miércoles, 27 de mayo de 2009

Tercera recapitulación


Filosofía de la cultura


Yendo desde lo genérico (la materialidad y vitalidad animal del humano) hacia lo específico, nos encontramos con la dimensión cultural del humano.

Como sucede con las grandes palabras e ideas de que se ocupa la filosofía (verdad, bien, justicia, belleza, cultura, historia, libertad...), la palabra "cultura" esconde un universo de significados. En mi entrada, intenté delimitar los principales:

1) Su sentido naturalista, general e instrumental: la cultura como memoria social, interpretación del entorno e instrumento de supervivencia y adaptación al medio.

2) Su sentido ideal y metafísico, la cultura como aspiración humanizadora de la realidad, presidida por valores como el bien, la belleza y la justicia, y como horizonte personal de perfección, asociada a la dimensión simbólica y espiritual (inventiva) del humano.

En sentido histórico, la cultura es un proceso de emancipación y despliegue de las aptitudes naturales de los humanos.

La filosofía no sólo aspira a comprender el ser cultural del humano, sino que no debe renunciar a su crítica. El gran problema que compromete nuestra felicidad es la armonización de nuestro ser natural, enraizado en el planeta Tierra, con nuestro ser cultural, el equilibrio entre nuestros impulsos y necesidades básicas y nuestros hábitos sociales. Una cultura -como la actual- basada en el crecimiento "a cualquier precio" y el consumo despilfarrador no resulta sostenible, es decir, compromete la salud del ecosistema y el bienestar de las generaciones venideras.

Admitiendo la necesidad de superar el etnocentrismo, y reconociendo la multiplicidad de culturas y el respeto que debemos a todas ellas, no podemos caer en un relativismo que renuncie al diálogo crítico entre culturas, presidido por la ética racional y conducente a la consecución de una cultura futura cosmopolita, que garantice el fin de la guerra y el equilibrio entre libertad y justicia.

En este sentido, la democracia, la ciencia y la libertad del arte resultan irrenunciables para poder considerar preservable una cultura como verdadera civilización.


Sensibilidad, Inteligencia y Voluntad

La definición del humano como animal racional es simplista. El "corazón" (símbolo de los sentimientos) no encuentra sin la ayuda de la inteligencia, pero la inteligencia no halla sino lo que el corazón busca. Nada puede ser querido si antes no es de algún modo conocido (Nisi volitum nisi praecognitum) pero igualmente es cierto que nada puede ser conocido si de algún modo no es querido. El amor -o la amistad- es condición para que haya verdadera comprensión, sobre todo en las relaciones personales.

No es cierto -como exageró Hume- que la razón nunca nos motive por sí misma y tenga que ser por fuerza "esclava de las pasiones". El libro de John R. Searle, Razones para actuar. Una teoría del libre albedrío, constituye una excelente refutación de esta concepción "inactiva" de la razón. No obstante, es cierto psicológicamente que la afectividad asigna valor a nuestras actividades y regula su energía (mediante el sistema simpático y parasimpático).

Tampoco es cierto, como lo pintan publicitariamente, que el amor tenga por fuerza que ser ciego. Hay amores lúcidos, los mejores, y torpes amores, indignas amistades o pasiones destructivas. Lo bueno es que las emociones sean ordenadas inteligentemente y que la inteligencia crezca al calor de los estímulos emotivos.

Hemos distinguido en nuestras clases el concepto de emoción (un mecanismo de supervivencia): asco, miedo, sorpresa, alegría, tristeza, ira... de los sentimientos, más suaves y asociados a la imaginación, agrupables en constelaciones, y hemos distinguido todo eso de las peligrosas pasiones. Los estoicos -y ciertas filosofías religiosas como la budista- desconfían de cualquier especie de pasión (salvo de la com-pasión) y ponen el objetivo de la filosofía práctica en la liberación del sabio de todas las pasiones, en la búsqueda de la serenidad del ánimo (apatía), de la imperturbabilidad que permite un juicio sereno. Lo cierto es que las pasiones pueden sublimarse y volverse creadoras: pasión por la música, por la ciencia, por la justicia, etc., pero también pueden conducir directamente a la locura (ludopatías, obsesiones, pasiones autodestructivas, etc.).

No debemos renunciar a ser dueños de nuestro corazón y señores de nuestros sentimientos. La apuesta de nuestro libro por una "razón cordial" cuadra bien con la que yo hago a favor de los sentimientos razonables, de los buenos sentimientos, entendiendo por tales aquellos que potencian los tres fines básicos de la acción propiamente humana: salud, felicidad (o alegría) y dignidad. Como decía San Bernardo, la culpa no está en el sentimiento, sino en el consentimiento. No debemos consentir que crezcan en nosotros "resentimientos" tristes, morbosos e innobles.

No es posible desarrollar armónicamente nuestra sensibilidad afectiva, en armonía con nuestra racionalidad inteligente, sin disciplina, esto es, sin voluntad. ¡Ojo a los virus de la abulia, tan asociados al hartazgo consumista! No nos dejemos confiscar la voluntad por los Mass Media que pretenden modelarla, dirigirla, asignarle como único fin el consumo ansioso y apresurado... de sexo, drogas o rock'n roll.

Y es aquí donde, más allá de las determinaciones físicas, biológicas, psicológicas o mediáticas, llegamos a la posibilidad de la constitución libre de la persona, su capacidad autocreadora, inalienable, de la que todavía me queda algo que decir antes del examen final.

Somos cosas, por supuesto, y animales, por supuesto, y ciudadanos sujetos a las normas de un estado, ¡pues claro!, animales sociales (políticos) con cierta propensión a ser solidarios (simpatía) y cierta propensión a ser todo lo contrario (egoísmo), con instintos gregarios y pruritos insociables, pero además aspiramos a ser personas, cada una irrepetible, con rostro propio, única en su intimidad (cualidad superlativa de su interioridad).

¿Qué significa ser persona? Este será el tema de mi última entrada no estríctamente lógica.


Filosofía de la justicia

Virtud de virtudes, objetivo irrenunciable de la política, todo el mundo la exige, pero nadie sabe como conseguirla de verdad... A todos nos cuesta ser justos con quienes odiamos, ¡y lo mismo con quienes amamos!... Maliciosos con los primeros, tal vez consentidores con los segundos. En los tiempos que corren es preciso recordar que -como decía Pascal- sin la espada en la mano, la Justicia, su figura de pesadora ciega, sería completamente irrisoria... ¿Por qué necesita de la fuerza, si decimos amarla tanto?



domingo, 24 de mayo de 2009

Voluntad


La vena creadora de la inteligencia

La voluntad es la capacidad superior del espíritu humano. Un querer orientado por fines y metas. Nuestro querer está naturalmente orientado hacia la salud, la dignidad y la felicidad, pero la voluntad nos permite decidir dónde, cuándo y cómo buscar lo que estimamos bueno. El acto voluntario es así un acto no condicionado, no reflejo, automotivado y, en fin, un acto libre.
Tradicionalmente se ha definido a la voluntad como una facultad específicamente humana que tiene por objeto el bien conocido por la inteligencia.
¿Podemos querer voluntariamente el mal? ¿Es o no es posible la mala intención absoluta? ¿Es de verdad nuestra voluntad libre o sólo se lo imagina? ¿No están nuestras metas programadas por la publicidad y la propaganda? ¿Es o no posible una voluntad asociada a una mala inteligencia de las cosas? ¿Querer es poder? Estos y otros interrogantes no admiten una respuesta fácil ni sencilla.
La voluntad es un concepto filosófico, metafísico, personalista. El contenido de la conducta voluntaria, al contrario que el de la motivación (un concepto psico-fisiológico) es de tipo intelectual y moral, autoinducido, autónomo. La esencia de la voluntad es pues la libertad, el señorío de la persona sobre sus propios sentimientos, pensamientos y actos, que le permite asumir promesas y compromisos. Podemos prometer y comprometernos porque somos capaces de garantizarnos una cierta continuidad no dependiente de los estímulos del medio o de los instintos biológicos (motivaciones).
La voluntad es automotivación inteligente, autocreadora. Y puede interpretarse como el principio activo de la inteligencia, lo mismo que la imaginación es el principio activo de la memoria, y los sentimientos el principio activo de la percepción y la sensibilidad en general. Por decirlo con una analogía física: la voluntad pone el calor y la inteligencia la luz en nuestras acciones propiamente humanas, las que acometemos libremente en tanto que personas, y no por azar o necesidad.
Personal e intelectualmente, podemos inclinarnos hacia la verdad o la falsedad; moralmente, hacia el bien o el mal, lo correcto o lo incorrecto, lo conveniente o lo inconveniente, lo legal o lo ilegal; prágmáticamente, podemos inclinarnos hacia lo útil o lo inútil, lo provechoso o lo estéril; estéticamente, hacia lo bonito o lo feo, lo armónico o lo inarmónico, etc. Estos actos, noéticos, éticos, poéticos o artísticos, son propios de nuestra raza humana, como especie que se esfuerza por dar sentido a su actuar, entender y querer.
Hacer lo que a uno le da la gana no debe ser confundido con el acto voluntario y libre. En efecto, podemos distinguir entre una volición sensible más o menos arbitraria y caprichosa, o asociada a las necesidades y apetitos del animal que también somos; y una volición inteligente, capaz de ordenar dichos apetitos y necesidades, de acuerdo a su mayor o menor valor, regida por el conocimiento.
La volición inteligente es así la capacidad de pretender lo que estimo preferible, y supone una estimativa o, dicho de otro modo, una axiología o tabla de valores. El fracaso de la inteligencia, no depende tanto de la falta de valores, sino de su pobre o equivocada jerarquización, de su mal ordenamiento. Es el caso de quien pone la emoción del juego por encima de su seguridad económica, o el placer de comer y beber por encima de su salud, o el amor por encima de su dignidad personal.
En realidad, indisociable del desarrollo y construcción de la inteligencia, la voluntad se alimenta de la represión de la volición sensible, supone contención y sublimación de los instintos y caprichos, un apresamiento de las energías animales hacia su liquidación o empleo en la persecución y obtención de fines superiores...
Tal vez por eso, el filósofo Miguel de Unamuno llamó "noluntad" a la voluntad, considerándola una capacidad negativa, porque lo propio de la voluntad -si no siempre, muchas veces- es decirle "no" a la gana. Autocontrol.
Al contrario que los animales, los seres humanos tenemos el poder de hacer lo que no nos da la gana, lo que nos disgusta: aplazar la satisfacción, sobreponerse a los instintos, aguantarse las ganas, controlar los estados de ánimo. Estas son las virtudes de la voluntad: la perseverancia, o el no actuar en un sentido para poder hacerlo en otro, el esfuerzo constante, al acecho de un bien superior, la espera, el sacrificio de bienes inmediatos e inferiores, en beneficio de bienes superiores e incluso ilusorios. Este ha sido el esfuerzo vivo de la historia humana. La fuerza de voluntad es nuestra principal ejercía inventora. No sólo la voluntad de sobrevivir, sino la de ser más, la de autosuperación.
Esta extraordinaria dimensión activa de la inteligencia humana para sobreponerse y aguantarse, que también se da, aunque en mucho menor grado, en otros animales superiores, ha sido ilustrada con la asombrosa peripecia del Barón de Münchausen, que se sacó a sí mismo y a su caballo de un barrizal, tirándose de los cabellos (cfr. infra).
La fuerza de la voluntad, en efecto, no parece tener otro fundamento que su propio ejercicio: la disciplina de todas nuestras facultades bajo la ambición creadora del sujeto ejecutivo y personal.

Podemos cansarnos de vivir, pero nunca de desear, al menos si aún nos queda ánimo. Nuestra ambición puede ser infinita, y tal vez no nos conformemos con otra cosa que con ser como dioses, sin embargo, nuestra libertad es limitada y querer no es poder. La voluntad obra milagros, pero dentro del marco de nuestra circunstancia, entendiendo por tal el marco físico, biológico, social, cultural, familiar, histórico... en el que necesariamente nos movemos. Pues aunque nuestra voluntad aspira a lo infinito, nos mueve en un marco espacial y temporal concreto.

Una condición ineludible de la voluntad es la capacidad para proyectar, asociada a la condición futuriza del ser humano, pues somos también lo que queremos ser, lo que ambicionamos ser. En el acto voluntario cobran una relevancia especial las ilusiones, deseos sublimados o reelaborados imaginativa e intelectualmente y que actúan como poderosos excitantes anímicos y tónicos de la voluntad. Vemos que las personas sin ilusiones se desmoralizan, fácilmente se dejan abatir por la pereza, la desidia o la abulia; se muestran entonces incapaces de crear, de inventar su vida, de hacerse o hacer cosas...

Resumiendo: acto voluntario es un acto volitivo no reflejo, porque no está bajo el imperio del estímulo externo; no completamente instintivo (aunque saque sus fuerzas dé lo más primitivo), porque se sobrepone a la gana, sino espontáneo y autónomo, porque está asociado a la inteligencia y al querer personal de un sujeto relativamente libre.

La cosa en sí que somos

El filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860), influido por la filosofía oriental y el budismo, proclamó que todo es representación, encadenada bajo la razón suficiente de la causalidad (¡ojo!, no confundir con casualidad o azar), todo excepto la voluntad, la verdadera cosa en sí, el fundamento del mundo, una fuerza inexplicable pues posee en sí misma su razón suficiente. Su origen es irracional, si bien en las formas superiores de conciencia transforma las causas mecánicas del mundo físico y biológico en motivos racionales.
La voluntad es el principio único, inespacial e intemporal -metafísico-, del universo. La voluntad se despliega en la multiplicidad de representaciones de lo dado en el tiempo y el espacio, así como mi voluntad de coger se despliega en mi mano, o mi voluntad de hablar en el movimiento de mi lengua. Todas las cosas son en sí la misma cosa (voluntad), sólo el espacio y el tiempo individualiza.
Schopenhauer es un filósofo pesimista y ve en la voluntad -como afán perpetuo jamás satisfecho- el origen de todo dolor y todo mal. El carácter fundamentalmente irracional e insatisfactorio del impulso volitivo, del querer vivir, produce el dolor de vivir, sobre todo a quien no es capaz de dominar sus apetencias vitales, a quien no es capaz de convertirse en artista de la vida... La música, por ejemplo, es la revelación de la Voluntad misma, más allá de toda representación espacial, la representación del sentimiento sin la vinculación a los motivos que lo han producido, la pura abstracción del dolor y la alegría y, por consiguiente, la liberación del mal de la voluntad por su serena visión y su dominio.
Pero el arte sólo es un lenitivo provisional. El autoconocimiento lleva al reconocimiento de la identidad esencial de todo lo que existe, a la superación del egoísmo de la voluntad, o sea, a la compasión, pues el dolor ajeno y el propio no son más que modalidades (representaciones) de un mismo dolor.
Frente a la Voluntad de Schopenhauer, que al final cifra toda su esperanza de salvación en la autosupresión, en la resignación y el ascetismo, su discípulo F. Nietzsche cifró la salud vital en la ampliación desmesurada, exuberante, de la voluntad de poderío (der Wile zur Macht).

Fases del acto voluntario

Como análisis del acto voluntario recogeremos las cuatro fases que le atribuyó William James:

1) Representación de un fin o de un propósito: un proyecto para alcanzar, una plan, una meta, de ahí la naturaleza finalista o teleológica de la voluntad: "nihil volitum nisi praecognitum". Como la siguiente, es una fase propia de la inteligencia, presupuesto por el acto voluntario.

2) Deliberación: la inteligencia sopesa los motivos a favor y en contra de la realización del acto, entendiendo por tales no sólo los sentimientos y pasiones, sino también las razones.

3) Decisión: es el acto propio de la voluntad, el fiat, el hágase.

4) Ejecución: Sólo se quiere verdaderamente aquello que se ejecuta. Cuentan los obstáculos y la constancia de la voluntad, pero la verdadera decisión consiste en ejecutar.

Los filósofos Bergson y Sastre criticaron la supuesta prioridad de la deliberación, interpretándola como una "comedia". La decisión -dicen- es anterior a la deliberación, la cual no es sino una justificación o racionalización posterior...

El determinismo

Se pueden aducir argumentos contra la existencia de la voluntad o de la libertad del querer humano desde distintas perspectivas.
Para el psicologismo, los seres humanos siempre se comportan determinados por el motivo o deseo dominante, sea éste un estímulo externo o una necesidad interna. Lo que hacemos no es más que consecuencia o efecto mecánico, que puede ser expresado como una función matemática, si bien la dificultad de precisarla hace que creamos que somos libres o queremos autónomamente, mientras nuestra acción depende de la cantidad y del juego de nuestros impulsos y de los estímulos que los despiertan.
Desde el sociologismo se puede argüir a favor del determinismo que sólo somos efectos de complejas retículas sociales, estamos condicionados por la clase social en la que nacemos, pues no es lo mismo nacer en una pocilga que en un pesebre de plata, tener que trabajar desde la infancia que poder dedicar ésta a la educación, etc.
Desde el biologismo genetista se insiste en la importancia determinante de los genes, el "oscuro azar de los genes", sin tener en cuenta que los genes trazan disposiciones generales que pueden actualizarse o no. Aunque es posible combinar este tipo de determinismo de los genes con el anterior de tipo social, diciendo que las aptitides (genéticas) se convierten o no en hábitos (actitudes reales) en función de las circunstancias sociales o históricas (historicismo).
Caben otros determinismos no cientifistas, sino más bien vulgares o supersticiosos. Es el caso de quien sostiene que nuestros actos están determinados por la situación relativa de los astros actual o en la fecha de nuestro nacimiento ("astrología"), o de quien cree que nuestro "sino" ya está escrito en el Libro General del Hado, en alguna parte del Cielo o del Infierno. Son distintos tipos de fatalismo, religiosos o no.

Quien sostiene que el humano no es libre, priva a este de su dignidad, pues al margen de la libertad, no puede reconocerse ningún tipo de culpa o de merecimiento, de mérito o de demérito. La negación de la libertad de la voluntad tiene la ventaja de volvernos del todo irresponsables. En efecto, si las circunstancias mandan, si no he podido hacer otra cosa que lo que he hecho, entonces de nada vale que el juez me condene por haber robado, violado o asesinado... La culpa se disuelve en una compleja causalidad hecha de factores externos: hormonas, genes, medio social, pobreza, subcultura machista, etc.
Si no somos libres, entonces carece de sentido cualquier sanción, pero también cualquier premio en reconocimiento del mérito a la valía científica, artística, profesional, etc.
La propia explicación científica de los acontecimientos humanos parece presuponer un férreo determinismo. En efecto, la explicación científica objetiva los actos humanos (la ciencia es 'cognitio rerum per causas naturales'), y al hacerlo no tiene más remedio que contemplar nuestras obras como efectos motivados, esto es, como fenómenos causados por otros fenómenos: físicos, sicológicos, sociológicos, históricos, etc.
Pero el ser humano no puede ni debe ser reducido a mero objeto, ¡porque también -como persona- es sujeto, principio causal!
La interpretación del ser humano como causa de sí, esto es, como ser libre, su comprensión como un proyecto, una idea, un ideal regulativo, un valor y, en fin, una meta, escapa al programa del trabajo científico. En este sentido, las acciones humanas no sólo requieren una explicación, sino, más importante, una justificación, que apela a valores trascendentes, más allá de lo que hay, y tascendentales, que hacen posible la creatividad humana en el mundo, el progreso y la historia.
Esta interpretación del humano como un ser capaz de autorregular racionalmente su conducta es la clave del pensamiento humanista, que identifica la libertad del hombre con su superior dignidad frente a las bestias. En el Renacimiento, el pensamiento humanista moderno (Pico de la Mirandola) declaró que el humano es un ser de "naturaleza indefinida" y por ello capaz de darse a sí mismo la forma que quiera según la idea que conciba de sí mismo. Podemos ser mejores o peores que las bestias salvajes, pero no podemos ser bestias salvajes, pues somos responsables, no sólo de nuestro pasado, ya determinado por nuestras decisiones, sino también de nuestro futuro, por el que podemos trabajar. El ser humano capaz de convertir su virtud en su fortuna, tiene que justificar -dar razón ética- de cuanto hace.
Este es el quehacer propiamente humano, como dice Ortega, el de fabricar o "novelar" su vida conviertiéndola en biografía, en obra de arte, historia propia.
La faena de la libertad es dramática puesto que en ella nos jugamos la dignidad, el mérito, el demérito. La posibilidad de elegir bien es también la posibilidad de elegir mal, de equivocarse, de fallar... Por eso nos entra muchas veces pereza y preferimos que otros decidan por nosotros, adoptando la pose -también culpable- de la minoría de edad, de la inmadurez para decidir con conocimiento, por eso todos hemos sentido el "miedo de la libertad" (Erich Fromm).
Desde luego, uno puede optar por ser esclavo de otros o de las drogas, el dinero, la moda, el cargo... ¡Uno es libre de dejar de ser libre o de tirar su libertad por la borda! Por eso se ha dicho que "estamos condenados a la libertad" (Sartre).



Libertad y progreso

La idea del ser humano como ser abierto y en continuo proceso de autocreación o transformación está muy asociada a la idea moderna de progreso, esto es, a la idea de que el ser humano construya su suerte mediante un proceso histórico de emancipación de la necesidad, regido por una cabal idea del bien o un ideal de justicia.
Mediante tal proceso, los seres humanos -varones y mujeres- se harían cada vez más capaces de elegir su suerte, cada vez más capaces y libres, ampliando -mediante su esfuerzo en el tiempo y el espacio- el horizonte de su libertad personal.
Esta concepción progresista de la historia no tiene por qué ser ingenua, en el sentido de que todo cambio sea necesariamente hacia mejor. Puede que el progreso sea errático: dos pasos p'alante, tres p'atrás, cinco p'alante... aunque, globalmente considerada, la historia presente claros signos de significativo progreso, tanto en cuanto a la ampliación de la capacidad de maniobra para conducirnos, como a la ampliación de la conciencia y responsabilidad de nuestras decisiones y actos...
Esta concepción de la libertad y el progreso está asociada a un ideal de ilustración y cultura, pues sólo la verdad nos puede hacer libres, y a una concepción de la inteligencia que no la reduce a un instrumento de las pasiones, ya que -como dijo Kant- sin el progreso ético de la humanidad el progreso técnico no es más que mera lentejuela miserable.
Apostar por la libertad del ser humano y el progreso de la humanidad no significa renunciar a reconocer nuestra esencial menesterosidad, aun en lo espiritual, la fundamental falibilidad de la libertad, pues no somos "superhombres" ni "supermujeres", no somos dioses, ni podemos situarnos más allá de la naturaleza (de la que procedemos) o más allá del bien y del mal (en cuya distinción nos constituimos).
El "voluntarismo" es una exagerada apuesta por las posibilidades de la voluntad, asociado a una concepción individualista y romántica de la naturaleza humana. La libertad no es sólo voluntad, como piensa el voluntarismo, sino también poder, las circunstancias fijan el marco de posibilidades de hecho dentro de las cuales puede elegir. Entre el determinismo y el voluntarismo cabe una exacta comprensión de nuestras posibilidades y aspiraciones legítimas, que respete nuestra capacidad creadora.

Las enfermedades de la voluntad

Lo peor del determinismo mecanicista es que acaba limitando las posibilidades de la libertad, es un prejuicio que acaba por realizarse... En efecto, si los seres humanos tiene una idea de sí mismos como sujetos no libres, condicionados por las circunstancias, las pasiones, los deseos y caprichos, los estímulos mediáticos, etc. acaban comportándose como animales y muñecos teledirigidos. La Internacional Publicitaria es una poderosa tirana de la voluntad, puesto que aspira a disolverla en motivaciones que ella diseña, reproduce y controla. La gente cree que es libre de querer esto o lo otro, pero ha sido condicionada por los monitores. Pues el sistema de producción no sólo produce los medios que satisfacen "necesidades", sino que también produce las "necesidades", lo deseos que se ajustan a los productos que interesa vender.
No es de extrañar que se extiendan en la actualidad la desmoralización general o las enfermedades de la voluntad:

1) Abulia de la deliberación: la de los impulsivos que hacen o compran lo primero que se les antojan, o la de los obsesivos, que se dejan llevar por pasiones o impulsos "irresistibles".

2) Abulia de decisión. La de los indecisos que deshojan una margarita trás de otra, sin decidirse nunca por el bien mayor.

3) Abulia de ejecución. Falta de constancia y energía psíquica para empeñarse en la realización de un proyecto y ordenar los actos a su consecución. Entra también aquí la abulia de los "veleidosos", que cambián continuamente de proyectos.

Comentario de texto

"La operación de la racionalidad presupone que hay una brecha entre el conjunto de etados intencionales sobre la base del cual tomo la decisión, y la toma efectiva de la decisión. Para ver esto sólo se necesita considerar los casos en los que no hay brecha alguna, donde la creencia y el deseo son, en realidad, causalmente suficientes. Éste es el caso en el que, por ejemplo, un drogadicto tiene un impulso poderosísimo para tomar heroína, cree que la substancia que tiene delante es heroína y así, de modo compulsivo, la toma. En tal caso, la creencia y el deseo son suficientes para determinar la acción, puesto que el adicto no puede hacer otra cosa. Pero esto difícilmente es el modelo de racionalidad. Tales casos parecen estar completamente fuera del alcance de la racionalidad.
En el caso normal de la racionalidad, tenemos que presuponer que el conjunto antecedente de creencias y deseos no es causalmente suficiente para determinar la acción. Esto es una presuposición del proceso de deliberación y es absolutamente inevitable para la aplicación de la racionalidad. Presuponemos a continuación que hay una brecha entre las 'causas' de la acción en forma de creencias y deseos y el 'efecto' en forma de acción. Esta brecha tiene un nombre tradicional. Se la denomina 'libre albedrío'. Tenemos que suponer el libre albedrío para que sea posible el embarcarnos en la toma racional de decisiones. De hecho (...), tenemos que suponer libre albedrío en cualquier actividad racional. No podemos evitar esa presuposición, pues incluso el rechazar embarcarse en la toma racional de decisiones sólo es inteligible como tal rechazo si lo consideramos como un ejercicio de la libertad. Para ver lo que quiero decir, consideremos algunos ejemplos. Supóngase que una persona entra en un restaurante y el camarero le lleva la carta. La persona en cuestión puede elegir entre, digamos, chuletas de ternera y pasta; no puede decir: 'Mire usted, soy determinista, C'e será, será. Lo único que voy a hacer es esperar y ver lo que pido. ¡Esperaré a ver lo que causan mis creencias y deseos!'. En tal caso, incluso si tal persona rehusa ejercitar su libertad, todo el asunto es inteligible sólo si lo consideramos como un ejercicio de la libertad. Hace mucho tiempo que Kant señaló esto: no hay manera de liberarse de nuestra propia libertad en el proceso de la acción voluntaria porque el propio proceso de deliberación sólo funciona en contraste con la presuposición de libertad, en contraste con la presuposición de que hay una brecha entre las causas que tienen la forma de creencias, deseos y otras razones del agente, y la decisión efectiva que toma tal agente."

John R. Searle. Razones para actuar. Una teoría del libre albedrío, 2000.

Leyes de proposiciones


Entendemos por A cualquier fórmula proposicional, y por B cualquier fórmula proposicional distinta de A.
A y B son metavariables, variables de variables, que pueden ser interpretadas en función de variables y funciones como p & q, z, p v s, t -> p..., etc.
Toda equivalencia lógica (<=>) es una bicondicional tautológica; y cualquier implicación formal (=>) es una condicional tautológica, o sea, necesariamente verdadera.
La equivalencia y la implicación formal constituyen metafunciones, funciones de funciones. Así, empleo la equivalencia (<=>) para referirme a un bicondicional (<->) que es necesariamente verdadero o tautológico, y la implicación (=>) para referir a un condicional (->) que es necesariamente verdadero o tautológico.
Las equivalencias lógicas y las implicaciones formales -que escribo "horizontalmente"- constituyen leyes lógicas que pueden usarse como reglas deductivas -escritas "verticalmente"-, tomando los antecedentes (prótasis) del condicional por premisas conjuntadas (P1 & P2... Pn), y el consecuente (apódosis) por conclusión (Q). Cada conclusión legítima -obtenida según reglas- puede incorporarse a las premisas como paso deductivo legítimo, y así ayudar a obtener nuevas consecuencias (corolarios).
Como ya sabe, las fórmulas proposicionales pueden ser necesariamente verdaderas (Tautologías, T), necesariamente falsas (Contradicciones, C), y unas veces verdaderas y otras falsas (Indeterminaciones, I).
Ejemplos sencillos:

1) A & ¬A <=> C
2) A -> A <=> T
3) Las fórmulas "A", "A & B", "C -> A", verbigracia, son indeterminaciones consistentes, aunque no tautológicas. Llamamos consistentes a las fórmulas que no contienen contradicción (sean una veces verdaderas o falsas, I, ó siempre verdaderas, T).

Toda ley lógica es una tautología y cualquier fórmula proposicional A implica una tautología (T):
A => T.
Sin embargo, también de una falsedad absoluta (Contradicción, C) se sigue cualquier fórmula:
C => A,
según la ley lógica Ex falso sequitur quodlibet ("De lo falso se sigue cualquier cosa"). Esta ley explica por qué un razonamiento con premisas inconsistentes (que contienen contradicción) es sin embargo válido. En efecto, entiendo por C una fórmula, la que sea, en cuya tabla de verdad sólo caen ceros (falsedades), y, por definición, un enunciado condicional con antecedente falso (contrafáctico) es formalmente válido, aunque pueda ser semánticamente absurdo.
Por consiguiente, un razonamiento con premisas cuya conjunción es necesariamente falsa es necesariamente válido. Dicho de otro modo, de una contradicción C se sigue cualquier fórmula A, pero también su contraria o contradictoria ¬A:
C => A & ¬A
Lo peor de introducir falsedades en nuestros razonamientos está precisamente en que un razonamiento con premisas contradictorias nos puede llevar a cualquier parte, incluso a una tautología: C => T.

Más "exclusiva" es la tautología. Ya hemos explicado que entendemos por T cualquier fórmula cuya tabla de verdad sólo admite unos, o sea verdade lógicas. Si repasa usted la tabla de verdad del condicional, comprenderá fácilmente la siguiente ley de leyes:
A => T
o sea, cualquier fórmula (I o C) implica una tautología, porque un condicional con consecuente (apódosis) necesariamente verdadero es un condicional tautológico. Ahora bien, una tautología sólo implica tautologías:

T => T
He ahí la razón profunda que justifica que de nuestros principios lógicos (identidad, no contradicción y tercio excluso) puedan deducirse todas las leyes lógicas imaginables... que son infinitas, pues cualquier tautología es una ley lógica y puede usarse como regla deductiva.
A continuación sólo me referiré a algunas de las más útiles y famosas... Recuerdo que si una fórmula equivale a otra también la implica, ¡pero no viceversa!
Ley de la doble negación, DN:
¬¬A <=> A
Leyes de simplificación o eliminación de la conjunción, E&:
A & B => A
A & B => B

Ley aditiva o de introducción de la disyunción, Iv:
A => A v B
Inferencia de la alternativa o ley de eliminación de la disyunción, IA:
(A v B) & ¬ A => B
(A v B) & ¬ B => A
Como he explicado en clase, esta es la ley que, según los estoicos, aplican como regla deductiva incluso los perros.

Leyes conmutativas de la conjunción, disyunción y bicondicional, Conm.:
A & B <=> B & A
A v B <=> B v A
A <-> B <=> B <-> A
Leyes asociativas de la conjunción, disyunción y bicondicional, Asoc.:
A & (B & C) <=> (A & B) & C
A v (B v C) <=> (A v B) v C
A <-> (B <-> C) <=> (A <-> B) <-> C
Ley transitiva del condicional:
(A -> B) & (B -> C) => A -> C
Ley de Clavius:
(¬p -> p) -> p
Leyes de Morgan:
¬ (A & B) <=> ¬ A v ¬ B
¬ (A v B) <=> ¬ A & ¬ B
Leyes y falacias del condicional
Modus ponendo ponens MPP:
((A -> B) & A) => B
Modus tollendo tollens MTT:
((A -> B) & ¬ B => ¬ A
¡Ojo! las siguientes tesis son proposiciones consistentes, pero ¡no son implicaciones formales!:
1) ((A -> B) & B) -> A
2) ((A -> B) & ¬ A) -> ¬B
Por consiguiente es falaz concluir de las premisas P1: A -> B, y P2: B, la conclusión, Q: A, puesto que hay al menos un caso u ocurrencia en que P1 & P2 sería verdadera y Q (o sea B) sería falsa, lo que quiere decir que el condicional que une las premisas con la conclusión no es tautológico.
Y lo mismo sucede respecto del enunciado 2).
Cuando se emplean como pseudorreglas las llamamos falacias del condicional.

Interdefiniciones de las conectivas

A & B <=> ¬ (¬A v ¬B)
A & B <=> ¬ (A -> ¬B)
A v B <=> ¬ (¬A & ¬B)
A v B <=> ¬A -> B
A -> B <=> ¬ A v B
A -> B <=> ¬ (A & ¬B)
A <-> B <=> (A -> B) & (B -> A)
A <-> B <=> ¬ (A & ¬B) & ¬ (B & ¬ A)




Ejercicios
1. Escriba todas y cada una de las leyes anteriores como reglas deductivas
2. Comente el siguiente texto:
"4.461...La tautología no tiene condiciones de verdad, pues es incondicionalmente verdadera; la contradicción, bajo ninguna condición es verdadera. La tautología y la contradicción carecen de sentido. (Como el punto del cual parten dos flechas en direcciones opuestas) (Yo no sé, por ejemplo, nada sobre el tiempo, cuando sé que llueve o no llueve).
4.4611 Tautología y contradicción no son, sin embargo, sinsentidos; pertenecen al simbolismo, del mismo modo que cero es parte del simbolismo de la aritmética.
4.462 Tautología y contradicción no son figuras de la realidad. No representan ningún posible estado de cosas. En efecto, una permite todos los posibles estados de cosas; la otra, ninguno...
4.463 La tautología deja a la realidad todo el espacio lógico infinito; la contradicción llena todo el espacio lógico y no deja a la realidad ni un punto. Ninguna de las dos pueden, pues, determinar de ningún modo a la realidad.
4.464 La verdad de la tautología es cierta; la de las proposiciones, posible; la de las contradicciones, imposible.
(...)
5.143... La contradicción es el límite externo de las proposiciones. La tautología su centro insustancial."
Ludwig Wittgenstein. Tractatus logico-Philosophicus, trad. E. Tierno Galván, Londres 1922.

martes, 12 de mayo de 2009

Justicia



Todo el mundo parece tener un instinto para la justicia. "¡No hay derecho!", "¡eso no es justo!", exclama la hermana celosa de la hermana o el alumno frustrado porque la nota de su examen no es la que se esperaba...


Pero... ¿qué es la justicia? Los romanos inventaron el derecho para resolver los problemas y conflictos entre intereses y particulares, de acuerdo a normas justas. Es difícil que el derecho -y el sentido del deber- sirvan para algo si no están inspirados en una cierta idea o ideal de lo justo, de lo que es bueno para todos.


Y aquí nos encontramos con el problema de la idealidad metafísica de la justicia. Justicia es uno de esos conceptos proversivos, como amor o prudencia, que no refieren a cosas que se den de hecho, sino a valores ideales, a cosas y relaciones que están por hacer y por llegar, que hemos de inventar y realizar. Lo cierto es que "no hay derecho", o sea, que la vida en general y la vida humana en particular no es perfectamente justa en ninguna parte. Lo trágico es que la virtud o excelencia no siempre es compensada con la salud, la dignidad y la felicidad; y que el vicio y la maldad no siempre tienen por efecto la autodestrucción o la desgracia...


La idea de Justicia es un concepto proversivo, válido no porque refiera a algo que se da de hecho, sino a algo que debería de darse. Tiene por tanto un potencial generador, movilizador, tal vez revolucionario.


Platón buscó durante toda su vida, de político en la sombra y de educador en la Academia, una sociedad que fuera de verdad justa, convencido de que sólo en ella sería posible que los seres humanos vivieran felices y en paz. Para él, la virtud de la justicia puede interpretarse como una excelencia individual, pero también como una excelencia política.


Justa es el alma armónica, en la cual los apetitos y deseos, así como las emociones y sentimientos se dejan ordenar por la razón, piloto del alma. Justa es el alma templada o sensata, valiente o fuerte, y prudente o sabia. Cuando deseamos y amamos lo que la razón entiende que conviene en general, nuestro comportamiento es equilibrado, o sea, justo. Platón -como su maestro Sócrates- era un optimista. Pensaba que nadie en su sano juicio haría el mal a sabiendas. Sólo los locos obran injustamente, porque la injusticia es la desarmonía del alma o mente (psique) y, por tanto, la injusticia destruye al injusto. Platón tenía razón, siquiera parcialmente. Si bien es muy difícil que cualquiera sea feliz si es un cabarde o se deja arrastrar por deseos y pasiones desordenadas y maniáticas; no siempre sucede que las personas justas encuentren la felicidad que merecen... O dicho en plata: cuando la sociedad es injusta, el comportamiento injusto puede resultar interesante o "rentable", al menos a corto plazo. A veces, no puedo sino hacer daño a otros para que otros no me lo hagan a mí.


El cristianismo introdujo un concepto más dramático de libertad. "Veo el bien, sé como hacerlo, hago el mal" -decía más o menos Pablo de Tarso.


Esto quiere decir que tenemos capacidad para instalarnos voluntariamente en la mentira y para obrar mal, incluso a sabiendas de que lo que hacemos es perjudicial para otros o para nosotros mismos (piénsese si no en las drogodependencias, tan extendidas en nuestro mundo "opulento"). Sabemos cómo alimentarnos bien, pero comemos y bebemos lo que no debemos, porque no siempre hallamos en razones y convicciones fuerza de voluntad suficiente para con-movernos, y porque la sofística publicitaria nos ha convertido en débiles morales y ávidos consumidores. Nuestros sentimientos no siempre se orientan hacia lo bueno y lo justo. Evitamos infringir las leyes más por el miedo a la sanción que por el reconocimiento de su validez universal.


Aristóteles decía que si todos estuviéramos unidos por lazos de amistad no serían necesarias las leyes. Pero desdichadamente, el odio también nos une a veces, y hasta puede que más fácilmente que el amor...


Por eso el emblema de la justicia lleva en una mano la balanza que pesa los vicios y las virtudes, las malas y buenas costumbres, lo que hacemos bien y lo que hacemos mal, pero en la otra lleva una espada. Es difícil imponer la justicia sin fuerza, fuerza que puede ser bien legítima, como la que ejercen los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.


Ulpiano, un gran jurisconsulto romano, definió la justicia así:


alterum non laedere, suiquique tribuere et honeste vivere. O sea, dar a cada uno lo suyo, no hacer daño a nadie y vivir honestamente. ¡Ahí es nada!


La justicia tiene un fuerte componente de igualdad solidaria. Nadie debe ser más que nadie ante la ley (justicia conmutativa), pero también un componente de equidad discriminativa (distributiva): así, un profesor no sería justo si diese a todos sus alumnos la misma nota, debe reconocer el esfuerzo y el talento, y discriminar la pereza y la torpeza.


J. Rawls en su monumental Teoría de la justicia la define mediante una analogía: "La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento".


Paul Ricoeur ha explicado que la caridad, como el amor verdadero, pueden estar más allá de la justicia. A su entender, la justicia comprende dos aspectos: el de lo bueno, que señala la extensión de las relaciones interpersonales; y el de lo legal, el sistema judicial que confiere a la ley coherencia y derecho de restricción.
Comente la siguiente frase: "Los buenos terminan felices; los malos, desgraciados; eso es la ficción". Oscar Wilde

Sistema axiomático formal

EL LENGUAJE FORMAL DE LA LÓGICA

A. ¿Qué es un Sistema Axiomático Formal?

La lógica se organiza, o puede ordenarse, como un sistema axiomático formal (SAF). Un SAF tiene la siguiente estructura:

1. Parte morfológica de un SAF:

1.1 Componentes primitivos, e. d., signos que carecen de todo contenido material, de todo significado semántico. Los signos del SAF no son “semantemas”. Son los “átomos” del lenguaje formal. Ejemplo: p, q, r, s, etc. Estos componentes son las variables de nuestro lenguaje lógico. Sea p cualquier proposición, puede valer en una lógica bivalente 1 (verdad) ó 0 (falsedad).

1.2 Operadores. Un montón de signos aislados no constituyen un lenguaje lógicamente articulado. Tienen que poder enlazarse, relacionarse, componerse entre sí, mediante operaciones, que conectan (conectores o conectivas) unos signos con otros. Su número puede ser variable. En nuestra lógica bivalente, podríamos jugar con 16 conectores distintos, aunque suelen usarse menos.