lunes, 11 de abril de 2011

Del sueño al tiempo

María Zambrano. "El sueño creador".
"Mientras dormimos, en efecto, al cerrarse las vías sensibles, el intelecto que hay en nosotros queda separado en su comunicación con lo abarcante, conservando su adhesión sólo en base a la respiración, como una especie de raíz; y al quedar separado pierde la capacidad mnemónica que poseía antes. Pero al despertarse nuevamente, se asoma a través de las vías sensibles como a través de pequeñas ventanas y se comunica con lo abarcante, revistiéndose de su capacidad racional".
Sexto Empírico, Adversus Mathematicos, VII, refiriéndose a Heráclito.

La vida humana consciente emerge del sueño. Abandonamos el sueño por la vigilia, no a la inversa. Dice María Zambrano que lo muestra así, tanto el crecimiento del individuo, del niño al adulto, como la marcha de la historia en sus sucesivos despertares de la conciencia. Por eso, "el sueño -para la filósofa malagueña- es al par nuestra vida más espontánea y más ajena, el estado en que nos encontramos más enajenados y más puros de intervención" (El sueño creador, 1998, 1, "Los sueños y el tiempo").

Aun siendo su estado de vida original, su modo de discurrir más primitivo, el ser humano no puede residir en el sueño. Y así se plantea enigmas, supera obstáculos y se pregunta qué son las cosas. En sueños nunca nos preguntamos nada ni ejecutamos una verdadera acción. En sueños nunca pensamos propiamente, asistimos a la revelación o desvelación, pero no como agentes, sino como espectadores pasivos; ni existe en sueños ese momento privilegiado de actividad pura que es el pensar y el querer.


En definitiva: "en sueños no existe el tiempo; mientras soñamos no tenemos tiempo. Al despertar nos devuelven el tiempo".

De ese tiempo disponible de la vigilia depende el que seamos libres, el que tengamos libertad y pensamiento, que ya son movimiento y no simple huella del ocurrir, como en el sueño. De hecho, la única acción posible en el sueño es despertar.

Es posible pensar ciertas acciones automáticas amorales, como el crimen, la furia, el arrebato, la obsesión, y en fin, cualquier especie de manía o locura, como falta de libertad y de tiempo, como una pesadilla que nos enajena.

El recordar y el pensar deshacen la ambigüedad del sueño, porque crean el pasado y ese horizonte temporal, de carácter ideal como todo horizonte, que es el porvenir. La vida consciente sitúa al humano en esa triple dimensión temporal: pasado, presente y porvenir. Aún durante la vigilia, el humano puede retirarse del tiempo mediante el ensimismamiento, al ser estático del sueño o a un ritmo más lento del discurrir... "Es la retirada en la que nace el pensamiento, un paréntesis también, un tiempo en blanco, donde el pensamiento nace".

Pero el tiempo de la conciencia es el medio de la persona. La persona se hace en el tiempo, se realiza en esa trinidad del pasado, el presente y el horizonte futuro. La temporalidad no es por tanto decadencia, ni sólo imagen móvil de la eternidad, como escribió Platón, sino medio de realización, ámbito de creación. El tiempo no es el ámbito al que caemos después del pecado original de querer ser como dioses, sino una oportunidad para la realización y la perfección de la persona. La vida humana es la  intersección de la persona en lo que tiene de inmóvil, con el tiempo en el que se hace y se agota.
Max Scheler
Es muy original la teoría de Max Scheler, según la cual esta intuición del tiempo y del espacio universales como sucesión y continuidad vacías provienen del hecho de que en el ser humano la insatisfacción de los impulsos es siempre superior a su satisfacción. Así, "llamamos originariamente 'vacío' al incumplimiento de las esperanzas que nuestro impulso abriga. Por eso el primer 'vacío' es, por decirlo así, el vacío de nuestro corazón".

"Muerte es cuantas cosas vemos al despertar, sueño cuantas vemos al dormir"
Heráclito de Éfeso, fr. 21
Los animales se adaptan a su medio; el hombre tiene el tiempo, sus múltiples tiempos. Para Max Scheler, tanto el tiempo como el espacio, en tanto que categorías vacías, espirituales, son propiedad del humano:

"El animal carece de un verdadero espacio universal, que persista como fondo estable, independiente de los movimientos de traslación que verifica. Carece asimismo de las formas vacías de espacio y tiempo, en las cuales concibe el hombre primariamente sumidas las cosas y los sucesos (...). La raíz de la intuición humana de espacio y tiempo, que precede a todas las sensaciones externas, está en la posibilidad orgánica espontánea de ejecutar movimientos y acciones en un orden determinado" (El puesto del hombre en el cosmos, II, Losada, 1980).

Sin embargo, hay un momento de lucidez de la conciencia en que el tiempo también parece desaparecer. Son los momentos creadores de la persona, cuando un suceso que obsesiona, un enigma, un problema sin resolver, se nos aparece como historia completa, como melodía, como solución, y elementos alejados en el espacio y el tiempo forman entonces una unidad de sentido. Los descubrimientos científicos, las soluciones del arte, las grandes teorías filosóficas, deben haber aparecido así, en una "presentación" como la de los sueños en que se es pasivo y a la par activo: un sueño lúcido en que la persona con la integridad de la conciencia es espectadora. Esa conciencia lúcida aparece también en los momentos de libertad.

El ser humano -según la filósofa malagueña- siempre ha vivido en una multiplicidad de tiempos:
  1.  La atemporalidad de la psique inicial propia de los sueños donde uno no se detiene voluntariamente ni se interroga. La ambigüedad es aquí signo de falta de tiempo, de tensión sin movimiento.
  2. La trinidad del tiempo ganado por la conciencia, mensurable: presente, pasado y porvenir. El movimiento de la conciencia es aquí un atar y desatar, un abrir y cerrar, un captar y disociar con intención...
  3. Esos estados de lucidez en que aparece la unidad de sentido de la persona, en que el principio parece estar informado por el fin, estados de intuición trascendente, intransferibles como los sueños. El movimiento de la persona es un movimiento en espiral, integrador y abierto pero centrado.
El tiempo es pues la relatividad mediadora entre dos absolutos: el del ser en cuanto tal, según al ser humano se le aparece; y el del propio ser tal y como el ser humano se pretende.
Grabado de Goya
Al ser humano le está exigido despertar, por eso "pierde su tiempo propio el que duerme". "Despertar es seguir naciendo de nuevo, recrearse"

El animal no difiere de su propio ser. Se ajusta así a lo abarcante. Pero el ser humano, o bien difiere de su propio ser o bien dentro de su ser hay algo que le exige ir más allá de él; trascenderlo, trascenderse, incluso arrasando el ser. Se podría definir al ser humano como el ser que padece su propia trascendencia. Como el ser que trasciende su sueño inicial y sueña una vida ideal. (Parafraseo creativamente "El sueño creador" de María Zambrano).

Textos para el comentario

A. La consciencia es sólo una parte: 

"Tal y como reconocen la mayoría de los neurólogos, nuestros interacciones conscientes con el mundo son sólo una pequeña parte de la actividad del cerebro. Lo que tiene lugar por debajo del nivel de la consciencia (la energía oscura del cerebro, por poner un ejemplo) resulta fundamental a la hora de proporcionar el contexto que rodea a todo lo que experimentamos en la pequeña ventana de la vigilia consciente".

Marcus E. Raichle. "La red neuronal por defecto". Investigación y Ciencia, Mayo 2010, pg. 26.

B. El hombre como animal anacrónico:

"Dado es al ser humano el dudoso privilegio de la temporalidad. Su dimensión trágica se revela con exactitud y profundidad en las palabras finales de Nueva refutación del tiempo de J. L. Borges: 'el tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego'. Es decir: tan sólo basta existir para hacer real al tiempo que carcome esa existencia como su reverso inevitable. Lo trágico radica en la inexorabilidad tanto como en la imposibilidad de ser uno con el tiempo, como en cambio lo es el animal, que de esa forma queda al margen del río, sin tragedia (...). Nuestra vida es anacrónica; somos y no somos tiempo. Vivimos contra su sustancia inútilmente, pero obtenemos la compensación de la imagen, el rito y el mito, dispositivos ajenos tanto al animal como a los ángeles y a los dioses −y demonios− de toda laya. Los fuegos fatuos de las festividades de fin de año tienen su sentido, ya que permiten, como los aniversarios, construir un símbolo que recubra la laceración de nuestra condena al anacronismo.". Samuel M. Cabanchik. "Fin de acronismo y condición trágica".






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