jueves, 13 de junio de 2024

MECANICISMO Y FINALISMO

 

Amegilla, 26 marzo 2011. Foto JBL

«Dime una sola "ley científica" teleológica 
aceptada por la comunidad científica» 
J.C. García-Hierro

      Algunos filósofos de la ciencia sostienen todavía que el mecanicismo es un estado superior y definitivo de la ciencia, cuando no ha sido más que un estadio de su evolución histórica. Y, seguramente, esa nave ya hace aguas y está en crisis, y eso desde que la física como paradigma va siendo desplazada por los paradigmas o modelos de la biología.

Está por demostrar que el mundo es un reloj o una máquina, analogías famosas o poéticas del mecanicismo, y no un organismo viviente e incluso consciente, un pan empsychon (todo con alma), como dejó escrito Platón en el Timeo. Bien es verdad que los mecanicistas clásicos todavía suponían una inteligencia diseñadora de la máquina y un magnífico y divino relojero que dio cuerda al reloj del universo en el principio de los tiempos. 

Mecanicismo y Finalismo no son leyes, sino hipótesis metafísicas. Adoptado uno sólo de estos puntos de vista, todas las leyes de la ciencia se impregnarán de su principio. El cómo se reducirá al para qué, o viceversa. Por supuesto, al eliminar de la física las formulaciones finalistas, la cosmovisión mecanicista del barroco buscó la eliminación de las funciones de la descripción mecanicista. Sin éxito, claro. La conclusión se impone: la vida carece de función en general, no sirve para nada, no apunta a ningún fin eminente, tampoco sus epifenómenos, el pensamiento y el espíritu... El hombre es una pasión inútil, etc.

Pero esta perspectiva es muy discutible. Los ingenieros diseñan máquinas y estructuras cuya descripción y la de sus partes son funcionales en el más amplio sentido. La segadora se construye para segar, la lavadora para lavar, la nave espacial para explorar otros mundos, etc., y muchos puntos de vista holistas u organicistas de los biólogos, zoólogos, psicólogos (especialmente los cognitivos), puede decirse que son esencialmente funcionales en su descripción teorética, o sea, teleológicos. ¿Cómo explicar la estructura del ojo sin sus funciones sensoras y sus utilidades funcionales?

Cuando se trata de los organismos, hablar de funciones sigue constituyendo -incluso si se adopta un punto de vista mecanicista- un rasgo esencial de la descripción; y en este sentido atenuado de la teleología, un organismo posee en su conjunto un comportamiento funcional, y el único modo de entender debidamente sus partes es a base de sus funciones (parafraseo a Wartofski).

Ejemplo: el argumento de que el temor no es "nada más" que cierto estado fisicoquímico de un organismo-mecanismo comporta un error categorial en el uso del término "temor", por cuanto no es posible que una célula, una glándula o un sistema muscular, den muestras de temor; solamente puede hacerlo un organismo sumamente complejo e integrado. La vida es una propiedad del todo, que en las relaciones internas de sus partes se muestra eficaz para actuar en comunicación con el medio ambiente, de acuerdo a determinadas metas, y aunque éstas sean puramente inmanentes.

Descartes no comprendió el fenómeno de la vida, creyó que los animales eran máquinas o que la biología se podría reducir a mecánica. Leiniz le corregió, gracias a Dios, con su dinámica. Por supuesto, el espadachín francés no reducía el hombre a mecanismo, pero sólo porque al lado del cuerpo-máquina creía saber de un espíritu libérrimo, de un fantasma voluntarioso. Toda la ciencia moderna ha arrastrado este grave error, este dualismo salvaje de que somos dos entidades de naturaleza heterogénea. Pero la idea cartesiana de un programa que proporcione una explicación causal-mecánica de todos los fenómenos es, al menos respecto a la vida, una ilusión estéril. No hay forma de predecir la acción sólo en función de motivos, al menos respecto a los organismos imaginantes e inteligentes, a no ser que incorporemos nociones como las de valoración, juicio, meta, fin, propósito, función, intención...


«El ataque de Descartes a la explicación teleológica parece haber perdido su filo ante el surgimiento de la teoría evolucionista de Darwin». Lambert & Brittan.

Se puede mantener que hay leyes funcionales (teleológicas) en la misma medida en que los organismos tienden a desarrollar características que posean valor de supervivencia. Un ejemplo extraído de una carta de un mecanicista amigo: «si el lenguaje, como fenómeno biológico que es, se ha desarrollado, ha sido por la utilidad biológica que le ha reportado a nuestra especie». O sea, ha sido para que, con el fin de que, nuestra especie sobreviva. El concepto de "utilidad biológica" o función vital es aquí un concepto teleonómico o finalista. El niño impertinente puede seguir preguntando, ¿y para qué sobrevivir, en lugar de dejar de ser? En este sentido, ningún fin es conclusivo.

Tal vez no se puedan formular leyes científicas en términos de creencias y deseos, pero ¿tenemos o no derecho a decir que los deseos son causas de las acciones? Por cierto, no es posible mantener la pertinencia del criterio de utilidad sin una causa final, pues lo útil siempre lo es para alguien o para algo.

Lo peor de la testarudez mecanicista, asociada comunmente al materialismo ramplón, es que si se le dice a los hombres que son máquinas, aspiran a ser "maquinones" y acaban comportándose como tales máquinas y renunciando -por temor o comodidad- a lo que les es propio: la conducta intencional, consciente o propositiva. Y añado que lo mismo sucederá si se les inculca que sólo son animales. Se embrutecerán.


UTILIDAD DE LA MENTIRA

 

3 mayo 2021. Foto JBL

Sostuvieron los utilitaristas que la mayor acción es la que conforma y satisface a un mayor número de personas, pero no todos hicieron de la utilidad un criterio de verdad. El pragmatismo usamericano sí: un aserto es verdadero si sus consecuencias prácticas son beneficiosas y eficaces. Charles S. Peirce, William James y John Dewey desarrollaron a finales del XIX y principios de XX esta idea.


LO ÚTIL Y LO PREFERIBLE

 A finales del siglo pasado, discutía virtual y virtuosamente un ingeniero JC, metido a filósofo materialista, sobre esta cuestión de si se puede reducir la verdad a utilidad. El sostenía crudamente que sí, yo públicamente le contestaba epistolarmente (arreglo el "emilio" de entonces muy ligeramente):

Queridos lister@s tod@s:

        De verdad que siento que toda su biografía intelectual [la de JC] haya estado presidida por un error tan de bulto, por una simplificación tan flagrante: la confusión entre verdad y utilidad, ecuación moralmente repugnante y filosóficamente injusta. Justificaré por qué arremeto contra un pragmatismo extremoso en epistemología.

No se preocupe, entre los filósofos profesionales también hay insensatos: de hecho, como insinuó Cicerón, no hay filósofo famoso que no haya dicho alguna vez alguna estupidez monumental -y yo desde luego soy de los que recuerdan haber formulado muchas más de una-. Todos somos aprendices; siempre estamos a tiempo de mejorar..., aunque también de empeorar.

Pero si fuera vd. filósofo profesional, hubiera aprendido de la Ética Nicomáquea de Aristóteles que tres son las especies de lo preferible: lo útil o conveniente, lo hermoso o bello, y lo agradable o placentero. Ya ve que en este análisis de lo preferible, no aparece la verdad por ningún lado.

¿Por qué va a ser preferible la verdad a la mentira? La historia y hasta la biografía de cada uno de nosotr@s demuestran lo contrario, el poder, la eficacia de la mentira. El Estagirita tendió a desontologizar la verdad, considerándola simplemente un atributo cualitativo del logos, no del ser. Hizo bien. La verdad es una relación favorable, coherente, congruente o adecuada, entre lo que decimos o pensamos y lo que hay o sucede. Su utilidad o inutilidad es impertinente. La verdad de la tesis "un día moriré" no precisa de ninguna utilidad para ser verdadera; la verdad de la tesis "los flamencos tienen pico y plumas", tampoco. Podría inventarle millones de estas verdades de dudosa utilidad.

Y sin embargo, se suele mentir porque es útil. En efecto, amigo Juan Carlos, nada más útil que la mentira, la falsedad, la sinrazón, la brutalidad, la violencia (estas ultimas, por desgracia, desgracia moral, muchas veces)... Observe que todas las fronteras han sido trazadas a golpe de cañonazos.

Se puede escribir un tratado sobre la utilidad de la mentira. Lo ensayó Jean François Revel en El conocimiento inútil que empieza así:

       «La primer de todas las fuerzas que dirigen al mundo es la mentira»

La mentira con todos sus disfraces: la ocultación, la deformación, la manipulación, la resistencia a la información, el autoengaño acomodaticio, el ocultamiento, bulos, fakes... De todas estas especies de la falsedad hay en el mundo más adictos que de cualquier otra droga. Hacemos mal, muy mal en mentir, obramos contra la humanidad, pero lo hacemos por utilidad o por placer.

La importancia histórica de la sinrazón es indiscutible, pero no sólo porque los hombres prefieran las mentiras que les convienen a las verdades que les duelen... ¿Qué sería por ejemplo de la buena educación y las buenas relaciones sociales sin el disimulo y la hipocresía, formas veniales de falsación y mentira? De hecho, los hombres no han actuado tan de acuerdo a sus intereses y utilidades como presupone el zafio materialismo de nuestra época plebeya, dominada por el hercúleo ingenierismo, por la simiesca ingeniosidad y el grosero hedonismo de masas, o de públicos, que diría Gabriel Tarde. Muy al contrario, los humanes no dejan de dar muestras de un idealismo desconcertante y de una inteligencia claramente contraria a sus conveniencias objetivas, cuando discuten como bellacos y guerrean sin parar, pero también cuando entregan su tiempo a satisfacer inutilmente sus curiosidades sobre relaciones ajenas o sobre el sexo de los ángeles.

El periodismo contemporáneo, o sea, el efecto publicitario de un invento tan popular como la imprenta o tan innovador como la Red de redes, sabe perfectamente estas cosas que usted soslaya. Cualquier periodista que se precie no deja que los hechos le estropeen una buena noticia, y cualquier "creativo" (publicista) con futuro adopta como máxima práctica el principio según el cual los hechos y las razones no deben estropear un buen espectáculo o un sugestivo reclamo.

Supongo que usted entiende la rutina de mi razonamiento 'a contrario': Si la mentira puede ser perfectamente útil, la verdad podrá ser inútil del todo.

Tinta y acuarela, Enero 2021 JBL



GRADUALISMO PLATÓNICO

Respecto a ese admirable descubrimiento suyo de que la contemplación cristiana de Dios es un plagio descarado del paraíso intelegible de Platón, de su Reino inmortal de las ideas, objetaré un par de razones. 

Es evidente que Platón tenía una concepción religiosa del alma heredada del orfismo-pitagorismo. Pero asume su creencia como tal creencia, a sabiendas de que carece de certidumbre al respecto o de demostraciones concluyentes. Acepta la creencia en el más allá como una "apuesta dichosa", casi como una impostura útil. Piense en su defensa de la religión como un "fraude piadoso", como una ficción socialmente beneficiosa... Se parece esto a la frase que se atribuye a Napoleón de que sostener a un cura le resultaba más barato que alimentar a cinco policías para mantener el orden público.

He dedicado cinco años de mi vida profesional -un doctorado- a la investigación de la noción de verdad en la primera dialéctica de Platón -esto desde luego no me exime de decir tonterías al respecto-, pero, créame, el concepto platónico de verdad no es tan simple como usted lo expone. Sí le diré que la versión escolar del platonismo -neoplatónica, cristianizada, "para masas", como dijo Nietzsche- deja mucho que desear si se lee al maestro sin prejuicios y en su idioma. Epistemológicamente hablando, Platón fue más bien gradualista, mejor que dualista, su noción de verdad va desde la doctrina mística de la anámnesis (recordatorio de verdades olvidadas, conocidas en una vida anterior), pasando por el consenso político, por la opinión verdadera (la opinión capaz de dar y recibir razón de sí), hasta la afinidad como reconocimiento de la congenialidad entre la mente humana y la del mundo. La verdad platónica entraña visión de conjunto (clasificación dialéctica) o "sistémica" (sinóptica), un complejo juego de formulación y destrucción de hipótesis, etc... 

Le recuerdo que, para el divino ateniense, la Verdad no es el universal máximo ni el principio incondicionado (anhipotético) del orden ideal, sino un trascendental dialógico subordinado a la Idea de lo Perfecto, que es un principio metarreal o hiperreal que no sólo incluye lo que hay, sino tbn lo que puede o debe haber. La Idea del Bien es un potencial creador abstracto al que Platón ni personaliza ni diviniza del todo, aunque lo considere lo más dichoso y lo inmortal...

Lo más fácil para sentirse importante descalificando a un gran autor, Platón o Wittgenstein, es hacer como aquel cura de Ortega que simplificaba las posiciones del oponente dialéctico para atacarle mejor. Es lo que suelen hacer los filosóficos diletantes con ambiciones publicitarias. Confío en que usted ansiará un poco más la profundidad que el exabrupto.

Ciertamente ya hace usted preguntas profundas: "Si a la verdad le quitamos la utilidad, ¿qué resta?". Arriesgaré una respuesta provisional a su cuestión: La posibilidad del orden, la voluntad de armonía.


viernes, 10 de mayo de 2024

ABDUCCIÓN

 


Charles S. Peirce (1839-1914), pionero del pragmatismo y de los estudios de Semiótica (Semiología), ha sido considerado el mayor pensador usamericano de todos los tiempos por sus aportes a la lógica de relaciones y a la filosofía del lenguaje y eso a pesar de que fue poco conocido y apreciado durante su vida, pero William James y Dewey reconocieron su deuda con Peirce. Desde su muerte ha crecido el interés por su obra. Copleston lo tiene por un "filósofo para filósofos". Con un sólido conocimiento del realismo escolástico de Duns Scoto y del criticismo de Kant, anticipó el llamado "giro lingüístico" de la filosofía del siglo XX. 

A las dos formas canónicas de razonamiento reglado: Deducción e Inducción, añadió una tercera: Hipótesis o Abducción. Para Peirce, toda deducción del tipo BARBARA (modo  perfecto de la primera figura aristotélica) consiste en la aplicación de una regla: "El trigo es alimento, todo alimento es nutritivo, luego el trigo es nutritivo". Por su parte, la Inducción invierte el razonamiento deductivo. Peirce da el siguiente ejemplo: "Caso: Estas judías son de esa bolsa; Resultado: Estas judías son rojas; Regla: Todas las judías de esa bolsa son rojas".

El razonamiento deductivo es considerado por Peirce analítico y explicativo, mientras que el razonamiento inductivo es sintético y ampliativo. Lo que se dice en la conclusión de una Inducción no estaba en las premisas, salvo en el caso de que se trate de una Inducción completa en la que se escrutan todos los casos de un conjunto cerrado: "El lunes tiene 24 horas, el martes tiene 24 horas..., el domingo tiene 24 horas, luego todos los días de la semana tienen 24 horas". Sólo en estos casos podemos considerar la inducción como segura; en el resto, que son la mayoría, la Inducción sólo nos ofrece una conclusión probable, cuya probabilidad es dependiente del número de casos contrastados. El argumento inductivo tiene un carácter estadístico, parte de la hipótesis de que lo que es verdadero de un número determinado de miembros de una clase, es vedadero de todos los miembros de esa clase.

Se suele citar como ejemplo de la inducción la llamada "paradoja de los cuervos": por muchos que veamos negros, nunca los testaremos a todos, y por consiguiente no podremos deducir con absoluta seguridad la proposición universal "todos los cuervos son negros". De hecho se han observado casos de albinismo entre estas inteligentes aves. Muchas inducciones incompletas nos llevan a generalizaciones arbitrarias. Por eso se ha dicho 'Exceptio probat regulam', que no significa que la excepción confirme la regla, sino que la pone a prueba e incluso la confuta.

  


A la Deducción y a la Inducción, añade Peirce un tipo de razonamiento predicativo o creativo al que llama primero Hipótesis y luego Abducción:

Regla: Todas las judías de esa bolsa son blancas.
Resultado: Estas judías son blancas.
Caso: Estas judías provienen de esa bolsa.

Formulamos hipótesis derivada de los hechos observados y se deduce lo que ocurriría si la hipótesis fuera cierta. Luego puede comprobarse la predicción. El fin es el de poder explicar observaciones que pueden ser muy diversas. Peirce ilustra su exposición con ejemplos de las ciencias naturales (de la presencia de fósiles marinos en un determinado lugar inferimos que antes allí hubo un mar) y de las ciencias humanas (de los documentos que hacen referencia a Napoleón inferimos que Napoleón existió), y con una experiencia personal que Jaime Nubiola recoge en su artículo "La abducción y la lógica de la sorpresa" (1):

"En una ocasión desembarqué en un puerto de una provincia turca; y, al acercarme a la casa que tenía que visitar, me topé con un hombre a caballo, rodeado de otros cuatro jinetes que sostenían un dosel sobre su cabeza. Como el gobernador de la provincia era el único personaje de quien podía pensar que fuera tan honrado, inferí que era él. Esto era una hipótesis” (Collected Papers 2.625, 1878).

La abducción infiere un caso a partir de una regla general y de un resultado. La inferencia hipotética o abducción no tiene carácter necesario, sino como la inducción, probable. Es también un razonamiento sintético y ampliativo. Se trata de un razonamiento plausible (aplaudible, persuasivo), conjetural, de carácter intuitivo. El Peirce maduro habla también de "retroducción" o razonamiento hacia atrás y llegó a decir que la cuestión de Pragmatismo filosófico es la cuestión de la lógica de la abducción que llega a parangonar con una adivinación (guessing), con una suposición o conjetura (a fair guess).

Para el filósofo norteamericano, la abducción está asociada a la creatividad científica, pues ni la Inducción ni la Deducción añaden nada nuevo a la percepción. La Abducción resulta inexplicable mediante el cálculo de probabilidades y -de ahí su relevancia- asoma al principio de toda investigación, puesto que es la hipótesis la que apunta a donde hay que mirar.


Advertencias 

Respecto a las hipótesis o abducciones, Peirce hace algunas nos avisa: Hay que precaverse -igual que en la inducción- respecto al supuesto de la uniformidad de la naturaleza, aunque en la naturaleza se dan uniformidades. Es frecuente errar creyendo que las cosas que se asemejan entre sí en algunos aspectos tienen que parecerse en otros. Con el fin de que las construcciones de hipótesis conductan a resultado probables, hay que cumplir estas reglas:

1. La hipótesis ha de expresarse como cuestión a discutir.
2. No hemos de escoger un procedimiento -de entre todos los posibles- para el que se prevé la validez de la hipótesis.
3. Los fracasos tanto como los éxitos de las previsiones deben reseñarse honradamente. El procedimiento certero debe ser franco e imparcial.

Lógica de la sorpresa

¿Por qué abducimos? ¿De dónde brota la hipótesis? El detonante según Peirce de cualquier genuina investigación es la sorpresa que nace de la ruptura de un hábito, de la quiebra de una expectativa. El fenómeno sorprendente requiere una racionalización que haga desaparecer la anomalía mediante la creación de un nuevo hábito mental. Nos sorprende tanto la regularidad inesperada como la rotura de la regularidad esperada. Ciencia y filosofía nacieron en efecto, según el testimonio de las grandes escuelas atenienses de la sorpresa. Platón habla de admiración, Aristóteles de perplejidad y extrañeza.

Se observa un hecho sorprendente S; pero si A fuera verdadero, S sería una cosa corriente. Luego hay razones para sospechar que A es verdadero (v. Peirce. Lecciones sobre pragmatismo, 1903). A partir de la sorpresa trabaja la imaginación, que, como en Kant, adquiere así un valor trascendental (pues hace posible el conocimiento). Las historias de detectives y de los diagnósticos clínicos suelen ofrecer abundantes ejemplos de dicha intuición (insight) abductiva o hipotética. Podría hablarse de una iluminación repentina. En muchos casos, desde luego, nuestras intuiciones fallan, nuestras conjeturas se vienen abajo como un castillo de naipes, pero frecuentemente nos orientan, ¿por qué?

Se cita "il lume naturale" (Galileo), el guessing instinct, el instinto racional que nos permite adivinar las leyes de la naturaleza, pues la creatividad nos ha sido prestada porque se da una connaturalidad de la mente y del universo. Por eso, la razón de la eficacia de nuestra creatividad científica y de nuestras abducciones la encuentra Peirce en Dios, al que también asciende (Dios-hipótesis) mediante una abducción... Diré que no se trata de la "abducción" que analizan o conjeturan ufólogos y demás amigos de lo paranormal. La Abducción de Peirce es un salto de la razón y por ello un argumento lógico.

No deja de ser curioso este vínculo sorprendente entre racionalidad y teísmo (o mejor, tal vez sólo deísmo), aunque Peirce estuvo muy influido por la profunda religiosidad de su padre. Se adhirió a la iglesia Episcopaliana en 1862, versión usamericana del anglicismo. Su posición no era ni convencional ni ortodoxa, pero la idea de Dios está presente en su pensamiento y jamás consideró a la ciencia en contradicción con el teísmo. Ciencia y religiosidad se apoyan en una continuidad de instinto, sentimiento y razón. La hipótesis de Dios nos atrae y se convierte en creencia y guía de conducta. Por otra parte, Peirce daba una dimensón religiosa a la investigación científica y habla del descubrimiento como de un "familiarizarse con Dios".

Peirce llegó a la filosofía desde la matemática y la ciencia, y hasta cierto punto su metafísica original, a la que no nos hemos referido aquí, es prolongación o extensión de su reflexión sobre la idea científica del mundo. En un momento determinado insinúa que la cuestión de si realmente existe un Dios es la cuestión de si la ciencia física es algo objetivo o simplemente una construcción ficticia.


Notas

(1) Publicado en Razón y Palabra. Primera Revista Electrónica en América Latina Especializada en Tópicos de Comunicación, nº 21, marzo, 2001, México, http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n21/21_jnubiola.html y en Anales de la AcademiaNacional de Ciencias de Buenos Aires, XXXIV (2000), 543-560

Otra bibliografía (virtual) consultada: Charles Peirce: Deducción, Inducción e Hipótesis (1878), traducción y notas de Jua Martín Ruiz-Werner (1970). UNAV.

F. Copleston. Historia de la Filosofía, Vol. 8, Cap. XIV, Ariel 1982.