sábado, 20 de junio de 2020

ERÍSTICA. ARTE DE LA DISCUSIÓN



Erística y Opinión pública


Una cosa es la verdad objetiva y otra la validez que otorgamos a una proposición, a un aserto o aseveración, es decir, igual que una cosa es la realidad y otra el convencimiento que tenemos de que sea verdadera. La filosofía y la ciencia tienen por finalidad y objetivo la Verdad o, por lo menos, ese debe ser su ideal regulativo, pero cuando discutimos lo más común y frecuente no es que queramos encontrar la verdad, sino que deseemos sobre todo tener razón, o sea, persuadir al otro de que la llevamos, de que nuestras creencias son las mejores o las más verdaderas. Y téngase en cuenta lo que decía Séneca: todo el mundo prefiere creer antes que analizar racionalmente (De vita beata, I, 4.)


Hablamos más que pensamos, e incluso después de sospechar que la opinión que exponemos es falsa o sólo media verdad, perseveramos en “sostenerla y no enmendarla”, aparentando llevar toda la razón, ya sea por vanidad, por mera testarudez o por culpable mala fe. A. Schopenhauer pensaba que esto se debe a la intrínseca maldad del género humano, pero su generalización es también refutable, como lo son todas.

Los griegos no sólo inventaron la Lógica, ciencia que trata de las condiciones formales de la verdad, sino que también ingeniaron ese arte bastardo de “llevarse el gato al agua” en la discusión pública convenciendo al otro de que nuestras “razones” son las mejores; una técnica o arte, a la que no le importa generar verdad, sino producir persuasión. A esta especie de dialéctica o técnica de la controversia con fines publicitarios y propagandísticos, los socráticos le llamaron erística. La discusión retórica o dialéctica erística contiene el conjunto de estratagemas y astucias mediante las cuales uno consigue llevar siempre razón, tanto si la lleva como si no; mediante sus insidias y ardides uno consigue que su opinión se imponga, tanto justa como injustamente.

La erística está emparentada con la sofística y la retórica, artes suasorias (persuasivas), pero también con la psicología, pues contiene tácticas y estrategias que tienen muy en cuenta la naturaleza de la mente humana, sus atenciones, intenciones y pasiones, modos y métodos que son dignos de estudio no sólo para ejercitarse con ellos si uno es abogado, profesor, vendedor, sacerdote o político, sino también para descubrirlas en el publicista y detectarlas en el propagandista y así, descubiertas y analizadas, no dejarse seducir ni arrastrar hacia creencias u opiniones engañosas, o hacia comportamientos impropios, como el consumismo o el populismo demagógico, del signo que sea. Los modos y métodos de la erística son decisivos en ese cuarto poder de las democracias modernas que llamamos Opinión pública y que los medios de comunicación añaden a los tres tradicionales: legislativo, ejecutivo y judicial.


Tópicos y lugares comunes


La erística se vale de lugares comunes, también llamados tópicos, que son proposiciones, máximas o apotegmas aceptados por el común de los mortales como verdades, prejuicios del sentido común, prevenciones que resultan engañosas y están sujetas a numerosas excepciones. Algunos tópicos no son sino malentendidos culturales. Por ejemplo, el lugar común de que “la excepción confirma la regla” procede de una regla escolástica que decía ‘exceptio probat regulam’ y cuya traducción rigurosa es “la excepción pone a prueba la regla”, es decir que si encontramos excepciones debemos revisar la regla, buscando otra que no presente excepciones, que será mejor que la que sí las presenta. Si fuera cierto que la excepción “confirma” la regla, entones sería verdad que los seres humanos tenemos dos cabezas, dos lenguas y cuatro brazos, porque existen miles de millones de excepciones.

Solemos argumentar recurriendo a tópicos: “vaca grande ande o no ande”, “más vale calidad que cantidad”, “a quien madruga, Dios le ayuda”, etc. Son afirmaciones plausibles (del latín plauso, aplaudo), verosímiles (que pueden ser verdaderas y lo son muchas veces), aceptadas por la tradición y por el pueblo con pretensiones de aplicabilidad general. Todos los refranes son loci, lugares comunes o tópicos de orientación práctica. Aristóteles ya se ocupó de 382 tópicos en un tratado que escribió con su análisis. Los tópicos son generalizaciones arbitrarias como “el poder corrompe”, “lo bello es efímero”, “todas las cosas excelentes son raras”, “el amor odia a los inactivos”, etc. Téngase en cuenta que cuanto más general es una aseveración, tanto más refutable resulta. Además, el propio refranero es contradictorio: “lo pequeño es hermoso”, “el mejor perfume se vende en tarros pequeños”, “no por mucho madrugar amanece más temprano”, contradicen las sentencias del principio del párrafo…


Arte de la discusión y la polémica


Repito que a la erística no le interesa el problema de la verdad, ya que atiende exclusivamente a cómo defiende uno sus aseveraciones o arremete contra las del otro, es decir, a cómo sostiene uno sus creencias con pretensiones de racionalidad y verdad y a cómo refutar, contrariar o contradecir las aseveraciones del interlocutor argumentando. Por desgracia y a veces de consecuencias trágicas, a la hora de discutir o polemizar (y pocas veces merece la pena), no tenemos en cuenta para nada la realidad o la verdad objetiva, si no es accidentalmente, porque por lo general se ignora qué es lo real o dónde está la verdad; “la verdad yace en lo profundo”, sentenció Demócrito. Muchas veces, cuando discutimos, ni uno mismo sabe si tiene razón, entonces  especulamos o divagamos, lo cual no tiene por qué ser un mal entretenimiento, pues de esas tentativas del pensamiento, como “tormenta de ideas”, surgen a veces iniciativas teóricas y prácticas útiles.

La erística refiere a una especie de esgrima intelectual, torneo o competición verbal, muy propia de los tribunales, el parlamento, los programas televisivos de debate o las tertulias “rosas” de famoseo o de “cosas del corazón”.



Modos y métodos de la Erística


Alguien afirma o niega algo con pretensiones de verdad, es decir asevera. No estamos de acuerdo con lo que dice nuestro interlocutor. Y por eso argumentamos. No el consenso sino el disenso es la base de la erística que, en el mejor de los casos, busca el consenso. 

En la base de toda dialéctica, y la erística es la más popular y común de sus tipos, tenemos dos modos de argumentación: ad rem y ad hominem. Es decir, o mostramos que lo que dice el antagonista no se congruente o no se aviene con la realidad o arremetemos contra el contrincante, mostrando, por ejemplo, que se contradice o que usa la mala fe.

En toda especie de argumentación contamos con dos métodos generales: atacamos la tesis del adversario dialéctico por sus principios (argumentación directa) o por sus consecuencias (argumentación indirecta). En la vía directa podemos negar sus supuestos o premisas (que suelen ser tópicos) o que su tesis se siga como consecuencia lógica de sus principios. En la vía indirecta se usa la apagoge o la instancia.

En el caso de la apagoge damos su tesis por válida, pero mostramos que de ella, sola o con otras premisas, se siguen consecuencias falsas. La lógica enseña que de toda premisa falsa pueden seguirse consecuencias verdaderas (de lo absurdo se sigue cualquier cosa), sin embargo, la lógica también enseña que de una premisa verdadera no pueden seguirse consecuencias falsas.

La instancia es lo mismo que el ejemplo a contrario (exemplum in contrarium). Alguien dice “los andaluces son perezosos” y nosotros, para desmentir su tesis razonamos “in contrarium” mostrándole al que tal afirmó lo apreciados que son los obreros y técnicos andaluces en la industria alemana del automóvil.


En su tratadito El arte de tener razón, Arthur Schopenhauer expone 38 estratagemas que se basan en estos dos modos y estos dos métodos arriba indicados (Alianza, Madrid, 2002). Con este librito, el lector interesado y amigo de las discusiones puede aprender a “salirse con la suya”.

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