La metamorfosis del objeto (estudio para un cenicero), Magritte, 1933. Objeto transformado por "contaminación semántica" de la pipa, emblema del artista. |
Michel Bréal (1832-1915) fue un filósofo de padres franco-judíos al que muchos tienen por fundador de la Semántica moderna. En su Essai de Sémantique (1897) estudió la acción a distancia que las palabras de una lengua ejercen sobre otras. Así, una palabra tiende a restringir cada vez más su significación, sentido, cuando una "colega" extiende la suya. Bréal pone el ejemplo del verbo francés "muer" que cede su lugar, al menos gran parte de su campo semántico, al verbo "changer".
Commuer y remuer han sobrevivido a la ruina de su raíz primitiva. Lo mismo sucedió con sevrer al que séparer ha arrinconado completamente. Se trata de una especie de lucha por la vida, de concurrencia vital por decirlo en el lenguaje darwiniano. Hoy podríamos también hablar de memes (en el sentido de Dawkins), átomos o moléculas de significación batiéndose por su supervivencia en las mentes de los hablantes. El fenómeno resulta particularmente sorprendente cuando las palabras que compiten -como en el último ejemplo- proceden de la misma cepa etimológica.
Todo neologismo que se introduce en una lengua causa en ella una perturbación análoga a la de un intruso en el mundo físico o social. Es preciso un tiempo para que el campo semántico se restablezca. El espíritu duda primero entre los dos términos en conflicto durante un periodo de fluctuación, hasta que una de las rivales toma ventaja sobre la otra y la reduce a un pequeño número de empleos, si no la ensombrece definitivamente en el elenco de los arcaísmos.
Michel Bréal, fundador de la Semántica moderna. |
A decir verdad, la adquisición de una palabra nueva, extranjera o no, es relativamente rara. Es más frecuente la aplicación de una palabra en uso a una idea nueva. En español peninsular podemos citar el término "móvil" para referir al teléfono que los hispanoamericanos llaman "celular".
A medida que una cultura se civiliza y diversifica las palabras cobran sentidos distintos según las usa el agricultor o el profesor, el militar o el comerciante, el artista o el sacerdote... La costumbre, el medio, el ambiente... determinan el sentido de las palabras y precisan o concretan su potencial generalizador, abstracto. Por eso la palabra "operación" no significa lo mismo pronunciada por un cirujano, que por un soldado, por un hombre de negocios que por un profesor de matemáticas.
La diversidad social no es la única causa que contribuye a a evolución del vocabulario. Otra causa es la necesidad que tenemos de representar e imaginar lo que pensamos y sentimos. Las palabras que usamos cotidianamente dejan de impresionarnos, igual que dejamos de ver el paisaje que nos circunda todos los días del año.
Si el único oficio del lenguaje fuese hablar a la inteligencia, las palabras más comunes serían las mejores, por eso la nomenclatura del álgebra no cambia.
"Mais le langage ne s'adresse pas seulment à la raison: il veut émouvoir, il veut persuader, il veut plaire".
La lengua no es sólo racional, también pretende, o sobre todo intenta, conmover, persuadir, gustar... Y por eso vemos nacer entre lo añejo nuevas imágenes surgidas del cerebro de un gran escritor, de un comunicador popular o, a menudo, no sabemos de dónde proceden. Si las imágenes son apropiadas y pintorescas, hallan acogida y se adoptan, primero a título de figuras o metáforas, hasta acabar desgastadas -como decía Nietzsche comparando los conceptos con monedas muy manoseadas que han perdido su dibujo de metáforas- y llegan a ser a la larga el nombre (abstracto) de la cosa.
En cualquier época, el vocabulario marítimo ha ofrecido un atractivo peculiar al habitante de tierra adentro [al menos en la cultura mediterránea] que "aborda" una cuestión. El caballo y la equitación, medios de trabajo y transporte durante siglos, han dejado una buena cantidad de expresiones figuradas. La palabra "acicate" es sinónimo árabe de la germánica "espuela", de donde viene "espolear". La palabra "entrenar" es un galicismo (entraîner) de origen caballeresco... "Trabajo" es una palabra que recuerda al etimólogo un instrumento romano de tortura compuesto de tres palos (tripalium)...
"Como las conchas que alfombran la playa, escombros de animales que vivieron, unos ayer, otros hace siglos, las lenguas están repletas de los despojos de ideas modernas y antiguas, unas supervivientes, otras dormidas u olvidadas desde hace largo tiempo. Todas las civilizaciones, todas las costumbres, todas las conquistas y sueños de la humanidad han dejado su huella que, con un poco de atención, uno ve reaparecer".
Evidentemente, para describir la historia de la semántica de un idioma hay que mirar también las palabras insertas en las frases y dichos que conforman, dado que las palabras no conservan el mismo sentido a través de todas las asociaciones y combinaciones en que ponen a prueba su sentido. Cuando una palabra se aclimata en una fórmula, oración o dicho usual, ya no percibimos más que la fórmula.
Hay vocablos que sólo se conservan en ciertas asociaciones ("no doy a basto"). Michel Bréal pone el ejemplo francés de "demeure", con el sentido de retraso (retard), palabra casi desaparecida, pero todo el mundo comprende la expresión "il y a péril en la demeure", porque no es la palabra la que forma para nuestro espíritu una unidad diferenciada. ¡Es la idea!
Notas
Me ha sorprendido que en su excelente introducción "Concepciones del lenguaje", al tomo sobre Semántica (Filosofía del lenguaje I) de la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, Juan José Acero no cite a Michel Bréal, ni siquiera en la bibliografía de su artículo. Tampoco aparece en el índice de nombres del volumen.
En el libro de Georges Mounin, Claves para la semántica (Clefs pour la sémantique, París 1972) sí se reconoce el papel pionero de Bréal en el desarrollo moderno de esta ciencia. "Desde Bréal, la definición tradicional de semántica es la ciencia o teoría de los significados. Sería prudente añadir siempre: de los significados lingüísticos solamente".
He traducido el texto francés de Michel Bréal gracias a la Cretomatía Francesa de Eduardo del Palacio Fontán, Madrid, 1928.
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