sábado, 13 de noviembre de 2021

NATURALEZA Y ARTE

 El arte, superior a la naturaleza

Tinta, original de Miguel Heredia Mesa (+2000)

Hoy parece triunfar "lo natural", al menos como eslogan publicitario. Falso, porque lo cierto es que vivimos en un mundo alterado según las necesidades y gusto -a veces, mal gusto- de los humanos. Vivimos en un mundo artificial. Claro que también podemos extender el sentido de "natural" hasta contener en él su opuesto, lo artificial, arguyendo que el humano es por naturaleza un animal que transforma técnica y artísticamente su entorno.

El esteticismo de Nietzsche o de Oscar Wilde exaltó, como su nombre indica, los valores estéticos, artísticos, oponiéndolos a los naturales. "Cuanto más estudiamos el Arte -escribió Wilde- menos nos interesa la Naturaleza" (La decadencia de la mentira, Siruela, Madrid, 2000). Para Wilde, la naturaleza es tosca, monótona, inconclusa... No obstante, ve en la imperfección de la naturaleza una invitación y un reclamo a nuestra acción trascendente, sublimadora, como si la misión del hombre fuese precisamente humanizar y mejorar lo que un chapucero demiurgo dejó incompleto e inacabado.


Como Kant, Wilde cree que la acción y el juicio estético han de ser desinteresados. El arte por el arte, es auténtico si no satisface necesidad alguna, si es perfectamente inútil y totalmente independiente de la naturaleza, un lujo del espíritu más superfluo aún que la cola del pavo real. Por eso, el arte es un velo más que un espejo, como el que viste las carnes de Venus. "Velar y desvelar" era la fórmula orteguiana de la faena erótica...

Mientras que el engaño y la mentira son científica y éticamente repugnantes, no lo son artísticamente. El gran cuentista, así como el mitógrafo, es, básicamente, un mentiroso encantador, pero su labor es el fundamento de la sociedad civilizada, pues el hombre civilizado no se conforma con mirar lo que hay, quiere también saber de lo que podría haber sido o podría suceder. El arte confirma la superación humana del ser y la necesidad, su trascendencia. Explora la posibilidad. Supera la naturaleza y, hasta cierto punto, la crea o recrea. De forma análoga a como el ingeniero diseña el pantano, el pintor o el poeta inventan un paisaje nuevo, tenebroso o idílico, pero no con el fin utilitario de ampliar el riego agrícola y aumentar la cosecha, sino con el fin de satisfacer las facultades superiores del ser humano, estéticas y sobrevenidas culturalmente. Así, el jardín (cosa artística) es superior a la huerta (cosa técnica) y, por supuesto, a la selva o a la jungla (cosa natural), ese pudridero caótico, hostil y palpitante de amenazas.

Para Wilde, la naturaleza no es una gran madre que nos ha parido, sino también creación nuestra, puesto que es en nuestro cerebro donde cobra vida. El autor de El retrato de Dorian Gray tiene sus razones y las argumenta con tino y gracia, pero exagera. Aunque podemos generar mundos diversos y nuevos, universos artificiales, es dudoso que estos carezcan completamente de reflejos de lo necesario y natural. La imaginación trabaja con el material que le proporcionan los sentidos y la memoria. La necesidad de evasión es también naturalmente humana. Y por muy meta-físicos que sean esos mundos fantásticos, también emergen de la física, la química y la biología de nuestras carnes y cerebros.

Un aspecto interesante de este "idealismo del arte por el arte" es el descubrimiento de que las representaciones del mal puedan también ser obras de arte. La pintura o el cine ofrecen abundantísimos ejemplos de un arte excelente que exhibe engaños, ilusiones peligrosas, robos, torturas y asesinatos. Una de las grandes y primerizas obras de la literatura universal, el Edipo de Sófocles, cuenta esencialmente un infanticidio en tentativa, un parricidio y un incesto. Lo sublime parece estar más allá del bien y del mal. Lo representado estéticamente puede ser brutal, salvaje, cruel, impío..., pero esto no justifica en la práctica ni el robo ni el homicidio, por mucho que se conciban como performances gratuitas y desinteresadas. El esteticismo se agota y despeña cuando pretende legislar en nombre de lo bello. Véase como refutación del esteticismo nietzscheano que pretende justificar un crimen por su belleza, la extraordinaria película de Alfred Hitchcock, Rope, La soga, 1948.




Lo que puede pasar, y de hecho sucede, no es lo mismo que lo que debe pasar. Aunque no escindamos completamente el reino de los hechos (naturaleza) del reino de los fines (Ética) como hizo Kant, es evidente que el arte puede proporcionar experiencias imaginarias perfectamente inocuas, que sin embargo serían perniciosas y perversas si las llevásemos a la práctica. Del dicho al hecho hay mucho trecho. 

Que situemos los valores morales, por ejemplo el derecho a la vida o el derecho a la libertad, por encima de los valores estéticos tampoco justifica la censura de las representaciones artísticas del mal, siempre que se queden en eso, en puro teatro. El teatro, desde sus mismos orígenes, también representa el triunfo de la ley y el orden. Los dioses castigan el parricidio y el incesto de Edipo, aún siendo sus transgresiones involuntarias. Ganan siempre los dioses, más todavía si el final es feliz.

El hecho de que los artistas puedan representar el mal natural (terremotos, naufragios, la enfermedad, la muerte, incluso la fealdad...) o el mal moral (el robo, la violencia gratuita), les otorga un enorme privilegio. Y sus obras muchas veces ilustran más sobre estos asuntos, que los tratados de ética o los manuales científicos, pues el mal merece ser conocido y representado, precisamente por el interés de evitar su presencia. De este modo, para conocer el lamentable y trágico efecto de las pasiones desbocadas, "humanas demasiado humanas", que conducen al chantaje, la extorsión, la traición o el asesinato, acudiremos a la buena literatura, al buen cine o al teatro clásico. En el arte se forma en gran medida el carácter moral de las personas.

Los valores y actitudes morales, sus causas y efectos pueden ser mejor conocidos explorando las grandes obras de arte precisamente -he aquí la paradoja- porque el bien y el mal son estéticamente indiferentes, por lo mismo que el cuerpo de una prostituta o el arrojo de un fanático pueden ser mucho más hermosos o emocionantes en su representación, que la presencia de una heroica matrona o el perfil de un hombre honesto, pero aburrido.


La impotencia del arte


Un buen contraste con el esteticismo literario lo ofrece la Carta de lord Chandos, personaje ideado por el vienés Hugo von Hofmannsthal (1874-1929), cuya tesis principal es precisamente la incapacidad de la literatura para expresar o representar la sinfonía profunda de lo viviente, de ese vivir nuestro en la espuma cambiante de la materia.

Hugo von Hoffsmannsthal (Wikipedia)

El hombre civilizado, maleado por la cultura y sus artificios y convenciones, envidia el alma inocente del primitivo, del campesino, del aldeano, de ese que cabalga las colmenas de la miel y para quien es nueva cada mañana. El alma primitiva participa místicamente en lo que ve: mira la nube y deviene nube, mira el árbol y siente savia fluir por sus venas.

La novedad de lo estrictamente particular, la sorpresa del detalle en los misterios del bosque o de la selva, quedan olvidados, velados, por el jardín de los conceptos, esa galería de estatuas ciegas o de metáforas desvaídas y gastadas, en opinión de Nietzsche.

Corteza vegetal escarchada, foto JBL

La añoranza de una existencia trivial e irreflexiva incentiva la excursión del urbanita, del hombre civilizado al monte, monte que ya no es sino un parque reglado, igualmente artificial, señalado para el senderismo o el deporte de riesgo. Esclavo de la prisa, puede que busque en un viaje a tierras remotas la cancelación del progreso y sus prisas, el tiempo que carece de exacta medida, a la caza de "experiencias límite" (Foucault), de eventos inolvidables, singularidades sublimes y conmovedoras: Cartago en llamas o un perro tumbado al sol.

Al contrario que el Gran Arte, que busca eternizar sus obras -descontemos, por favor, la culinaria-, el anacoreta de Hofsmannsthal (Chandos) vive apartado en su estancia rural, casi misántropo, se conforma con el presente pleno e infinito de la experiencia natural, sublimándola en contemplación y vivencia memorable, por ejemplo la visión de las evoluciones de un ditisco (escarabajo acuático) que rema en el agua de una alberca, o la del paso paródicamente señorial de un escarabajo rinoceronte, la del temblor y el ronroneo del gato o la del balanceo sigiloso de una mantis. Estas vivencias ofrecen a Lord Chandos más de lo que haya podido ser jamás la amada más hermosa y apasionada de la noche más feliz.

Mantis africana, 9 octubre 2021, Loma de Úbeda


Como Wilde, exagera también Hofsmannsthal, salvo que en un sentido contrario, desublimando el discurso poético y erótico. La exaltación de la vida presente (no representada) se eleva así al animismo: ¡Nada está muerto a mi alrededor! -exclama embelesado. Agradece a su padre también el buen hábito de no dejar desocupada ninguna hora (es el "ora et labora" benedictino). Lo mejor es la vida campesina. Lo mejor es oír el canto de un grillo próximo a la muerte cuando el viento del otoño arrastra ya nubes sobre los campos desiertos. Eso es mejor que el majestuoso fragor del órgano de la catedral.

Lord Chandos ha aprendido una nueva lengua en la que le hablan las cosas mudas. Supuesto prometedor literato inglés del XVI, inventado por Hoffsmannsthal, se ha retirado al campo, sus conocidos esperan que desde allí les envíe una poesía admirable, pero Chandos sólo envía silencio y ausencia. Ha renunciado para siempre a la ilusión de ese arco iris tendido entre lo eternamente separado (Nietzsche), a la ilusión del lenguaje como copia o reflejo de la realidad.

Cede en contestar a lord Bacon, famoso canciller y pregonero del método inductivo. En su carta, de notable inspiración poética, se habla -también paradójicamente- de la incapacidad de toda literatura, poética o filosófica, para expresar o representar la fabulosa, enigmática y misteriosa diversidad de la realidad natural. Gana aquí, pues, la naturaleza al arte.


Hormiga de mentira, foto JBL


Todo el poder poético al servicio de la negación del poder poético. Parecida paradoja se dio en Platón, cuyo genio poético y literario no le impidió hablar mal de la escritura y exiliar a los poetas de su república ideal. ¿Por qué? ¡Porque los poetas cuentan e inventan mentiras! Tal y tanto es el amor a la verdad -exclamará siglos después el escritor irlandés- que acabará con el arte! Por eso dice Oscar Wilde que la decadencia de la mentira es la decadencia del arte. Cerremos el círculo hermenéutico, ¡qué sería de nosotros sin el engaño del arte! 

El arte no puede sustituir a la vida, pero puede ofrecer su representación más refinada y emocionante, buen complemento, magnífico y generoso consuelo, que en lugar de eliminar la vida la enriquece. La vida del hombre exige mucho más que conservación, adaptación y reproducción, también exige nutrición espiritual, jugando y contemplando aquello que halla hermoso, sea hijo de los elementos, del polvo de estrellas, o del ingenio que emergió de su complejísima combinación.


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