Todo el mundo parece tener un instinto para la justicia. "¡No hay derecho!", "¡eso no es justo!", exclama la hermana celosa de la hermana o el alumno frustrado porque la nota de su examen no es la que se esperaba...
Pero... ¿qué es la justicia? Los romanos inventaron el derecho para resolver los problemas y conflictos entre intereses y particulares, de acuerdo a normas justas. Es difícil que el derecho -y el sentido del deber- sirvan para algo si no están inspirados en una cierta idea o ideal de lo justo, de lo que es bueno para todos.
Y aquí nos encontramos con el problema de la idealidad metafísica de la justicia. Justicia es uno de esos conceptos proversivos, como amor o prudencia, que no refieren a cosas que se den de hecho, sino a valores ideales, a cosas y relaciones que están por hacer y por llegar, que hemos de inventar y realizar. Lo cierto es que "no hay derecho", o sea, que la vida en general y la vida humana en particular no es perfectamente justa en ninguna parte. Lo trágico es que la virtud o excelencia no siempre es compensada con la salud, la dignidad y la felicidad; y que el vicio y la maldad no siempre tienen por efecto la autodestrucción o la desgracia...
La idea de Justicia es un concepto proversivo, válido no porque refiera a algo que se da de hecho, sino a algo que debería de darse. Tiene por tanto un potencial generador, movilizador, tal vez revolucionario.
Platón buscó durante toda su vida, de político en la sombra y de educador en la Academia, una sociedad que fuera de verdad justa, convencido de que sólo en ella sería posible que los seres humanos vivieran felices y en paz. Para él, la virtud de la justicia puede interpretarse como una excelencia individual, pero también como una excelencia política.
Justa es el alma armónica, en la cual los apetitos y deseos, así como las emociones y sentimientos se dejan ordenar por la razón, piloto del alma. Justa es el alma templada o sensata, valiente o fuerte, y prudente o sabia. Cuando deseamos y amamos lo que la razón entiende que conviene en general, nuestro comportamiento es equilibrado, o sea, justo. Platón -como su maestro Sócrates- era un optimista. Pensaba que nadie en su sano juicio haría el mal a sabiendas. Sólo los locos obran injustamente, porque la injusticia es la desarmonía del alma o mente (psique) y, por tanto, la injusticia destruye al injusto. Platón tenía razón, siquiera parcialmente. Si bien es muy difícil que cualquiera sea feliz si es un cabarde o se deja arrastrar por deseos y pasiones desordenadas y maniáticas; no siempre sucede que las personas justas encuentren la felicidad que merecen... O dicho en plata: cuando la sociedad es injusta, el comportamiento injusto puede resultar interesante o "rentable", al menos a corto plazo. A veces, no puedo sino hacer daño a otros para que otros no me lo hagan a mí.
El cristianismo introdujo un concepto más dramático de libertad. "Veo el bien, sé como hacerlo, hago el mal" -decía más o menos Pablo de Tarso.
Esto quiere decir que tenemos capacidad para instalarnos voluntariamente en la mentira y para obrar mal, incluso a sabiendas de que lo que hacemos es perjudicial para otros o para nosotros mismos (piénsese si no en las drogodependencias, tan extendidas en nuestro mundo "opulento"). Sabemos cómo alimentarnos bien, pero comemos y bebemos lo que no debemos, porque no siempre hallamos en razones y convicciones fuerza de voluntad suficiente para con-movernos, y porque la sofística publicitaria nos ha convertido en débiles morales y ávidos consumidores. Nuestros sentimientos no siempre se orientan hacia lo bueno y lo justo. Evitamos infringir las leyes más por el miedo a la sanción que por el reconocimiento de su validez universal.
Aristóteles decía que si todos estuviéramos unidos por lazos de amistad no serían necesarias las leyes. Pero desdichadamente, el odio también nos une a veces, y hasta puede que más fácilmente que el amor...
Por eso el emblema de la justicia lleva en una mano la balanza que pesa los vicios y las virtudes, las malas y buenas costumbres, lo que hacemos bien y lo que hacemos mal, pero en la otra lleva una espada. Es difícil imponer la justicia sin fuerza, fuerza que puede ser bien legítima, como la que ejercen los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.
Ulpiano, un gran jurisconsulto romano, definió la justicia así:
alterum non laedere, suiquique tribuere et honeste vivere. O sea, dar a cada uno lo suyo, no hacer daño a nadie y vivir honestamente. ¡Ahí es nada!
La justicia tiene un fuerte componente de igualdad solidaria. Nadie debe ser más que nadie ante la ley (justicia conmutativa), pero también un componente de equidad discriminativa (distributiva): así, un profesor no sería justo si diese a todos sus alumnos la misma nota, debe reconocer el esfuerzo y el talento, y discriminar la pereza y la torpeza.
J. Rawls en su monumental Teoría de la justicia la define mediante una analogía: "La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento".
Paul Ricoeur ha explicado que la caridad, como el amor verdadero, pueden estar más allá de la justicia. A su entender, la justicia comprende dos aspectos: el de lo bueno, que señala la extensión de las relaciones interpersonales; y el de lo legal, el sistema judicial que confiere a la ley coherencia y derecho de restricción.
Comente la siguiente frase: "Los buenos terminan felices; los malos, desgraciados; eso es la ficción". Oscar Wilde
No hay comentarios:
Publicar un comentario