viernes, 5 de noviembre de 2021

INDETERMINACIÓN

 



El pensamiento es engañoso por su misma generosidad. Generaliza. Metemos a los seres en cajones a los que ponemos un rótulo. "Esto es chicha; esto, limoná". Pero no hay dos hermanos completamente idénticos, ni dos gemelos univitelinos que sean perfectamente iguales. Su madre los conoce, atenta a las pequeñas diferencias, a cómo cambian cada día. Sólo Dios es completamente fiel a sí mismo. Sólo Él puede decir "Soy el que soy".


Para generalizar, lo decía mi colega José Moral que en paz descanse, hay que olvidar, despreciar los detalles, esos que marcan precisamente la diferencia.

La diversidad de la vida es extraordinaria. Debemos conservarla. ¿Podemos conservarla? Como congelar el río de Heráclito. Cambia y cambia sin cesar; unas especies mueren, otras se transforman en nuevas especies. Cada uno de nosotros es un ser proteico, ha sido muchos.

Cópula de moscas plumín, que simulan ser avispas (mimetismo batesiano)


Me fascinan los objetos que parecen ser lo que no son, las flores naturales que parecen de plástico, como la de la foto de arriba, los vegetales que parecen animales, los animales que parecen plantas, las moscas que se hacen pasar por avispas, los colores ambiguos, ese azul verdoso o ese verde azulado.

He escrito sobre el andrógino, los humanos de sexo doble o ambiguo, que fascinaron a los helenos, a Leonardo y a Luis Racionero, más allá o más acá del bipolarismo intransigente.

¿Por qué hay que ser de un género o de otro? Varón o mujer, mujer o varón. ¿Y si la persona fuese, por su misma esencia metafísica, como el ángel, ambigua y andrógina? Jung se percató de que en cada alma femenina hay algo de masculinidad (animus), y viceversa (anima).

Es evidente que nuestros esquemas conceptuales tienen un papel crucial en la determinación de la estructura de la realidad, pero los entes no llevan sus etiquetas puestas, ni el mundo es un compuesto de objetos autoidentificantes. Los esquemas conceptuales y clasificaciones son constructos útiles, humanos. Ese mundo, que un sano realismo supone independiente de nuestros actos cognitivos y de nuestras ideaciones, es de una diversidad tan bárbara, tan infinita como inasimilable.

Fuera de los cajones de ferretero en que ordenamos las cosas, hace frío y caen las etiquetas como hojas secas. Es el silencio de la indeterminación. Sucede siempre con las personas, jamás abrocharemos su definición: de algún modo -lo dijo Hegel- las personas son siempre también lo que no son y no son lo que son. Lo que son y lo que pueden y no pueden llegar a ser. Proyectos abiertos, indeterminables, indefinibles del todo, siempre mejorables y siempre empeorables.

Por eso hay que usar mayúsculas en el nombre propio. Porque las personas no son cosas que pueda enjaular el pensamiento.

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