosofía (1947) es claro y riguroso. El PRS sirve a varias intenciones, entre ellas al criterio metódico de economía que privilegia las descripciones y explicaciones más simples, que argumenten por las razones más sencillas que den cuenta de los hechos. Por eso, la fuerza de la gravedad puede resultarnos, desde la perspectiva del físico, preferible a la madurez de las manzanas a la hora de entender su caída. La Ley de la gravedad ya comprende la caída de todas las manzanas posibles...
Como bien explica Antonio de Lara en su resumen de la lección IX de El secreto de la filosofía (1947), la obra más ambiciosa filosóficamente de Eugenio D'Ors, para el españolísimo genio catalán tras los principios lógicos de Identidad y de Razón suficiente se halla la existencia vital e intelectual de Orden que nos hace preferir una causas posibles antes que otras. Y no sólo la tradición y la moral coinciden en ello, también la biología, el interior de la vida, podríamos decir, su memoria y su genio. Por eso, D'Ors ensaya probar la insuficiencia del PRS en las mismas ciencias y dialoga con la Biología, la Química y hasta con la Física de los Quanta. En esta última resulta que un elemento es susceptible de existir y de no existir simultáneamente, como el gato de Schrödinger, según la presencia o no presencia del observador. La mirada transforma lo mirado, que es lo que hay de verdad en en la superstición de "el mal de ojo", que tanto interesó al humanista Enrique de Villena.
Sin embargo, el PRS no ha sido "estéril", es útil porque premite la invención y la formulación de hipótesis. Leibniz lo ingenió para aplicarlo a lo contingente, mientras que el Principio de Identidad, con su correlato el Principio de no-contradicción se aplica a las relaciones necesarias entre ideas, las relaciones de la lógica y la matemática (según Bergson, las ciencias se ocupan fundamentalmente de relaciones).
Postulando tal PRS, Leibniz salvaba la libertad. No tiene sentido hablar de libertad en un algoritmo o en una demostración matemática. Dos y dos son cuatro en el sistema decimal y nadie, ni de género masculino ni de femenino ni de género fluido pueden decir o pensar otra cosa. Por eso el pensar geométrico, su necesitarismo, llevó a Spinoza a la negación de la libertad, al determinismo. Según el Archifilósofo (como llama Javier Echeverría a Leibniz en su espléndida biografía recién publicada), las verdades de los juicios que refieren a esencias y cantidades de extensión o de tiempo son seguras e indiscutibles, pero no sucede lo mismo con los juicios relativos a existencias, es decir, con los que recogen hechos, pues todos los hechos son contingentes, lo que quiere decir que siempre podría haber sucedido lo que no ha sucedido y que no se puede prever el futuro con certeza por mucho que sepamos del presente y de pasado.
La existencia era para Leibniz la realización secuencial de posibilidades, la danza de los posibles, todos los cuales tienden a realizarse, pretenden y aspiran a existir. Julio César pudo haber decidido no atravesar el Rubicón. ¿Significa eso que su decisión fue casual, que no estuvo causada, que decidió el Azar? No, un racionalista como era Leibniz no podía pensar tal cosa, que César fuese libre no significa que no haya una "razón suficiente" que nos permita entender por qué lo atravesó y se erigió en dictador.
Lo cierto, sin embargo, como confirma D'Ors, es que jamás podremos concluir las concausas que intervinieron en la producción de un hecho cualquiera, porque cualquier acontecimiento implica una serie causal infinita que va del presente al futuro remotísimo o, mejor dicho y por respetar el inflexible orden temporal, desde el génesis a nuestros días, para Leibniz tal génesis es el acto creativo de Dios, su fiat. Además, la realidad es extraordinariamente compleja, aunque para nuestros fines prácticos nos convenga simplificarla, por ejemplo, mediante generalizaciones arbitrarias y juicios categóricos. Una posición extrema a este respecto podemos figurarla en la defensa de la simplicidad redundante de Peter W. Atkins...:
"Sostengo que no hay nada que no pueda ser entendido, y que la senda de la comprensión consiste en mondar las apariencias para que quede al descubierto el corazón. Este núcleo es siempre de una insuperada simplicidad" (Peter W. Atkins. La Creación, 1986)
El mismo Atkins, profesor de química física en la Universidad de Oxford, describe su ensayo como de un reduccionismo extremo y de un racionalismo militante con el que pretende suprimir cualquier idea de finalidad, proyecto o plan y cualquier invocacióin a la idea de un Ser Supremo o una inicial voluntad agente, pues según Atkins (físico metido a filósofo) el universo puede explicarse por sí mismo y su conocimiento completo está a nuestro alcance. La extraordinaria improbabilidad de la vida no lleva a Atkins a renunciar a explicarlo todo desde el azar y la estructura tetradimensional del espacio-tiempo...
"Que surgiera un universo como el nuestro, cabalmente con la precisa combinación de fuerzas, puede tener un aire milagroso y, por consiguiente, parecer exigir algún tipo de intervención. Peor no hay nada que carezca intrínsecamente de explicación"
Para Atkins, la energía, que incluye a la materia, no es más que "espaciotiempo arrollado" y la gravitación la torsión total del espaciotiempo. A veces imagina la presencia de un Creador infinitamente perezoso en un tiempo anterio al tiempo, en una guarida en la que ni siquiera está, para afirmar que "el tiempo indujo su propia existencia", lo cual es tan incomprensible como la idea de una serpiente que se alimenta y sobrevive devorándose a sí misma. La intuición de Atkins es la de un Inmanentismo absoluto, "aunque pudiera ser que el azar tropezara con la fortuna". Para el químico de Oxford, el universo pudo surgir o emerger de la nada sin intervención alguna. Azar es el nombre de su dios.
Desde un punto de vista menos simplista, menos "azaroso" y más modesto –el de Leibniz sin ir más lejos–, sólo Dios, que lo sabe todo, conoce por qué ocurre lo que ocurre. Esto quiere decir que para un ente omnisapiente lo contingente es necesario y las esencias asumen por completo la pura razón de ser de todo lo existente cuando todos los posibles se realizan en el instante del Siempre. Por eso dice Leibniz que "cuando Dios calcula, hace el mundo". Tal postura está muy próxima a la suposición idealista de que las existencias no son sino accidentes, contingencias espacio-temporales de las esencias o ideas platónicas.
Fue hacia 1694 cuando Leibniz, enmendando el mecanicismo cartesiano, añadió el PRS al de Identidad, poco después sumaría, para enlazar las matemáticas y la física, su noción de Fuerza, negando de paso la infinita divisibilidad de la materia. A ella se opone con el postulado de verdaderas unidades con fuerza propia, lo que Platón llamó ideas, Aristóteles entelequias y los escolásticos formas sustanciales, irreductibles al análisis. Se trata de sus mónadas, puntos metafísicos dotados de vitalidad, exactos y reales, verdaderas individualidades. Para Leibniz, la generación de un animal o la germinación de una planta son sendos desenvolvimiento de diversas formas sustanciales; la muerte, una apariencia, pues lo que hay, en todas partes, es metamorfosis, dinámica vital. Por tanto, Leibniz admite la existencia de fuentes de energía autónomas, o sea, de auténticas creaciones, milagros difusos cuya expresión en nosotros es la libertad, libertad que es principio sustancial para D'Ors y que no puede ser explicada desde el PRS, pues reducir la libertad a motivos es, precisamente cargarse el libre albedrío y su facultad, la voluntad. La pluralidad de existencias vivientes entraña que cada vida traiga implícito el hecho de su posible originalidad, una novedad que altera la total energética de la creación.
Cada creación desequilibra el mundo. ¡Fin del mecanicismo con la emergencia y resurreción de la teleología y de la entelequia! Tal finalismo pone en duda la prelación necesaria de la causa sobre el efecto, del motivo sobre su expresión, del órgano sobre la función a la que sirve. Fin del mecanicismo porque la vida no puede reducirse a un mecanismo ciego (azar y necesidad). La entelequia (la "teleonomía de las causas funcionales", como insinúa Jacques Monod para intentar salvar in extremis el mecanicismo sin hablar de finalismo) es ese principio inmaterial y organizador inherente a cada vida, que guía su desarrollo hacia la realización de su potencial, como el estar de las cosas desde su origen, ex ovo, en su propósito o meta (en telos ejeîna, "entelequia"): la gallina o el gallo ya estaban en el huevo. La entelequia explica la autonomía y autorregulacíón homeostática de los seres vivos.
D'Ors no desprecia la utilidad del PRS. Aclara sus fundamentos en la psicología racional, en la teoría de la verdad y en la naturaleza de las ideas. El PRS asume la potencial cognoscibilidad de la razón humana recurriendo, para explicar cualquier fenómeno, a otros hechos o enunciados con suficiencia cuantitativa (explicans) y postulando la prelación temporal del hecho causal, o del enunciado que se busca como su razón, sobre su efecto (explicandum). El PRS no es más que la faceta lógica o abstracta del Principo de Causalidad, que David Hume rebajó a un mero patrón empírico o hábito mental, reduciendo también su necesidad a contingencia, pues siempre pude acabar sucediendo lo contrario de lo que esperamos. Para Kant, más que una mera construcción de nuestra mente, la causalidad es una categoría de relación, un a priori de nuestro entendimiento, una de sus formas innatas de aprehensión intelectual de lo que aparece, un molde imprescindible para dar estructura comprensible a los fenómenos.
Antes de Kant, el PRS de Leibniz contemplaba que para cada juego de acontecimientos existe y ha de existir, un juego de causas reales que, además, es el mejor de entre todos los posibles, el menos malo. Eugenio D'Ors cita la definición del PRS que ofrece Leibniz en el capítulo XXXII de su Monadología:
"Ningún hecho puede resultar verdadero o existente, ningún enunciado verdadero, si no hay razón suficiente para que sea así, y no de otro modo, aunque acontezca a menudo que esta razón permanezca por nosotros ignorada"
En tal definición se asimila lo verdadero a lo existente para concluir la identidad de lo real y de lo lógico –eso antes de Hegel–, es decir, para concluir la racionalidad absoluta de lo real (los hechos) incurriendo por ello en una flagante petición de principio o círculo vicioso. En muchos sentidos, lo existente puede resultar perfectamente falso, como un título espúreo, o irreal o ideal, como los derechos humanos. La racionalidad de lo real parece excluir la posibilidad de un comportamiento irracional, como puede ser un comportamiento que no respete la superior dignidad de la vida humana.
Por otra parte, el PRS, como vemos, atiende a cantidades y es desbordado por las cualidades en los ámbitos moral, estético y religioso, donde cuentan sobre todo factores estimativos que, por serlo, tampoco debemos tachar a priori como irracionales. En conclusión, el PRS sólo tiene para D'Ors un valor metodológico o instrumental, puesto que jamás podremos conseguir un conocimiento pleno y entero de todas las causas y circunstancias que concurren en la emergencia de un fenómeno, incluido el fenómeno al que llamamos mundo o universo, aunque le pese a metafísicos de la simpleza como Atkins. De ahí que, en las ciencias naturales, el cálculo de probabilidades haya sustituido a un análisis que no puede ser nunca exhaustivo. Y es así porque los fenómenos no está ligados por una ley de necesidad (Hume acertaba en esto), sino por una sintaxis de función cuya manifestación expresiva son las correlaciones funcionales de las que habla D'Ors en la lección X de El secreto de la filosofía.
Por eso D'Ors se dispone a ampliar el PRS con su Principio de Función Exigida en el que cuenta la eficacia activa de una finalidad y se rompe la regla de la prelación de la causa sobre el efecto, contando así con algo que todavía no existe sobre algo que existe ya o todavía. A fin de cuentas, nuestras acciones son, naturalmente, suficiente prueba y plausible confirmación del valor del propósito y la proyección futura en la actividad presente. Pero es que tanto Herencia como Finalidad operan sobre todo lo vivo y por eso la biología no se ajusta a los cánones de la lógica. Por eso mismo la evolución es creadora (ecos de Bergson). La función sobrepasa el órgano y lo transforma. Memoria y Designio se combinan como motivos de la acción o de un hecho que no puede ser del todo determinado por causas mecánicas y por eso somos incluso más libres de lo que creemos o, como dijo Ortega, libres a la fuerza.
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Recuerdo de un recuerdo, JBL |
A la mecánica hereditaria del Mneme (o del gene) hemos de sumar la de lo que D'Ors llama Arjé, la entidad que impide la caída de la vida en la muerte operando performadoramente desde el porvenir y a la que podemos llamar también "destino" en relación al individuo y "entelequia" cuando es un arjé específico. La presencia del Mneme presenta a la evolución como creadora, impidiendo el ajuste de la vida al peso de la inercia; la del Arjé limita las posibilidades creativas. La temporalidad aplica la unidad de la memoria (Mneme) a la variedad de los sucesivo.
D'Ors distingue entre fenómenos y actos. Estos últimos, más que razones que los expliquen, requieren justificaciones que les otorguen sentido. Hallaremos una pespectiva parecida en Zubiri, a propósito del ser constitutivamente moral del humano, interpretación que también recoge Aranguren en su Ética del hombre qua moral.
Un ejemplo de creatividad de la evolución es el Lenguaje, a la vez heredado y original. Para D'Ors, la razón es un producto del lenguaje más que este de la razón. Nietzche había afirmado algo similar haciendo depender la lógica de la gramática, pero las palabras, además de un significado racional, tienden o aspiran a alcanzar un sentido espiritual, son gérmenes de posibilidades. D'Ors pone a este respecto la analogía de la culinaria: no comemos sólo para nutrirnos y hacemos de ello un ritual significativo.
"Germinal", Capullo de Ranúnculo (4 IV 2025) |
El filósofo catalán acepta con el conde Joseph Arthur de Gobineau la posibilidad de la existencia de formas sin materia y llama personalidad o "persona" (término figurativo) al espíritu sin corporeidad, muestra precisa de cómo la función sobrepasa al órgano. Cita al respecto el Principio de Jodl(*) que habla de "vida esporádica" (sporadische Leben) para referir a una fuente de energía individual que no es transformación de ninguna energía preexistente. Es la originalidad que rompe con la inercia, el designio que anticipa el efecto a la causa. El devenir humano, la historia de la cultura, es también una sintaxis, pero "con un hipérbaton desmesuradamente libertino".
En la persona, la forma "individual" (término analítico) se ha emancipado de la energética general del universo, por eso el PRS no puede dar cuenta de las realidades del mundo moral. Si bien el humano como actor fenoménico se ajusta a la ley natural, al universo como sintaxis elemental, otra cosa es el humano como persona (rôle), como realidad simbólica (sintaxis de segundo orden o metafísica). Ni siquiera la "mecánica histórica" puede someterse a ley de inercia, sólo al Principio de Función Exigida, menos escleróticamente lógico, pero mucho más adecuado para la inteligencia.
Nota
(*) Friedrich Jodl (Munich 1849- Viena 1849), filósofo y psicólogo, fue una figura destacada del positivismo y un defensor de la ética secular y de la educación popular. Algunas de sus obras más importantes:
"Geschichte der Ethik" (Historia de la ética), una obra en dos volúmenes publicada entre 1882 y 1889, que analiza el desarrollo histórico de la ética.
"Lehrbuch der Psychologie" (Manual de psicología), también en dos volúmenes, publicado en 1897.
La edición de las obras completas de Ludwig Feuerbach, en colaboración con Wilhelm Bolin, entre 1903 y 1911.
"Aus der Werkstatt der Philosophie" (Desde el taller de la filosofía), publicada en 1911.
Profesor en varias universidades, Jodl enseñó también estética en la Universidad de Viena; defensor de la educación laica, promovió la enseñanza de la moral no religiosa en las escuelas públicas. Su influencia se extendió al movimiento de la "Cultura Ética" y al clima intelectual que más tarde daría lugar al Círculo de Viena.
(resumen de información facilitada por Copilot (Bing IA).
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