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El joven Karl Jaspers (1883-1969) |
En su tratado sobre el Origen y meta de la historia, el filósofo existencialista alemán Karl Jaspers se pregunta por la diferencia entre el
humano y el resto de los animales. Se puede responder a esta importante
cuestión aludiendo a propiedades específicas de nuestra especie: la cerebración
creciente, la posición erecta, la liberación de las manos, la capacidad de reír
y llorar…
Jaspers supone que el cuerpo es expresión del alma y que
hay ciertamente una belleza específica del cuerpo humano. Pero la diferencia
mayor la percibe el filósofo en el hecho de que somos animales generalistas: o
sea, en la no especialización del humano. Los animales han desarrollado órganos
especializados para adaptarse a su contorno y en eso son siempre superiores al
humano: un olfato más fino, unos dientes más poderosos, un correr más veloz,
branquias para nadar, alas para volar, pero esa superioridad significa también
angostamiento, estrechez de miras.
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Pies de primates. Los monos antropoides son cuadrumanos (cuatro manos) |
El hombre conserva superiores posibilidades gracias a una
conciencia y a una superior inteligencia que le ha permitido sustituir órganos
por herramientas. Por eso, y no por el físico, el humano manda y ha podido
adaptarse a casi todos los climas y regiones, a casi todos los entornos y
situaciones, al menos terrenales.
El “animal que mira hacia arriba” es también un animal
peregrino desde su origen. La libertad que le otorga la reflexión y el
pensamiento, esos remirar e interiorizar la acción antes de ejecutarla, le
impiden toda fijación definitiva. Su existencia (Existenz) es precisamente esta
incesante apertura a la posibilidad, que limita y oprime insoportablemente
cualquier confinamiento. Por eso tiene tanto valor el sacrificio de las
poblaciones cuando a otras limitaciones se une esta del obligado permanecer en
casa por una pandemia: en la ciudad, en la provincia, en la comunidad, etc. El
hombre es por naturaleza un animal al que gusta salir y entrar, disiparse y
concentrarse, siempre dispuesto a migrar, cosmopolita, itinerante, turista,
vagamundos.
Capaz de mejorarse a sí mismo, el animal humano ha hecho
historia y en lugar de repetir el ciclo natural de la vida como hacen otros
animales inventa cambios rápidos y conscientes, pero eso sí, no lo olvidemos,
sobre el fondo de su ser natural. La afirmación orteguiana de que el humano no
tiene naturaleza, sino sólo historia, es exagerada. Aunque sólo nos queden
muñones de instintos, ¡ahí están!, actuando en la sombra, en la egoísta y
azarosa combinatoria de los genes.
Puede que la naturaleza, como afirmó Simone de Beauvoir, no
sea para vosotras ni para nosotros “un destino”, pero sin duda es raíz sin
cuyos nutrientes nos mustiamos necesariamente, o somos ya otra cosa: ese
transhumano, esa superhumana o ese ciborg con el que sueñan y deliran muchos y
muchas. Somos capaces de mejorarnos intencionalmente a nosotros mismos y de
transformarnos espiritualmente, lo hacemos también cuando leemos o vemos
series, o cuando dialogamos buscando el mutuo entendimiento.
La naturaleza tiene también su “historia” a la que llamamos
evolución, pero sólo en el sentido de una mudanza inconsciente, irreversible y
muy lenta, presidida por el azar y la necesidad, no por la libertad relativa, el arbitrio limitado pero efectivo, que caracteriza nuestra evolución cultural.
Pero el humano es también diverso biológicamente. Como
hechos biológicos diferenciales, Jaspers, que también fue un notable psiquiatra
(de la psiquiatría pasó a la filosofía con cuarenta años), señala nuestra
predisposición a la psicosis, que se da en todas las razas humanas. Un cerebro
más complejo es necesariamente un cerebro de equilibrio más frágil, inestable y
delicado. También señala como propiedad diferencial una predisposición a la
maldad, cuyo esbozo también podemos observar en primates superiores.
El hombre nace prematuramente, débil, desvalido, con el
cráneo abierto para permitir su desarrollo. Debe aprenderlo todo. Ya fuera del
útero ha de empezar por erguirse. Hablar será empresa que le llevará años de
imitación y condicionamiento; a hablar bien nunca se aprende del todo. Son
habilidades, estas y otras muchas, como conducir, que sólo podemos dominar en
relación comunicativa y en interacción con nuestros semejantes. El acceso al
logos, a la palabra y al uso de razón, nos hace aptos para una vida muy
peculiar: artística y artificial. Por eso “en el hombre la realidad biológica
no se deja separar de la realidad espiritual” y por eso “el hombre no ha creado
la cultura, sino que la cultura ha creado al hombre” (Jaspers). Nulla mens sine
cultura! No hay mente sin cultura.
Distingue el filósofo con todo motivo entre cultura y
domesticación. El primero es un “camino hacia la libertad”, el segundo una vía
hacia la servidumbre. La domesticación no hace crecer los cerebros de los
animales, sino más bien al contrario: por regla general hace disminuir su peso
relativo. En el hombre el proceso de maduración sexual se retrasa con la
cultura, más cuanto más compleja es; en los animales domésticos, la precocidad
sexual es regla general. En el humano, como en otros primates, desaparece la
estacionalidad del celo. Somos animales de celo continuo. Dicha extensión de la
vida sexual –como aliciente de la sociabilidad- es una condición primate de la
vida cultural y no solamente su efecto.
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Esqueletos de gorila y homo sapiens |
Jaspers concluye su capítulo sobre “las propiedades
biológicas del hombre afirmando taxativamente que todas las razas humanas son
mezclas y que las supuestas “razas puras” no son más que tipos ideales o
ilusorios: “lo que vemos es un agitado mar de formas”. Al contrario que su
colega Heidegger, el delirio racista del nacional-socialismo no hizo ninguna
mella en la conciencia de nuestro lúcido pensador, cuya mujer Gertrud Mayer,
era de origen hebreo.
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Instantánea del baile por sevillanas |
Su nadar contracorriente le costó a Jaspers la cátedra en 1937.
Cuando se le restituyó en el cargo, en 1945, fue clave en la reconstrucción de
la filosofía alemana tras el desastre de la purga totalitaria y la segunda
guerra mundial. Crítico también de la partitocracia, acabó nacionalizándose
suizo. Paul Ricoeur fue uno de sus discípulos más eminentes y Gadamer le
sucedió en la cátedra de Heidelberg.
Del autor:
https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm
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