sábado, 24 de julio de 2021

EN COMUNICACIÓN

"Online", acuarela JBL.


Emmanuel Mounier atinó cuando señaló como experiencia fundamental de las personas la comunicación. Hasta la violencia es, contra nosotros, una especie de comunicación destructiva, la más bestial y estéril. Pero no nos engañemos: la vida social es guerrilla permanente y, a veces, cuando la hostilidad se apacigua, se instala la indiferencia.

Donde hay comunicación también surge el malentendido y el fracaso de la fraternidad humana. Muchas veces, la comunicación queda bloqueada por la necesidad, la falta de libertad, o por el deseo de poseer o someter. O tirano o esclavo…, si se establece este dilema, la pareja fracasa tarde o temprano. Más de la mitad de los matrimonios se divorcian en España.

Ante el riesgo, el desengaño y la quiebra de la relación personal, hay quien prefiere compartir la privacidad con una mascota antes que con un ser humano, la lealtad perruna está asegurada, “mueve el can el rabo por el pan”; la gatuna, es más dudosa. O también, frente a la ruina de la relación personal puede uno darse a la misantropía existencial: “¡todos los hombres son iguales!”, “¡a las mujeres no hay quien las entienda!”, o, demostrando familiaridad con las letras sartrianas y sublimando la sociofobia, puede una/uno afirmar que “el infierno son los otros”, pues su simple presencia, y no digamos su mirada, limita mi libertad. Entonces el amor, si todavía se acoge, se representa como un contrato de mera compañía o cooperación económica, o como una infección mutua.




Por supuesto que el mundo de los otros no es un jardín de delicias; reintroduce constantemente la provocación, la desilusión y el sufrimiento. Pero sin los otros, somos nada. Incluso el egoísmo se ha de aturdir con ilusiones altruistas, como sucedía con la vieja y limosnera caridad farisaica. Querríamos convertir al otro en un espejo que nos regale una imagen sublimada de nosotros mismos y nos duele y encabrita que en lugar de esa imagen nos ofrezca, como aquellos espejos de feria, otra más bien poco halagüeña, que no engorda o nos adelgaza personalmente. No nos conformamos con comunicar, buscamos seducir, convencer, convertir…

La mascarilla no es nueva ni temporal, la necesitamos y necesitaremos siempre, cosmética física y metafísica, simulación sobre la que Gracián construyó toda una analítica de las relaciones humanas. Otorgamos sombra y volumen, opacidad o lustre, misterio, comicidad o dramatismo, a la conversación, a la confidencia o a la confesión, siendo estas últimas las más peligrosas de las comunicaciones. Si falla y falta la confianza, muere la comunicación, se quiebra la amistad, se vuelve imposible la conversación amable.

María Zambrano distinguió acertadamente entre persona y personaje. El endiosamiento del personaje mata a la persona, a fuerza de querer ser ella y únicamente ella, se vuelve ídolo impersonal y hasta líder carismático. Entonces la máscara ahoga al hombre. Y es que el ser persona también exige limitación, para no dejar de ser alguien y rebajarse a cosa. El endiosado, así como las masas a las que fascina, sucumben a esa nada subyacente en el “seréis como dioses”. Nuestra filósofa propone que arrojemos la máscara del “personaje histórico” para ganarnos como personas vivientes.

"Más cara 1", h. 1980, J. Biedma L.


Del existir como un abrirse y expresarse al otro en la exterioridad hemos de volver siempre al recogimiento de la intimidad que asegura nuestro estar en forma, pero sin menoscabo de esa disponibilidad que nos capacita para acoger al otro. Hoy podemos hacerlo con un mensaje telefónico escrito en el retrete, a la velocidad de la luz o sin levantarnos de la cama. Nos construimos en comunicación, somos online; el nene se descubre a sí mismo en los otros, interioriza el proceso social de comunicación para lograr representar un sí mismo. Por eso, la experiencia primitiva de la persona no es el yo, sino el, la mirada a la que salta el bebé desde el pecho de la madre, el círculo de la mesa, el nosotros que lo ampara. 

La persona siempre sobrevivirá como un ser expuesto, es decir, en comunicación. Quien se encierra en el ego enloquece o acaba siendo mala persona. Acaba alienado, o sea, alienus, ajeno y hasta extraño para sí mismo: “sólo existo en la medida en que existo para otros, y en última instancia ser es amar” (Mounier. El personalismo, II). Nadie se salva solo.

Hemos mencionado el concepto de disponibilidad como actitud para salir de sí. La capacidad de comprensión es un segundo requisito de la comunicación exitosa. Entender al otro exige un doble esfuerzo de atención, una epojé o abstención del juicio que pone entre paréntesis la perspectiva propia; y un esfuerzo de imaginación para ponerse en su lugar. 

La cultura actual vuelca el fenómeno complejo, tanto racional como emocional, de la comprensión en un sentimentalismo que se impone como función emotiva, a la que llama “empatía”. Sin embargo, es posible comprender sin empatizar y empatizar sin comprender. La simpatía, hermana mayor de la empatía, surge espontánea de cierta afinidad natural. Ni ella ni su hermana menor pueden ser impuestas por una retórica moralista.

Tomar sobre sí la alegría o el dolor ajeno, la afición o inquietud del prójimo, es “oficio” (en sentido latino) de buenas personas, aunque tal vez sólo sea posible de manera integral entre verdaderos amigos, de esos que, según Aristóteles, se pueden contar con una mano y siempre sobran dedos. Más allá de la lucha, la rivalidad o la reivindicación, se halla la generosidad del alma grande (magnánima), el valor liberador del perdón, que es un regalo y también una herramienta eficaz contra el monstruo del odio.

Por último, en referencia a las condiciones de una buena comunicación, asiento de toda comunidad sana, y no digamos de toda comunión sagrada, Mounier refiere a una virtud cada vez más olvidada: la fidelidad. Así se tituló precisamente el último artículo que escribió para la revista Esprit antes de su muerte. El filósofo francés afirma que tanto la amistad como el amor sólo son perfectos en su continuidad que no entiende como repetición, sino como un resurgir continuo: “La fidelidad personal es una fidelidad creadora”.

La comunicación interpersonal, basada en el respeto mutuo a las personas, al margen de su raza, orientación sexual, creencias, nacionalidad, etc., no exige sólo naturalidad, sino también cierto esfuerzo, pues es siempre una provocación recíproca a la corrección y a ser más, y una fecundación mutua, espiritual. Y, aunque contemos con potentes analgésicos, ese parto siempre supone algo de sufrimiento aun mezclado con alegría. Como cuando pagamos mucho por un excelente jamón, “el precio (el dolor) se olvida, la calidad (de la comunicación) perdura”.


Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm




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