domingo, 25 de julio de 2021

DE SUTILEZAS

 

Pontia daplidice, Blanquiverdosa, 21 agosto 2012


¿Qué es sutil? ¿Qué es lo sutil? Confundimos la delgadez y finura con la sutileza, pero entonces, ¿para qué llamar sutiles a las que podemos llamar delgadas o finas?, ¿qué sentido añade este adjetivo tan usado por los poetas? Digamos que el significado de “sutil” también es harto sutil y generoso: lo que sin exceso de apariencia se hace notar por su delicadeza, gracilidad, ingenio o perspicacia. Sutil es la brisa salerosa del mar, pero también la ironía cáustica de Gracián o la disección de la Razón que Kant hizo en sus Críticas.

En nuestros poetas es adjetivo resultón y alado. Cualquier cosa puede ser sutil: una canción, una mariposita (Vicenta Castro) un concepto (Lope de Vega) y hasta una guarida (la del “corazón” de Abraham Valdelomar, cuentista y dandi peruano). En un poema de Adelardo López Ayala (“Sin palabras”) es sutil el aroma que sirve de símil a la ternura:

Penetra en ti callada mi ternura

Sin detenerse en el menor desvío;

Como rayo de luna en claro río

Como aroma sutil en aura pura.

Para Amado Nervo es sutil el perfume de un nardo ante el altar de la amada en “Si tú me dices ¡ven”, lo dejo todo”. Aromas y perfumes pueden ser sutiles reclamos; sin embargo, que un desmayo sea sutil nos resulta extraño, y todavía más si dicho desmayo es el del sol besando la sien del poeta para transfigurarla con su rayo (A. Nervo, “¡Está bien!”). Sutiles pueden ser también los ensueños y hasta “el perfume de otras edades” para el modernista mejicano, sutil puede resultar una “santa caricia” lo mismo que “el cuello de una niña” o el enigma de una sonrisa, como la de los esposos etruscos, ¡y hasta un narcótico (suponemos que su efecto) puede ser sutil si hay que buscar asonancia al verso con este otro: “largas manos de marfil”.

Para Leopoldo Lugones es la tarde la que apunta, con ligera pincelada…, “una sutil decoración morada” en la que el poeta se delecta morosamente. También en Borges es la tarde la que se remansa, serena y sazonada, “bienhechora y sutil como una lámpara, / clara como una frente”. Para el puertorriqueño Luis Palés Matos (1898-1959) es la dorada abeja del deseo, la que en su errante y sutil revoloteo busca el clavel sangriento de unos labios. Más abstracta es para el mismo poeta “la elocuencia sutil del olvido” (eso lo sabe bien la señora si te olvidas de su aniversario).

En otro tono, nada romántico, se queja Torres Villarroel de la sutil, bordada y blanda ropa con que el poderoso tapa el barro humano, mientras él envuelve su “piel de diablo” en miserable capa con un negro camisón de ruda estopa. Las cosas han cambiado mucho desde el siglo XVIII del genial perdulario, hoy bien pueden ser los hijos pijos de los poderosos los que lucen harapos y tatuajes de presidiario.

Brotes sutiles en pleno y frío febrero



José Agustín Goytisolo celebra “cómo la luz emerge de la sutil textura del poema” si está bien medido y sopesado (“El oficio del poeta”). Enrique González Martínez halla una sonrisa “en la gota sutil que se rezuma / de las porosas piedras, en la bruma, / en el sol, en el ave y en la brisa”, en la misma canción en la que anima a adorar el vuelo del insecto. Arturo Borja promete a su amada Lola una rima de encaje con sutil hilo de luna. En Valle-Inclán es “hilo de plata sutil”, el que hiló su sueño juvenil. Para Julián del Casal es Primavera la que rasga las neblinas del invierno como velo sutil de níveo encaje, con fulguraciones de verdor eterno. Para Octavio Paz es una dama misteriosa la frontera del mundo, sitio sutil, encadenado y libre, quien discípula de pájaros y nubes hace girar el cielo. Hasta la inquietud resulta sutil para José A. Buesa, tal vez porque “la vida tiene un modo sutil de detenerse mientras sigue adelante “y una mujer bonita puede olvidarlo todo / menos su última cita con su primer amante”. Antonio Machado amaba “los mundos sutiles, / ingrávidos y gentiles / como pompas de jabón”.

Ya nuestro Garcilaso de la Vega en su trigésimo cuarto soneto veía “colgada de un sutil cabello / la vida del amante embebecido / en su error, en engaño adormecido, / sordo a las voces que le avisan dello”. A fin de cuentas, de una sutil crin de caballo cuelga también, como espada de Damocles, nuestra existencia efímera. Haremos caso a Juan Arolas y no colgaremos de débiles antenas el sutil lienzo de nuestras esperanzas. Así no se gastará la pila que la sutil luciérnaga tiene para alumbrarse (Marilina Rébora).

Sutiles hilos de araña tejen la floresta seca


En consecuencia suelen muchas cosas, desde el vuelo de un insecto al rumor de las esferas celestiales, resultar sutiles para los poetas: “la sutil perla perdida –de Unamuno-, lágrima de las olas gemebundas”, “el capitel sutil” del alcázar morisco de Rubén Darío, e incluso los sentimientos aquejan sus sutilidades. La melancolía, por ejemplo, en Salvador Díaz Mirón. Como sutil define Medardo Ángel Silva su alma romántica cuando suspira, sonríe o se aburre. También se puede actuar con sutileza (¿con tacto?). Nicolás Guillén describe “de qué modo sutil me derramó en la camisa / todas las flores de abril”. Entre las venas de Esteban Echeverría corre “sutil, ardiente llama”.

Doble sutileza muestra Juan Pablo Forner al describir el atavío de Nisa en esta cuarteta:

Velo sutil sobre su pecho hermoso

Al gusto esconde lo que al gusto incita;

Ni tanto que el tesoro facilite,

Ni tanto que de él dude el ojo ansioso.

Forner contaba con el antecedente del maestro Fernando de Herrera:

Debajo del puro, propio y sutil velo,

Amor, gracia y valor y la belleza

Templada en nieve y púrpura se veía.

No es la seda ni el velo, que cubren y descubren, lo sutil en la Drusila del maestro Angensola…

Y en ti, oh, Drusila, de sutil relieve

El pecho sus dos bultos apresura,

Y en cada cual, sobre la cumbre pura,

Vivo forma un rubí su centro breve.

Sin llegar a convertir pezones y aréolas femeninas en rubíes, ensalza Blas de Otero el cuerpo de la mujer, “río de oro” y “fuente de llanto”, “donde, después de tanta luz, de tanto tacto sutil, de Tántalo es la pena”. Para José Joaquín de Mora es la luz “más sutil, más veloz que el pensamiento”. Estoy de acuerdo, aunque también el pensar pueda ser sutil y luminoso.

Críticos de altura han sentenciado que en los relatos y leyendas de Bécquer lo terrorífico se manifiesta de forma sutil, sin embargo resulta curioso que en sus justamente famosas Rimas no aparezcan ni el adjetivo “sutil” ni el nombre “sutileza”. José María Pereda usará el dialectalismo cántabro “Sotileza” para título de una de sus mejores novelas costumbristas. Es apodo que recibe una joven huérfana al ser acogida por un matrimonio de marineros sin hijos. “Sotileza” es el nombre de la parte fina del hilo del aparejo en la que se ata el anzuelo. El tío Mechelín, encandilado por el salero de la niña, por la finura de su cuerpo y de su obrar, decide apodar Sotileza a la “angeluca”.

También luce sutileza la literatura humorística cuando es mejor que la sal gorda. Sutil es la sonrisa pudorosa, contraria de la vulgaridad. Así cuenta José Asunción Silva la pobre vida amatoria de Juan de Dios con Aniceta, cuyas amarguras curó con cápsulas de sándalo; y la tisis que padeció el amigo después, por culpa de una histérica rubia, muy sentimental…

Luego, desencantado de la vida,

Filósofo sutil,

A Leopardi leyó, y a Schopenhauer

Y en un rato de spleen,

Se curó para siempre con las cápsulas

De plomo de un fusil.

Ese trágico disparo, desde luego, para nada resultó sutil. O tal vez sí.

Post datum:

Nada más enviarle enlace de este artículo al poeta Antonio Carvajal, excelente ortólogo de la métrica española, el probado artista con inesperada diligencia me devolvió esta copla:
 
Respiro la brisa añil
de la mañana en Motril
cuando el sol tiñe de dril
la hoja del perejil
mientras con su ligereza
de dicción -¡cuánta belleza
se alcanza con la agudeza
del pensamiento!- me aceza
José Biedma a ser sutil.

Ni corto ni perezoso, respondo al maestro:

A Antonio Carvajal,
quien resutileza:

Con vuestro permiso y nombre
d'esa voz hago epitome,

         de tus versos resultado

         y a mi blog bien los añado.


Enlace luego os remito
con resultado muy frito,
¡juro con satisfacción!
y d'otra cosa no sé:

Queda a vuestra discreción
el ubetense José.

Y agradece el veterano vate inveterado:

 

Gracias mil,
Pepe Biedma, por sutil
y gentil.

sábado, 24 de julio de 2021

EN COMUNICACIÓN

"Online", acuarela JBL.


Emmanuel Mounier atinó cuando señaló como experiencia fundamental de las personas la comunicación. Hasta la violencia es, contra nosotros, una especie de comunicación destructiva, la más bestial y estéril. Pero no nos engañemos: la vida social es guerrilla permanente y, a veces, cuando la hostilidad se apacigua, se instala la indiferencia.

Donde hay comunicación también surge el malentendido y el fracaso de la fraternidad humana. Muchas veces, la comunicación queda bloqueada por la necesidad, la falta de libertad, o por el deseo de poseer o someter. O tirano o esclavo…, si se establece este dilema, la pareja fracasa tarde o temprano. Más de la mitad de los matrimonios se divorcian en España.

Ante el riesgo, el desengaño y la quiebra de la relación personal, hay quien prefiere compartir la privacidad con una mascota antes que con un ser humano, la lealtad perruna está asegurada, “mueve el can el rabo por el pan”; la gatuna, es más dudosa. O también, frente a la ruina de la relación personal puede uno darse a la misantropía existencial: “¡todos los hombres son iguales!”, “¡a las mujeres no hay quien las entienda!”, o, demostrando familiaridad con las letras sartrianas y sublimando la sociofobia, puede una/uno afirmar que “el infierno son los otros”, pues su simple presencia, y no digamos su mirada, limita mi libertad. Entonces el amor, si todavía se acoge, se representa como un contrato de mera compañía o cooperación económica, o como una infección mutua.




Por supuesto que el mundo de los otros no es un jardín de delicias; reintroduce constantemente la provocación, la desilusión y el sufrimiento. Pero sin los otros, somos nada. Incluso el egoísmo se ha de aturdir con ilusiones altruistas, como sucedía con la vieja y limosnera caridad farisaica. Querríamos convertir al otro en un espejo que nos regale una imagen sublimada de nosotros mismos y nos duele y encabrita que en lugar de esa imagen nos ofrezca, como aquellos espejos de feria, otra más bien poco halagüeña, que no engorda o nos adelgaza personalmente. No nos conformamos con comunicar, buscamos seducir, convencer, convertir…

La mascarilla no es nueva ni temporal, la necesitamos y necesitaremos siempre, cosmética física y metafísica, simulación sobre la que Gracián construyó toda una analítica de las relaciones humanas. Otorgamos sombra y volumen, opacidad o lustre, misterio, comicidad o dramatismo, a la conversación, a la confidencia o a la confesión, siendo estas últimas las más peligrosas de las comunicaciones. Si falla y falta la confianza, muere la comunicación, se quiebra la amistad, se vuelve imposible la conversación amable.

María Zambrano distinguió acertadamente entre persona y personaje. El endiosamiento del personaje mata a la persona, a fuerza de querer ser ella y únicamente ella, se vuelve ídolo impersonal y hasta líder carismático. Entonces la máscara ahoga al hombre. Y es que el ser persona también exige limitación, para no dejar de ser alguien y rebajarse a cosa. El endiosado, así como las masas a las que fascina, sucumben a esa nada subyacente en el “seréis como dioses”. Nuestra filósofa propone que arrojemos la máscara del “personaje histórico” para ganarnos como personas vivientes.

"Más cara 1", h. 1980, J. Biedma L.


Del existir como un abrirse y expresarse al otro en la exterioridad hemos de volver siempre al recogimiento de la intimidad que asegura nuestro estar en forma, pero sin menoscabo de esa disponibilidad que nos capacita para acoger al otro. Hoy podemos hacerlo con un mensaje telefónico escrito en el retrete, a la velocidad de la luz o sin levantarnos de la cama. Nos construimos en comunicación, somos online; el nene se descubre a sí mismo en los otros, interioriza el proceso social de comunicación para lograr representar un sí mismo. Por eso, la experiencia primitiva de la persona no es el yo, sino el, la mirada a la que salta el bebé desde el pecho de la madre, el círculo de la mesa, el nosotros que lo ampara. 

La persona siempre sobrevivirá como un ser expuesto, es decir, en comunicación. Quien se encierra en el ego enloquece o acaba siendo mala persona. Acaba alienado, o sea, alienus, ajeno y hasta extraño para sí mismo: “sólo existo en la medida en que existo para otros, y en última instancia ser es amar” (Mounier. El personalismo, II). Nadie se salva solo.

Hemos mencionado el concepto de disponibilidad como actitud para salir de sí. La capacidad de comprensión es un segundo requisito de la comunicación exitosa. Entender al otro exige un doble esfuerzo de atención, una epojé o abstención del juicio que pone entre paréntesis la perspectiva propia; y un esfuerzo de imaginación para ponerse en su lugar. 

La cultura actual vuelca el fenómeno complejo, tanto racional como emocional, de la comprensión en un sentimentalismo que se impone como función emotiva, a la que llama “empatía”. Sin embargo, es posible comprender sin empatizar y empatizar sin comprender. La simpatía, hermana mayor de la empatía, surge espontánea de cierta afinidad natural. Ni ella ni su hermana menor pueden ser impuestas por una retórica moralista.

Tomar sobre sí la alegría o el dolor ajeno, la afición o inquietud del prójimo, es “oficio” (en sentido latino) de buenas personas, aunque tal vez sólo sea posible de manera integral entre verdaderos amigos, de esos que, según Aristóteles, se pueden contar con una mano y siempre sobran dedos. Más allá de la lucha, la rivalidad o la reivindicación, se halla la generosidad del alma grande (magnánima), el valor liberador del perdón, que es un regalo y también una herramienta eficaz contra el monstruo del odio.

Por último, en referencia a las condiciones de una buena comunicación, asiento de toda comunidad sana, y no digamos de toda comunión sagrada, Mounier refiere a una virtud cada vez más olvidada: la fidelidad. Así se tituló precisamente el último artículo que escribió para la revista Esprit antes de su muerte. El filósofo francés afirma que tanto la amistad como el amor sólo son perfectos en su continuidad que no entiende como repetición, sino como un resurgir continuo: “La fidelidad personal es una fidelidad creadora”.

La comunicación interpersonal, basada en el respeto mutuo a las personas, al margen de su raza, orientación sexual, creencias, nacionalidad, etc., no exige sólo naturalidad, sino también cierto esfuerzo, pues es siempre una provocación recíproca a la corrección y a ser más, y una fecundación mutua, espiritual. Y, aunque contemos con potentes analgésicos, ese parto siempre supone algo de sufrimiento aun mezclado con alegría. Como cuando pagamos mucho por un excelente jamón, “el precio (el dolor) se olvida, la calidad (de la comunicación) perdura”.


Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm