jueves, 24 de junio de 2021

VERDAD INCÓMODA Y ESPERANZA ALEGRE

Deconstrucción inversa, 2020


PREGUNTA: ¿Cuál es la verdad más obvia que existe y, sin embargo, la más ignorada por las personas?


RESPUESTA: Nuestra menesterosidad, nuestra contingencia o, dicho más dramática y existencialmente: que somos seres-para-la-muerte (Heidegger). Puedes dudar de todo lo demás, pero no de esto; aunque vivas más de cien años, morirás.


Ahora bien, es posible que en el fondo nadie crea en serio en su propia muerte y nadie se la tome en serio, ni siquiera el suicida o el ateo, porque no pueda ser pensada y porque cada pensamiento supone la existencia del propio sujeto pensante (Descartes, Kant). Como el querer supone el valor, el pensar supone el ser (Tomás de Aquino), quien piensa existe. Además, es doctrina de Freud que ningún inconsciente interioriza o figura su desaparición. Y de hecho, actuamos como si fuésemos inmortales, algunos tan insensatamente que se dejan caer por un barranco haciendo deporte, otros porque no parecen tener otra aspiración que ser los más ricos del cementerio. Es posible que sea una astucia medio secreta de nuestra naturaleza, este olvido de nuestra condición efímera. Olvido necesario, ignorancia cómoda.

En general, no vivimos como si fuésemos a morir. Séneca, agudísimo psicólogo, ya se percató de esto: "nunca se os hace presente vuestra fragilidad". Perdemos el tiempo como si lo tuviésemos a rebosar y en abundancia y, sin embargo, puede que ese mismo día en que "matamos el tiempo", nuestro único capital seguro pero finito, sea el último de nuestros días. "Todo lo teméis como mortales, todo lo queréis como inmortales". Y es que nuestros deseos y esperanzas se proyectan hacia adelante como si nuestro horizonte no acabara, como si fuésemos eternos. ¡Qué cansado de vivir y nunca de desear estoy!, exclamaba Diego de San Pedro en su Cárcel de amores..., de desear seguir viviendo, quería decir. Horacio ya había cantado y denunciado mucho antes cómo fatigamos nuestro espíritu efímero con proyectos eternos (Odas, II, 11),

La idea de la muerte aporta, tanto en las Coplas de Jorge Manrique como en la Epístola moral a Fabio del capitán Andrada la luz del desengaño de esta vida y su eficacia purgativa, pues la conciencia de la muerte facilita la conversión o epístrofe del alma, desde el "mundanal ruido", el falso cuidado por las cosas y la preocupación por los bienes materiales, al cuidado de sí, la mejora interior y la elevación del espíritu hacia un reino espiritual y superior. Sin duda hay una proyección religiosa en esta racionalización de la muerte como fin seguro y connatural de la vida y transición hacia otra mejor. Timor Dei, sacra razón que incita a aprovechar el día en la mejora de la mente ganando conocimiento, elevando su atención hacia cosas divinas: "estado de gracia".

Busca el sabio no sólo un vivir secreto y retirado de las "prisiones políticas" donde el ambicioso muere, víctima de su ambición, de su avaricia o de su soberbia, busca también una vida mesurada (aurea mediocritas) y un alma bella, incluso una "muerte callada": "¡Oh muerte, ven callada / como sueles venir en la saeta!" (Epístola de Andrada, vss. 182s.). Ni muerte pública, notoria y ostentosa, ni tampoco "muerte asaltada", la del que fallece rabiando. Sabe vivir quien sabe también morir, entregando incluso el alma para salvar el espíritu. El poeta le abre así la puerta a la Calva, la produce interiormente, engendra la muerte en la propia obra de su libertad, muerte libre, consentida, gozosa.

La idea de la muerte o su proximidad da también valor a lo que ella no es, a los pequeños y hermosos acontecimientos de la vida cotidiana: el amor fraterno, la compañía de los amigos, la agitada presencia de los hijos o de los nietos, los placeres sencillos que reclamaba Epicuro de comer pan cuando se tiene hambre y beber agua cuando se tiene sed. Esos placeres sencillos que, según Oscar Wilde, son el último refugio de los seres complicados. Es lo que sucede cuando uno "le ha visto las orejas al lobo" y ha estado en trance de fenecer. Uno aprecia entonces lo que creyó eterno y no es más que flor de un día.

Durmiente invertido, JBL 2021


Spinoza afirmó que en ninguna cosa pensaba menos el hombre sano que en su muerte. Sin embargo, casi todos los ascetas del mundo han propuesto el pensamiento de la muerte (memento mori) como ejercicio saludable de humildad. Hubo monjes santos o beatos ("beatus" en latín significa feliz) que dormían en su ataúd, con la mortaja a mano, listos para huir de este "valle de lágrimas". Desde luego, tiene que ser muy firme la creencia en el más allá, para actuar así en el más acá. El desprecio de la vida también puede parecernos un insensato, vanidoso o nefasto gesto de desagradecimiento.


Recuerda que eres mortal. La caída

Junto al invicto general romano que aplaudido por la plebe desfilaba orgulloso con sus legiones por el arco del triunfo, un esclavo, tal vez un pedagogo, le susurraba y recordaba al oído: "recuerda que eres mortal, recuerda que eres mortal", ¡y no era catedrático de filosofía de ninguna universidad alemana, el sirviente! Así le bajaba los humos al invicto general. Invicto hoy, mañana, ya veremos.

En la tradición semita impresa en el Génesis, libro del Pentatéuco que conforma y recoge las más antiguas tradiciones del Antiguo Testamento o alianza entre el dios todopoderoso étnico y el pueblo judío, la muerte únicamente acompaña al ser humano como consecuencia del pecado original y tras esa presunta "caída" (¿en el tiempo histórico?), desliz y mancha, faltas debidas a la soberbia o ambición desmedida (hybris pagana) de nuestros primeros padres, Adán y Eva, que quisieron ser como dioses conociendo el mal y el bien y para serlo comieron del árbol prohibido que plantó Yavé en mitad del Paraíso terrenal. 

Los símbolos de este relato que muchas generaciones han tenido por sagrado tienen un sentido profundo. A nuestros padres "se les abrieron los ojos", o sea la visión interior de la conciencia ética, al mordisquear el fruto prohibido, entonces supieron y se avergonzaron de su propia desnudez. La vergüenza en efecto es emoción base que inaugura y afecta a todo pensar y sentir moral. Dios les arrojó del paraíso de las bestias, puso un guardián a su entrada para impedir que los descendientes de Caín volviesen, y castigó a la raza humana a parir los hijos con dolor y obtener el alimento con el sudor de la frente...

Ejercicio de muerte 

Platón pone en boca de Sócrates la definición de la filosofía como una preparación para la muerte, melete thanatou, un ejercicio de muerte. El argumento de Sócrates para enfrentar a la Parca de la guadaña, si no con alegría al menos con serenidad, que explica durante sus últimas horas antes de su ejecución con cicuta, fue expuesto por Platón en su diálogo Fedón. Es un argumento sencillo: un hombre honrado, que haya buscado la virtud, no tiene nada que temer de la muerte, tanto si esta es el final, porque dejará de sufrir dolores e injusticias, como si da paso a una nueva vida en la que se nos juzgará según nuestros merecimientos. En este segundo caso, es evidente que el hombre (alma encarnada) que actuó virtuosa y noblemente en su paso por la tierra, saldrá ganando en la otra. Téngase en cuenta que Platón creía, como Pitágoras, en la metempsicosis, en la reencarnación de las almas, aunque también tenía sus dudas.

La aceptación de la muerte como liberación del alma respecto del cuerpo, de todas sus limitaciones y dolores será tópico recurrente en los socráticos, sean estos cínicos, estoicos o epicúreos. Supone la creencia en la existencia trascendente del alma (psyché, mente, ánimo) y su distanciamiento respecto de las necesidades y pasiones del cuerpo, que deben ser, ya en esta vida, suprimidas o contenidas por la mente racional. 




Epícteto cita a Diógenes "el perro": "el solo medio de asegurar la libertad es estar presto a morir. Quien está dispuesto a afrontar la muerte no puede temer a ningún tirano". No extraña que los estoicos vinculen libertad y suicidio. En todo caso, la muerte aceptada o consentida es preferible al dolor insufrible o a vivir de hinojos, humillado y esclavo, de un amo cruel o de ciertas adiciones deshumanizadoras. 

Este deseo de morir, "instinto tanático" en la jerga psicoanalítica, está presente como amor fati o como amor Dei en los místicos. Es el "muero porque no muero" de Teresa de Jesús. El sabio socrático asume que la verdad de la vida es su tiempo tasado, fugaz y precario, y esa idea relativiza todos los afanes y desvelos, volviéndolos vanos. Tanto el temor como la esperanza, cara y cruz de la misma entraña, la más profunda del alma, como preso y guardián, pues miedo e ilusión viajan hermanos, quedan suspendidos ante la revelación de la muerte. Nada pierde y nada teme quien no espera nada de esta vida. Por eso se ha dicho que el estoicismo es el cristianismo sin esperanza. La serenidad pagana (ataraxía o apatheía) sería perfecta si no desesperase.

El capitán sevillano Andrés Fdez. de Andrada lo expresa a las mil maravillas en los versos 67 al 72 de su Epístola moral a Fabio (1606-1612), breviario neo-estoico y clásico monumento universal a la prudencia: 

¿Qué es nuestra vida más que un breve día,
do apenas nace el sol, cuando se pierde
en las tinieblas de la noche fría?
¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
¿Será que de este sueño se recuerde?

Es eco del De brevitate vitae de Séneca. Esto es evidente y ha sido declarado con precisión erudita por Pedro Cerezo (Claves y figuras del pensamiento hispánico, Madrid 2012)... ¿Será posible la memoria del sueño de la vida?

¿Será que pueda ser que me desvío
de la vida, viviendo, y que está unida
la cauta muerte al simple vivir mío? (verss. 73-75).

Toda vida se desvive en cuanto se precipita desde su mismo origen hacia la muerte. Morimos desde que nacemos. Cada instante que pasa es de la muerte, y hasta del olvido. Séneca recurre a la metáfora de la clepsidra, el reloj de agua. A la clepsidra no la vacía sólo la última gota, sino todas las demás que por ella se han escurrido, "así la última hora, en la que dejamos de existir, no causa ella sola la muerte, sino que ella sola la consuma" (Epístola a Lucilio, 24, 20, ed. Gredos). 

Alegoría del tiempo. "Naciendo morimos"

Esperanza alegre

"Todas hieren, la última mata" rezaba la leyenda de un reloj de Pio Baroja, refiriendo a sus horas. Los relojes de agua ya se conocían en Babilonia y en la China antigua. Se dice que Platón introdujo en Grecia la primera clepsidra alrededor del 400 a. C. Debía ser ya un instrumento evolucionado porque al parecer despertaba a los alumnos con sonidos de flauta. Como afirma Ernst Jünger en su libro sobre El reloj de arena, "el tiempo de reloj es una de las principales abstracciones que gobiernan nuestro mundo". Puede que, como pensaron las grandes mentes del barroco, la vida no sea sino un sueño y el reloj vital entone con la última hora el momento de un renovado despertar.

Lo cierto es que la muerte de una persona, por más natural e indolora que resulte, es siempre trágica, porque con ella acaba una historia singular, una biografía personal e irrepetible. Vista una gallina, vistas todas, pero cada persona es un relato relativamente independiente, original, único, y cada uno tiene su caunidad, como dijo el sabio de Chilluévar.

Tal vez por eso sea saludable y consolador pensar o creer que ninguna voluntad e intención se pierde. Este es el principio de esperanza, postulado práctico más que promesa, de una posible aunque inimaginable y poco verosímil identidad futura, es decir, memoria conservada y renovación de proyectos de realización de la posibilidad abierta al infinito que ya somos. No sabemos si sobreviviremos más allá de esta vida de aquí, la del mundo terrenal, pero la apuesta por la otra vida del alma -son también palabras de Sócrates- es una "apuesta feliz".


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