viernes, 7 de octubre de 2022

PARAÍSO DE NOMBRES PROPIOS

 

Hanuman, el dios mono o un aspecto de Shiva

Estoy seguro de que esa tonta manía publicitaria de escribir nombres propios con minúsculas es síntoma de deshumanización y sugestión de cosificación: “Todos merecen (merecemos) un nombre propio” –escribió Octavio Paz para lamentarse al mismo tiempo de que nadie lo tenga-. 

En El Mono Gramático, el premio Nobel mejicano (y este ya es nombre común) especula con la posibilidad de que el Paraíso (nombre propio de aquel Edén del que fuimos expulsados) estuviese regido por una gramática ontológica, porque las cosas y los seres serían sus nombres y cada nombre sería propio.


En un mundo social en el que no existen nombres propios, nada es propio; uno no se tiene en propiedad donde todos los nombres son comunes. El Ciprés de Silos no es diferente de cualquier otro ciprés alergénico; por mucho que lo cantase Dámaso Alonso, el “Enhiesto surtidor de sombra y sueño” no sería más que otro ciprés con minúscula: “naturaleza caída” –dice Octavio Paz. Y concluye: “El poeta no es el que nombra las cosas, sino el que disuelve sus nombres, el que descubre que las cosas no tienen nombre [todavía] y que los nombres con que las llamamos no son suyos”. Y así llama lenguaje a la crítica del Paraíso, a la abolición de los nombres propios. Y a la crítica del lenguaje le llama Poesía, cuando los nombres se adelgazan hasta la transparencia del anhelo juanramoniano.

La Caída, caída en el tiempo, que diría Ciorán, o entre el nunca y el siempre donde anida la angustia, que diría Paz…, la Caída vuelve al mundo lenguaje. Y la poesía ensaya reconvertir al lenguaje en mundo.

Esta es una idea sofisticada, que da vértigo porque si las cosas son pero no tienen nombre: sobre la tierra no hay medida alguna. Aunque por la escritura convirtamos las cosas abolidas en sentido. “Sentido es aquello que emiten las palabras y que está más allá de ellas, aquello que se fuga entre las mallas de las palabras y que ellas quisieran retener o atrapar”.

Sin embargo, los seres reposan en sí mismos, se asientan en su realidad y son injustificables, y de este modo se ofrecen a los sentidos…, cada cosa, cada persona, cada instante, una realidad única, incomparable, inalienable… ¡Siempre y cuando volvamos al Paraíso de los nombres propios!

Si Leibniz acertaba y cada sustancia singular expresa el universo entero a su manera, cada ser completo, porque existe, merece un nombre propio.

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Hanuman es un mono volador gigantesco, grande y poderoso como una montaña. Este rey de los monos es figura notable del Ramayana y realiza hazañas prodigiosas. Es tan perfecto que nadie le iguala en su capacidad de descifrar el sentido de las escrituras o en modificarlas a voluntad. Así que fue también el noveno autor de la Gramática.



Así pues, El Mono Gramático es antropomórfico y sus atributos describen alegóricamente al homínido que cree en Dios, al que Dios habla y es capaz de convertir lo oído en Escrituras, o sea a la bestia humana que babea sentidos. 

Con la gramática disfrazamos nuestra condición simiesca y a esa mascarada llamamos cultura, ciencia, arte, religión... Pero de la hormiga, del almez, del calamar y hasta de la última ameba, ¿no se editan hoy sus códigos íntimos?, ¿no son también gramática?, ¿no es lenguaje la más elemental partícula de vida?

Bibliografía adicional


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