Realidad y teleología de la idea
Cada humano posee tres fuentes
distintas y asociadas de conocimiento: la sensibilidad o los sentidos, que coordinados por la imaginación producen perceptos, la memoria con todos sus recuerdos, y el entendimiento, con sus conceptos y prejuicios.
El
percepto es la imagen mental que nos formamos ante la presencia de las cosas: veo, toco, huelo, esta manzana, de color rojo, con forma esférica, ligera de peso, distinta de cualquier otra, caliente por haber estado encima de un radiador... El percepto por tanto es
concreto (del latín
concretus, espeso, compacto
), esto es, incluye caracteres propios y peculiarísimos de la cosa; y
singular, es la imagen de una entidad, aquí y ahora. Al correlato objetivo del percepto se le llama en filosofía
fenómeno.
La
experiencia sensible no es un hecho pasivo ni una mera respuesta refleja a los estímulos del medio físico. Para poder percibir algo, primero hay que atender. La
atención es el cuidado que le prestamos a la existencia de algo y puede ser libre, intencional.
Nuestras facultades representativas, memoria e imaginación pueden representarse lo que han visto, reeditarlo y recrearlo, asociándolo a experiencias pasadas, afectado por sentimientos aprendidos y por iconografías e inconologías simbólicas (la manzana es símbolo de la tentación). Arquetipos, estereotipos, iconos, ilusiones, sueños y alucinaciones, juegan un papel fundamental en nuestra representación simbólica del mundo y de nosotros mismos, de la que dependen nuestras creencias y esperanzas básicas, así como del contenido de la inteligencia, a la que ofrecen sus materiales.
Pero la inteligencia se eleva desde lo concreto y singular a lo abstracto y universal, más allá de lo visto, imaginado y recordado. Se aleja así de los percibido y representado, hacia lo posible y debido. Sin embargo, no existe una conciencia humana que sea puramente sensible y concreta, ni puramente abstracta. El puro dato sensorial o el pensamiento
puro, vacío de contenido empírico, representan tan sólo límites analíticos, ideales.
Por encima del
fenómeno material manzana está el
concepto o estructura lógica de la manzana, como "fruto comestible del arbolito llamado manzano" (
pyrus malus). El concepto es una
representación intelectual, una forma que unifica la experiencia bajo un nombre común o
término general "manzana".
En contrastre con el percepto, el concepto tiene las siguientes propiedades:
a) está hecho de
notas y no de sensaciones (fruto-de-árbolito,
pyrus malus, comestible). El conjunto de notas o determinaciones intelectuales constituyen la
esencia común representada por el concepto: su comprensión
o intensión, su grado de esquematismo o imaginabilidad.
b) es
abstracto, es decir, representa a una clase de objetos prescindiendo de sus características particulares (que la manzana sea roja o verde, dulce o amarga cae fuera del concepto, por inesencial...), para centrarse en sus características comunes.
c) es
universal. Es uno (unus), pero se dice (versus) de muchos (alia).
Un concepto es universal porque es abstracto. Sin embargo, también podemos considerar universalmente lo singular; así, a una clase que contiene un solo elemento o miembro le llamamos
individuo. Al número de clases, de particulares o de individuos a que se aplica un concepto le llamamos extensión. Por ejemplo, la extensión del concepto
vertebrado está constituida por
mamíferos, aves, reptiles, peces y anfibios. Mientras que
león sólo se aplica a una clase de individuos, a todos y cada uno de ellos. León sería así el
concepto ínfimo de una
clase atómica.
d) es
posible. Nuestra inteligencia no refiere sólo a los sensible, a lo que se deja percibir, sino también a lo probable. El concepto no es sólo un
esquema simplificador y una
ficción útil que nos permite reducir a unidad la infinita multiplicidad y variedad de lo existente.; es también, en sentido práctico, una especie de
modelo operativo y un
ideal regulador. De ahí su potencial negador y transformador.
Por ejemplo,
justicia, su concepto niega la identificación con una función particular o coyuntural (lo que hoy se entiende o aplica como tal) para proponer un ideal trascendente: "no hacer daño a nadie, dar a cada uno lo suyo y vivir honestamente" (según la famosa definición de Ulpiano). Por lo tanto, la noción abstracta de justicia no refiere sólo a lo que se da en el mundo de los hechos, sino a un valor más allá del espacio y del tiempo (utópico y ucrónico), pero que puede ser realizado progresivamente en la historia y sirve como ideal regulativo de nuestros esfuerzos, como horizonte orientativo.
En consecuencia, el pensamiento abstracto posee un potencial revolucionario (Marcuse,
El hombre unidimensional, caps. 5, 8, 1954), dialéctico, contestatario y rebelde, pues al concebir racionalmente los valores prácticos y políticos, contradice lo que es
dado y opone su verdad ideal a la de la realidad fáctica o
positiva (ahí puesta). Los escolásticos hablaban por ello de la "eternidad negativa" de los conceptos universales, Spinoza de su "perspectiva de eternidad". De este modo, el concepto no apunta sólo a lo que
es, sino a lo que
puede y debe llegar a ser.
Otro ejemplo, el concepto de
libertad referido al humano en la proposición "Todo ser humano es libre", no significa que lo seamos de hecho, sino que podemos y debemos llegar a serlo y aún que no es legítimo impedir este derecho a la libertad posible.
Lo propio del intelecto racional es generalizar. Al generalizar, la razón nos salva del egoísmo, nos preserva para el género: trascendemos así la situación concreta en que nos movemos hacia una comprensión más generosa (teórica) de la realidad. Por eso decía Hegel que la falta de educación y consideración es resultado de una falta de capacidad de abstracción y universalización. De aquí deriva el profundo sentido formativo (educativo) de las humanidades. Pues, en efecto, "reconocer en lo extraño lo propio, y hacerlo familiar, es el reconocimiento fundamental del espíritu, cuyo ser no es sino retorno a sí mismo desde el ser otro" (Gadamer,
Verdad y método, I, I, 1, 2).
El concepto expresa por consiguiente la diferencia y la tensión entre pontencialidad y realidad, y también la identidad de esa diferencia. Esta interpretación ideal de los universales subraya su carácter normativo y finalista (ético y estético). Las ideas como ideales representan metas y fines de la razón, proyectos racionales. Lo más general es aquí lo más alto, lo primero en excelencia y, por consiguiente, las verdadera realidad.
Podemos tener conceptos no sólo de cosas (manzana, coche, árbol...), sino también de cantidades (unidad, dualidad, totalidad...), de cualidades (amarillo, amable, real...), de relaciones (identidad, diferencia, dependencia...), de modos de ser (posibilidad, inexistencia, necesidad), de objetos imaginarios (unicornio, esfinge, alienígena...).
La universalidad de los conceptos admite grados superiores e inferiores. Por ej.: el concepto de
cronómetro es más general que el de
reloj y éste más universal que el de
reloj-de-pared. Los conceptos puros de la inteligencia, a los que Kant llamó categorías admiten una transición a la imaginación, gracias a lo cual sirven para pensar los objetos de la naturaleza. Llamamos a esto
esquema, a la imagen de un concepto.
Dos observaciones más: Primera, vemos por el ejemplo anterior que no hay por qué identificar un concepto con una sola palabra, término o nombre común. Así, "el lucero del alba" puede entenderse como un sólo concepto. Segunda, es bastante problemático que podamos hablar de conceptos de objetos singulares. ¿Significan los nombres propios conceptos? Por ejemplo, Pedro o María. ¿Tengo yo un concepto de María? Tal vez, en el sentido de una forma común abstraída de sus actuaciones, e. d., el carácter moral de una persona como conjunto integrado de predisposiciones a comportarse de tal o cual modo, incluido el conjunto de su comportamiento anterior...
En conclusión: lo concebido por el entendimiento es distinto a lo sentido, lo percibido, lo imaginado, lo recordado. El concepto es el átomo más simple del conocimiento racional, el resultado de una aprehensión intelectual. Es
simple porque ni afirma ni niega nada por sí mismo, aislado de otros conceptos. Por eso, por sí mismo, el concepto no puede ser ni verdadero ni falso, aunque sí correcto o incorrecto. Así si cuando alguien oye la palabra "pudoroso" se forma la idea de una persona valiente e incluso temeraria, podemos decir que no posee el concepto correcto del término "pudoroso". Llamamos "término" a la expresión verbal de un concepto. Usamos las comillas para indicar que nos referimos a la expresión verbal del concepto y no al concepto mismo. El término es signo
artificial (convencional) del concepto que es signo
natural del objeto. Cuando los términos son signos de dos o más conceptos diversos se llaman
equívocos: "cola", "cabo". Las identidades y analogías entre los conceptos hace posible la traducción de una lengua a otra con diferentes términos.