miércoles, 27 de mayo de 2009

Tercera recapitulación


Filosofía de la cultura


Yendo desde lo genérico (la materialidad y vitalidad animal del humano) hacia lo específico, nos encontramos con la dimensión cultural del humano.

Como sucede con las grandes palabras e ideas de que se ocupa la filosofía (verdad, bien, justicia, belleza, cultura, historia, libertad...), la palabra "cultura" esconde un universo de significados. En mi entrada, intenté delimitar los principales:

1) Su sentido naturalista, general e instrumental: la cultura como memoria social, interpretación del entorno e instrumento de supervivencia y adaptación al medio.

2) Su sentido ideal y metafísico, la cultura como aspiración humanizadora de la realidad, presidida por valores como el bien, la belleza y la justicia, y como horizonte personal de perfección, asociada a la dimensión simbólica y espiritual (inventiva) del humano.

En sentido histórico, la cultura es un proceso de emancipación y despliegue de las aptitudes naturales de los humanos.

La filosofía no sólo aspira a comprender el ser cultural del humano, sino que no debe renunciar a su crítica. El gran problema que compromete nuestra felicidad es la armonización de nuestro ser natural, enraizado en el planeta Tierra, con nuestro ser cultural, el equilibrio entre nuestros impulsos y necesidades básicas y nuestros hábitos sociales. Una cultura -como la actual- basada en el crecimiento "a cualquier precio" y el consumo despilfarrador no resulta sostenible, es decir, compromete la salud del ecosistema y el bienestar de las generaciones venideras.

Admitiendo la necesidad de superar el etnocentrismo, y reconociendo la multiplicidad de culturas y el respeto que debemos a todas ellas, no podemos caer en un relativismo que renuncie al diálogo crítico entre culturas, presidido por la ética racional y conducente a la consecución de una cultura futura cosmopolita, que garantice el fin de la guerra y el equilibrio entre libertad y justicia.

En este sentido, la democracia, la ciencia y la libertad del arte resultan irrenunciables para poder considerar preservable una cultura como verdadera civilización.


Sensibilidad, Inteligencia y Voluntad

La definición del humano como animal racional es simplista. El "corazón" (símbolo de los sentimientos) no encuentra sin la ayuda de la inteligencia, pero la inteligencia no halla sino lo que el corazón busca. Nada puede ser querido si antes no es de algún modo conocido (Nisi volitum nisi praecognitum) pero igualmente es cierto que nada puede ser conocido si de algún modo no es querido. El amor -o la amistad- es condición para que haya verdadera comprensión, sobre todo en las relaciones personales.

No es cierto -como exageró Hume- que la razón nunca nos motive por sí misma y tenga que ser por fuerza "esclava de las pasiones". El libro de John R. Searle, Razones para actuar. Una teoría del libre albedrío, constituye una excelente refutación de esta concepción "inactiva" de la razón. No obstante, es cierto psicológicamente que la afectividad asigna valor a nuestras actividades y regula su energía (mediante el sistema simpático y parasimpático).

Tampoco es cierto, como lo pintan publicitariamente, que el amor tenga por fuerza que ser ciego. Hay amores lúcidos, los mejores, y torpes amores, indignas amistades o pasiones destructivas. Lo bueno es que las emociones sean ordenadas inteligentemente y que la inteligencia crezca al calor de los estímulos emotivos.

Hemos distinguido en nuestras clases el concepto de emoción (un mecanismo de supervivencia): asco, miedo, sorpresa, alegría, tristeza, ira... de los sentimientos, más suaves y asociados a la imaginación, agrupables en constelaciones, y hemos distinguido todo eso de las peligrosas pasiones. Los estoicos -y ciertas filosofías religiosas como la budista- desconfían de cualquier especie de pasión (salvo de la com-pasión) y ponen el objetivo de la filosofía práctica en la liberación del sabio de todas las pasiones, en la búsqueda de la serenidad del ánimo (apatía), de la imperturbabilidad que permite un juicio sereno. Lo cierto es que las pasiones pueden sublimarse y volverse creadoras: pasión por la música, por la ciencia, por la justicia, etc., pero también pueden conducir directamente a la locura (ludopatías, obsesiones, pasiones autodestructivas, etc.).

No debemos renunciar a ser dueños de nuestro corazón y señores de nuestros sentimientos. La apuesta de nuestro libro por una "razón cordial" cuadra bien con la que yo hago a favor de los sentimientos razonables, de los buenos sentimientos, entendiendo por tales aquellos que potencian los tres fines básicos de la acción propiamente humana: salud, felicidad (o alegría) y dignidad. Como decía San Bernardo, la culpa no está en el sentimiento, sino en el consentimiento. No debemos consentir que crezcan en nosotros "resentimientos" tristes, morbosos e innobles.

No es posible desarrollar armónicamente nuestra sensibilidad afectiva, en armonía con nuestra racionalidad inteligente, sin disciplina, esto es, sin voluntad. ¡Ojo a los virus de la abulia, tan asociados al hartazgo consumista! No nos dejemos confiscar la voluntad por los Mass Media que pretenden modelarla, dirigirla, asignarle como único fin el consumo ansioso y apresurado... de sexo, drogas o rock'n roll.

Y es aquí donde, más allá de las determinaciones físicas, biológicas, psicológicas o mediáticas, llegamos a la posibilidad de la constitución libre de la persona, su capacidad autocreadora, inalienable, de la que todavía me queda algo que decir antes del examen final.

Somos cosas, por supuesto, y animales, por supuesto, y ciudadanos sujetos a las normas de un estado, ¡pues claro!, animales sociales (políticos) con cierta propensión a ser solidarios (simpatía) y cierta propensión a ser todo lo contrario (egoísmo), con instintos gregarios y pruritos insociables, pero además aspiramos a ser personas, cada una irrepetible, con rostro propio, única en su intimidad (cualidad superlativa de su interioridad).

¿Qué significa ser persona? Este será el tema de mi última entrada no estríctamente lógica.


Filosofía de la justicia

Virtud de virtudes, objetivo irrenunciable de la política, todo el mundo la exige, pero nadie sabe como conseguirla de verdad... A todos nos cuesta ser justos con quienes odiamos, ¡y lo mismo con quienes amamos!... Maliciosos con los primeros, tal vez consentidores con los segundos. En los tiempos que corren es preciso recordar que -como decía Pascal- sin la espada en la mano, la Justicia, su figura de pesadora ciega, sería completamente irrisoria... ¿Por qué necesita de la fuerza, si decimos amarla tanto?



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