Amegilla, 26 marzo 2011. Foto JBL |
Está por demostrar que el mundo es un reloj o una máquina, analogías famosas o poéticas del mecanicismo, y no un organismo viviente e incluso consciente, un pan empsychon (todo con alma), como dejó escrito Platón en el Timeo. Bien es verdad que los mecanicistas clásicos todavía suponían una inteligencia diseñadora de la máquina y un magnífico y divino relojero que dio cuerda al reloj del universo en el principio de los tiempos.
Mecanicismo y Finalismo no son leyes, sino hipótesis metafísicas. Adoptado uno sólo de estos puntos de vista, todas las leyes de la ciencia se impregnarán de su principio. El cómo se reducirá al para qué, o viceversa. Por supuesto, al eliminar de la física las formulaciones finalistas, la cosmovisión mecanicista del barroco buscó la eliminación de las funciones de la descripción mecanicista. Sin éxito, claro. La conclusión se impone: la vida carece de función en general, no sirve para nada, no apunta a ningún fin eminente, tampoco sus epifenómenos, el pensamiento y el espíritu... El hombre es una pasión inútil, etc.
Pero esta perspectiva es muy discutible. Los ingenieros diseñan máquinas y estructuras cuya descripción y la de sus partes son funcionales en el más amplio sentido. La segadora se construye para segar, la lavadora para lavar, la nave espacial para explorar otros mundos, etc., y muchos puntos de vista holistas u organicistas de los biólogos, zoólogos, psicólogos (especialmente los cognitivos), puede decirse que son esencialmente funcionales en su descripción teorética, o sea, teleológicos. ¿Cómo explicar la estructura del ojo sin sus funciones sensoras y sus utilidades funcionales?
Cuando se trata de los organismos, hablar de funciones sigue constituyendo -incluso si se adopta un punto de vista mecanicista- un rasgo esencial de la descripción; y en este sentido atenuado de la teleología, un organismo posee en su conjunto un comportamiento funcional, y el único modo de entender debidamente sus partes es a base de sus funciones (parafraseo a Wartofski).
Ejemplo: el argumento de que el temor no es "nada más" que cierto estado fisicoquímico de un organismo-mecanismo comporta un error categorial en el uso del término "temor", por cuanto no es posible que una célula, una glándula o un sistema muscular, den muestras de temor; solamente puede hacerlo un organismo sumamente complejo e integrado. La vida es una propiedad del todo, que en las relaciones internas de sus partes se muestra eficaz para actuar en comunicación con el medio ambiente, de acuerdo a determinadas metas, y aunque éstas sean puramente inmanentes.
Descartes no comprendió el fenómeno de la vida, creyó que los animales eran máquinas o que la biología se podría reducir a mecánica. Leiniz le corregió, gracias a Dios, con su dinámica. Por supuesto, el espadachín francés no reducía el hombre a mecanismo, pero sólo porque al lado del cuerpo-máquina creía saber de un espíritu libérrimo, de un fantasma voluntarioso. Toda la ciencia moderna ha arrastrado este grave error, este dualismo salvaje de que somos dos entidades de naturaleza heterogénea. Pero la idea cartesiana de un programa que proporcione una explicación causal-mecánica de todos los fenómenos es, al menos respecto a la vida, una ilusión estéril. No hay forma de predecir la acción sólo en función de motivos, al menos respecto a los organismos imaginantes e inteligentes, a no ser que incorporemos nociones como las de valoración, juicio, meta, fin, propósito, función, intención...
«El ataque de Descartes a la explicación teleológica parece haber perdido su filo ante el surgimiento de la teoría evolucionista de Darwin». Lambert & Brittan.
Se puede mantener que hay leyes funcionales (teleológicas) en la misma medida en que los organismos tienden a desarrollar características que posean valor de supervivencia. Un ejemplo extraído de una carta de un mecanicista amigo: «si el lenguaje, como fenómeno biológico que es, se ha desarrollado, ha sido por la utilidad biológica que le ha reportado a nuestra especie». O sea, ha sido para que, con el fin de que, nuestra especie sobreviva. El concepto de "utilidad biológica" o función vital es aquí un concepto teleonómico o finalista. El niño impertinente puede seguir preguntando, ¿y para qué sobrevivir, en lugar de dejar de ser? En este sentido, ningún fin es conclusivo.
Tal vez no se puedan formular leyes científicas en términos de creencias y deseos, pero ¿tenemos o no derecho a decir que los deseos son causas de las acciones? Por cierto, no es posible mantener la pertinencia del criterio de utilidad sin una causa final, pues lo útil siempre lo es para alguien o para algo.
Lo peor de la testarudez mecanicista, asociada comunmente al materialismo ramplón, es que si se le dice a los hombres que son máquinas, aspiran a ser "maquinones" y acaban comportándose como tales máquinas y renunciando -por temor o comodidad- a lo que les es propio: la conducta intencional, consciente o propositiva. Y añado que lo mismo sucederá si se les inculca que sólo son animales. Se embrutecerán.