martes, 24 de marzo de 2009

Diálogo intercultural


Los investigadores del Proyecto Genoma Humano han descubierto que los seres humanos son muy semejantes entre sí y tienen extraordinarios paralelismos con el resto de los organismos vivos. La palabra “genoma” es una contracción de “gen” y “cromosoma”. Designa el conjunto de los cromosomas contenidos en el núcleo de una célula. El genoma dirige el desarrollo natural de las especies vivas, desde el huevo hasta la muerte. El cuerpo humano tiene aproximadamente 100 billones de células, cada una contiene dos series completas del genoma, con sus 23 pares de cromosomas (excepto los óvulos y los espermatozoides que tienen una copia de cada uno, y los hematíes, que no tienen ninguna). Cada cromosoma está constituido por un par de larguísimas moléculas de ADN (ácido desoxirribonucleico), una doble hélice con los genes. Una serie procede del padre y otra de la madre.
Nuestros rasgos morfológicos y nuestras disposiciones y aptitudes innatas dependen de esa combinación. Cada serie comprende entre 80.000 y 100.000 genes. La cadena de ADN es análoga a una larguísima cadena de letras dispuestas en un orden preciso, una memoria heredada como un programa de desarrollo, funcionamiento y extinción. Los investigadores calculan que contiene ni más ni menos que siete mil millones de letras que surgen de la combinación de tan solo cuatro: G, C, T y A, iniciales de las moléculas Guanina, Citosina, Timina y Adenosina. Estas letras se reúnen por pares definiendo un nucleótido –compuesto de una base nitrogenada, un azúcar y ácido fosfórico-. La suma de varios de ellos conforma un gen. Cada tres pares definen uno de los 20 aminoácidos existentes. Una combinación variable de aminoácidos da lugar a una proteína, expresión de un gen...
Pues bien, de los 3.120 millones de datos que componen el “libro de la vida”, los científicos han encontrado que el 99,8 % son idénticos para todos los seres humanos. El famoso investigador Craig Venter –genio de la compañía Celera Genomics- utilizó este dato para denunciar la estupidez de los intentos de discriminar a las personas por su “raza”, su etnia o su sexo: “El criterio de raza no tiene bases científicas. En los cinco genomas que hemos descifrado no hay modo de diferenciar una etnia de otra”
No es pues la naturaleza, sino los prejuicios, las costumbres, la lengua, la cultura, el miedo o el odio, lo que nos separa a los seres humanos. “No hay nada natural en las naciones y las diferencias a las que apelan los nacionalistas sólo aparecen como significativas en determinados contextos sociales, cuando no son deliberadamente manipuladas o inventadas” (Manuel Toscano). “El nacionalismo halaga nuestros instintos tribales, nuestras pasiones y prejuicios, y nuestro nostálgico deseo de vernos liberados de la tensión de la responsabilidad individual que procura reemplazar por la responsabilidad colectiva o de grupo” (Popper).

Los conflictos etnoculturales son la principal causa de desestabilización y violencia política en el mundo. ¿Cómo conciliar la diversidad de culturas y la unidad del hombre? ¿Cómo es posible una sociedad justa y libre bajo las condiciones de un profundo e irresoluble conflicto cultural?
Las dos respuestas extremas que la filosofía, la antropología o la sociología han dado a esta pregunta resultan insatisfactorias.

1. De un lado, está el relativismo. Para el relativismo, cada cultura inventa o descubre sus propios criterios de lo que, para ella, es verdadero, bello, justo o bueno. Cada cultura tiene su propia alma (Spengler), y no hay manera de valorar o juzgar a partir de una única referencia, ni debemos “clasificar” las culturas como mejores o peores, más avanzadas o menos, más civilizadas o más salvajes y primitivas. Para un relativista consecuente, lo mismo valdría el humanismo cristiano, un soneto de Shakespeare, una sinfonía de Mozart, una sesión de budú, una danza guerrera o la ablación ritual del clítoris de las jovencitas; cuando juzgamos una costumbre o una creación cultural como mejor que otra, caemos irremediablemente en el etnocentrismo.
Del relativismo suelen derivarse consecuencias éticas importantes, como la obligación de respetar la diferencia, incluso si ésta nos resulta exótica, extravagante o moralmente repulsiva, pero también un pluralismo cultural que nos condena al malentendido y la incomunicación con los otros.

2. Por su parte, el universalismo pretende aplicar los mismos principios de conocimiento y de valoración a todas las culturas, identificando sus similitudes más que sus diferencias, con el riesgo de juzgar otras culturas desde el metro o prisma de los propios valores, que suelen ser el discutible disfraz (ideológico) de indiscutibles intereses.

Otra fórmula más refinada de universalismo aspira a objetivizar la descripción del otro, desde la postulación cientifista de un saber –la ciencia etnológica o cualquier otra- que estaría más allá del bien y del mal, y más allá de la propia cultura de la que, sin duda, también depende.

En nuestra época se crean grandes espacios económicos, se dibujan grandes conjuntos políticos. Vivimos en una época en que las multinacionales y el capital –y sus crisis- traspasan las fronteras y en la que, al mismo tiempo, se multiplican los museos lugareños, los eslóganes de paraísos provincianos. Prolifera el nacionalismo, así como las referencias nostálgicas a las más minúsculas identidades locales, mientras que, paradójicamente, las sociedades reales aparecen cada vez más homogéneas y sumisas a los efectos mediáticos. En todo el mundo se baila al son de la "Macarena", con pantalones vaqueros mientras se bebe cocacola...

La misma diferencia es objeto de compra y venta. Se simula y reinventa como una mercancía de consumo o un souvenir. Como el mundo es aproximadamente un globo y las comunicaciones pueden ser prácticamente instantáneas, el resultado inevitable será la globalización, con fenómenos como la deslocalización de industrias que buscan mano de obra barata, o el de la creciente inmigración (o emigración), favorecida por el desarrollo de los sistemas de transporte o por las extremas desigualdades, el espejo televisivo de la opulencia de los unos y la desesperación y la miseria de los otros.

A una época en que todavía existían el “bárbaro” y el “salvaje” ha sucedido otra en que, habiéndose convertido la Tierra en lo que siempre ha sido, pero considerablemente encogida, el viaje exploratorio se acaba y empieza el turismo. Lo único que se puede hacer es dar una vuelta a un terreno virtualmente conocido, previa y espectacularmente mostrado.
El problema del conocimiento del Otro se manifiesta como el problema de la comunicación entre diferentes culturas. Entre el mestizaje del mundo y la individualización de las conciencias, la cuestión es la de la comunicación intercultural. ¿Es la comunicación entre culturas posible, en razón de una unidad de la especie humana que permitiría la existencia de esquemas universales, necesidades comunes, valores transculturales? ¿O es imposible que las culturas se entiendan, en razón de una casi incomunicabilidad de las culturas? ¿Es inevitable el "choque de civilizaciones"? “El universalismo opta por la primera solución, el relativismo absoluto opta por la segunda, pero tiene pocos defensores” (Georges Balandier).
Europa descubrió la otredad en 1492, cuando Cristóbal Colón llegó a América. En una época en que el cristianismo constituía la ideología totalitaria de Occidente, los indios americanos no eran cristianos y ni siquiera podrían haberlo sido sin haber conocido a Jesús y los Evangelios. Las sociedades occidentales “resolvieron” históricamente el problema del Otro mediante su exterminio, y/o mediante su colonización: su conversión y su asimilación culturales. Mucho más tarde, el relativismo hizo bien en denunciar el universalismo ideológico que se esgrimió históricamente para justificar la depredación y la explotación. Pero la solución universalista tal vez no sea del todo descabellada si, en vez de partir de la unidad como un hecho, se consideran las diferencias, no como factores de separación, sino como manifestaciones múltiples de una unidad del hombre, no dogmáticamente postulada, sino progresivamente descubierta y hasta inventada o consensuada. A fin de cuentas, aunque desde el punto de vista de sus actitudes la unidad cultural del hombre sea una falsedad, igualmente evidente parece su fundamental unidad natural, aptitudinal.
El diálogo intercultural, presidido por una voluntad ética y política de integración, es preferible al concepto de sociedad pluricultural o multicultural, que puede servir de coartada para una ideología del ghetto y de la exclusión. Así, ciertos ideólogos ultraderechistas o xenófobos pueden reconocer que respetan las otras culturas, siempre y cuando los otros se queden en su contexto, en su nicho cultural, en sus miserables y empobrecidos países de África o Asia. Como ha escrito José Rubio Carracedo: “El multiculturalismo es un triunfo de la tolerancia, pero un fracaso de la convivencia sociocultural. El multiculturalismo propicia que las diferentes nacionalidades o grupos étnicos se agrupen formando núcleos homogéneos, al modo de un mosaico multicolor, en el que falta verdadera comunicación e interacción entre los diferentes grupos humanos. El respeto y el reconocimiento mutuo es sólo un primer paso para la fase de intercambio e intercomunicación, que conduce directamente a la auténtica meta del pluralismo sociocultural. La solución no es el mosaico plurinacional, sino el pluralismo sociocultural”.
A este respecto, el modelo étnico de nacionalidad –lo estamos viendo todos los días- socava el universalismo propio de la ciudadanía democrática, que desde el siglo XVIII es asumido por el constitucionalismo liberal. Dudamos que los derechos humanos puedan considerarse, tal y como ha hecho cierto relativismo extremoso, como un valor occidental, etnocéntrico, inexportable a otras culturas. Por el contrario, el respeto a los derechos humanos constituye la garantía de la autonomía individual sin la cual no es posible ningún proceso de diálogo entre culturas. No se olvide que son en todo caso los recreadores individuales y concretos de una cultura los que pueden dialogar; los emisores y receptores son en todo caso personas de carne y hueso, no entidades abstractas.
El culturalismo, el énfasis exagerado en las señas de identidad diferenciadas, suele fijar y sustancializar indebidamente peculiaridades dinámicas, desvía la atención de los aspectos problemáticos, inestables o dialécticos de la cultura, de las diferencias y tensiones internas de lo social (opresores y oprimidos dentro de una misma cultura). El culturalismo oculta el carácter inestable, relacional y dinámico de la personalidad individual y de su forma peculiar de apropiarse la cultura. El respeto a las diferencias puede así acabar degenerando en el segregacionismo y el aislamiento de aquellos a quienes se etiqueta por su lengua, su color de piel o sus costumbres.
Aunque probablemente el primer universalismo fuese budista, la idea de humanitas (humanidad en general) se consolidó en la cultura grecorromana y cristiana, con las “humanidades”; retórica, gramática, dialéctica, literatura, moral, etc. Continuando esa misma tradición, el “derecho internacional” (una creación hispánica) y los derechos humanos consolidados por la revolución francesa, son el gran legado moderno de Occidente a la humanidad, no como hechos consagrados, desde luego, sino como metas reguladoras en la práctica, como ideales del diálogo constructivo y como canon para la resolución del conflicto intercultural. En los derechos humanos se resumió y trascendió el cosmopolitismo grecorromano (de raíz socrática y estoica) y el sentido cristiano de la dignidad personal. Ellos mismos no constituyen más que un punto de partida que debe ser a la vez realizado, promocionado y ampliado desde perspectivas ecuménicas y seculares.
Sin el reconocimiento, por todos los interlocutores, de universales culturales, éticos a la vez que políticos, tales como los derechos humanos –y las obligaciones que de ellos se derivan-, en tanto que utopía irrenunciable, el diálogo intercultural carece de posibilidades y de sentido, pues no se verá libre de coacción un diálogo que no se practique en virtud del respeto a la dignidad del prójimo (próximo).


Bibliografía consultada
-Fernando Ayuso. “El libro de la vida”, Muface, nº 180, 2000.
-K. Popper. La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, Barcelona, 1982.
-Revista de Occidente. El otro, el extranjero, el extraño, Enero 1993, nº 140.
-José Rubio Carracedo y otrs. Ciudadanía, nacionalismo y derechos humanos, Madrid, 2000.

Texto para comentar:
LA ÉTICA COMO CREACIÓN TRANSCULTURAL, UNIVERSAL Y TRASCENDENTAL

«La ética es inmoral. Para explicarlo tengo que comenzar con una advertencia terminológica. Entiendo por "moral" el sistema normativo de una sociedad. Es una creación cultural, y hay tantas morales como culturas. Hay morales cristianas, budistas, musulmanas, confucianas, taoístas, marxistas, neoliberales, nazis. Las morales se mantuvieron estables mientras las sociedades se mantuvieron estables. Pero el contacto con otras culturas, la aparición de nuevos problemas, el surgimiento de una inteligencia cada vez más crítica, la influencia de grandes maestros espirituales, que fueron todos ellos renovadores de una tradición dada, mostraron su fragilidad. La tradición no basta para fundar un sistema normativo, en un mundo cambiante. El préstamo de dinero con interés, que estuvo moralmente prohibido en la Edad Media porque se consideraba usura, fue aceptado por el cristianismo cuando cambiaron las estructuras económicas, y en la actualidad hasta el Vaticano tiene un Banco. La menstruación se consideró durante siglos una impureza, hasta el punto de que una mujer durante ese período no podía tocar los ornamentos eclesiásticos. Cuando se conocieron sus mecanismos fisiológicos, cambió la evaluación. Durante siglos se prohibió que los hijos naturales pudieran acceder al sacerdocio, hasta que se comprendió la injusticia de tal disposición.
La sensatez fue imponiéndose muy poco a poco. De la misma manera que en campo jurídico hubo que inventar unas normas más allá del Derecho de cada nación para poder comerciar entre naciones, y así apareció un derecho de gentes, también se fueron seleccionando algunas de las normas de comportamiento que resultaban válidas en todas las culturas. Fue fácil encontrar reglas comunes: matar, robar y mentir son acciones consideradas generalmente malas en todas las sociedades. Pues bien, llamo ética a esa moral transcultural, universal.
La ética fue consolidándose, y se hizo con frecuencia inmoral, es decir, tuvo que negar la validez de algunos principios morales. La lucha contra la discriminación, contra la tiranía, contra la esclavitud, contra el carácter sagrado de los reyes, tuvo siempre que enfrentarse a mitos de legitimación implantados en la moral de una sociedad. La ética –resultado de esa tarea renovadora- constituye un gran progreso del existir humano... Un modelo ético de inteligencia aprovecha, purifica, sitúa en su propio lugar, tanto la lógica profana como la lógica sagrada, tanto la ciencia como la religión, tanto las verdades privadas como las verdades intersubjetivas. La ética es la encargada de redactar las constituciones que legitiman ambas ciudadelas. Está por ello más allá de lo profano y lo sagrado»

José Antonio Marina. Dictamen sobre Dios, Anagrama, Barcelona, 2001, pag. 184-5

1. Explique por qué distingue Marina lo moral de lo ético.
2. ¿Por qué la ética tiene una condición trascendental?
3. ¿En qué sentido es correcto hablar de la universalidad de la ética?
Cuestiones
1. ¿A qué retos se enfrenta hoy la filosofía política? (cfr. Manual 3.4.2, pg. 71) ¿Tiene uno de ellos que ver con el pluralismo cultural? ¿Por qué?
2. ¿Por qué el racismo o la xenofobia carecen hoy de fundamento científico?
3. ¿Cuáles son los peligros del relativismo cultural? Cfr. Manual 6.5. (pg. 129).
4. ¿Qué objetivos se propone el interculturalismo? Distíngalo del multiculturalismo.
5. ¿Es mala la globalización? Ventajas e inconvenientes.
6. ¿Por qué, según Adela Cortina, el problema no es tanto la xenofobia sino la "aporofobia"? (Cfr. tx. pg. 130).
7. ¿Es el nacionalismo incompatible con el cosmopolitismo? ¿En qué sentido?

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