miércoles, 3 de marzo de 2021

BOTÁNICA ANDALUSÍ E IMPULSO INFINITO

 

Beleño silvestre en la acera de una ciudad andaluza

Mientras en la mayor parte de Europa decaían las artes y las ciencias, los musulmanes andalusíes fueron buenos en astronomía, en geografía, en medicina, en música, en poesía y en agricultura. No sólo fueron excelentes conocedores de las plantas cultivadas, sino también de las silvestres; no sólo estuvieron interesados en proveer la despensa, sino que también buscaron el gusto y el placer en la pura contemplación de las formas y en la satisfacción de la curiosidad por las propiedades de los distintos vegetales montaraces.


      Abdelramán III (912-961) hizo traducir del caldeo la Agricultura Nabatea para regalarla a los agricultores. Éstos no sólo supieron de las prácticas de los expertos orientales, sino que las perfeccionaron, ampliaron y adaptaron a las características de su región privilegiada por la luz, el clima y el río Betis, que ellos llamaron grande: Guadalquivir. Abdelramán III, autoproclamado califa y jefe de los creyentes en 929 reunificó al-Andalus y frenó la expansión asturleonesa. Numerosos reinos cristianos de la península le rindieron vasallaje (León, Navarra, Castilla, Barcelona). Si no puedes con tu enemigo, únete a él. Sin duda contribuyó a que durante su gobierno al-Andalus llegara al cénit político, económico y cultural,  la introducción de nuevas técnicas de regadío y de múltiples especies frutales y vegetales (agrios, arroz, caña de azúcar, algodón). Data de entonces el cultivo intensivo del olivo y la exportación de aceite.

Mapa político de la península en la época del Califato de Córdoba

     Dicen de Abdelramán III que era cortés, benévolo, generoso y perspicaz, pero también que podía ser feroz y sanguinario más allá de todo límite. ¡Todo un carácter! Gran mecenas: fundó en Córdoba la primera escuela médica de Europa y convirtió su mezquita en la primera obra maestra de la arquitectura árabe. El califa recibió del emperador de Constantinopla, Constantino VII Porfirogeneta, un códice de la obra médica de Dioscórides, cuya traducción encomendó a un musulmán y un monje cristiano, dando lugar a varios estudios farmacológicos.

     Durante el siglo X destacó en la botánica Arib ben Said, obispo de Iliberis, que escribió un Calendario Cordobés en que se especificaban las faenas de cada estación y mes del año, indicando el momento de florecimiento y fructificación de cada especie... Pero el agrónomo andalusí más importante fue el sevillano Abn Zacaria Yahia ben Mohamed Ben Ahmed Ibn al-Awwan al-Isbili, que vivió entre finales del s. XI y principios del siglo XII. Escribió un libro de agricultura en que recogió ciento venticuatro fuentes clásicas, la Agricultura de Columela, a quien se refiere con el nombre de Junio, y la de su antecesor Ibn Hayyay (s. XI).

     El judío cordobés Maimónides (1135- El Cairo, 1204) estudió las intoxicaciones de plantas como la adormidera (la amapola del opio que se cría espontáneamente en los entrepanes andaluces y que he visto crecer en un cementerio), el beleño y la belladona, así como sus remedios. De plantas trata su libro: Explicación de los Nombres de las Drogas. También Averroes (1126-1248) escribió una enciclopedia médica en que dedicó una parte importante de su contenido al estudio de las plantas medicinales.

Anchusa azurea (Boraginácea), libada por una abeja carpintera

   
Los textos del malagueño Ibn al-Baytar (1197-1248), que se formó en Sevilla con Al-Nabati ("El Botánico") se utilizaron durante siglos en las escuelas europeas. El más completo tratado de agricultura andalusí fue escrito por el almeriense Ibn Muyun (1349), basándose en autores anteriores.

     No es de extrañar que los eruditos musulmanes se dejaran fascinar por la belleza de las formas vegetales del sur de la Península. Una vez, hace años, caí de la bicicleta perturbado por la exuberante belleza primaveral de una viborera, sus flores andaban entre el violeta, el púrpura, el rojo y el azul, con matices de arco iris. Una pelusilla, dorada por el sol poniente, coronaba toda la planta espontánea con un halo de luz fosforescente. Los cálices parecían en verdad bocas de dragones diminutos con los estambres enrojecidos y estirados hacia afuera por el fuego y la rabia.

Iberis pectinata

Cerca de Úbeda, viniendo por la carretera de El Mármol, cerca de la estación de energía eléctrica, en el interior de su cerca, unas lenguas de buey medraban feraces y exhibían aquí y allá, diseminadas, toda la belleza del intensísimo azul cerúleo de sus flores. Ya de regreso me duché y busqué en la biblioteca de mi atalaya el poema de Goethe sobre "la metamorfosis de las plantas". Subrayé emocionado estos párrafos:


          "Todas las formas son semejantes

         y ninguna a la otra iguala;

         y de este modo el coro indica

         una ley secreta, un sagrado enigma.

         .....................................................

         Sencillamente dormía en la simiente

         la fuerza; un arquetipo incipiente

         allí yacía, en sí encerrado,

         doblado debajo de su envoltura

         Hoja, raíz y germen, sólo

         a medias formada y sin color;

         seco se conserva de este modo

         el núcleo y preserva tranquila

         vida. Brota esforzándose hacia arriba,

         a la suave humedad confiándose.

         Y elévase en seguida

         en la noche circundante.

         Mas simple permanece la forma (Gestalt),

         de la primera manifestación,

         y así se concibe también entre las plantas,

         el hijo. Inmediatamente un consecuente

         impulso agrupa, elevándose,

         nódulo con nódulo y renueva,

         siempre la primera formación.

         A la verdad no es siempre lo mismo;

         pues, variadamente se produce,

         configurada, ves siempre,

         la siguiente hoja,

         extendida, entallada, partida

         en puntas y partes, que adheridas

         anteriormente descansaban

         en el interior del órgano. Y así

         alcanza ante todo su supremo

         y concreto perfeccionamiento,

         que en algunas especies se mueve

         de asombrosa forma. Muy veteada,

         dentada, rebosante en ubérrimas

         superficies, indica que la plenitud

         del impulso es libre e infinita.

         .........         ..............................

                  Dirige ahora,

         ¡oh querida!, la mirada hacia

         el hervidero abigarrado

         que enmarañado, nunca jamás

         se mueve delante del espíritu.

         Cada planta te anuncia ahora

         las eternas leyes. Cada flor

         te habla alto, cada vez más alto.

         Pero si tú descifras aquí,

         las sagradas letras de la diosa,

         entonces las verás por doquier,

         incluso en su variable proceder.

         ................................................

         ¡Piensa qué variedad, ora de estas

         ora de aquellas formas, que se despliegan

         en silencio, otorgó la naturaleza

         a nuestro sentimiento!

         ¡Alégrate también hoy en día!

         El santo amor se afana,

         con igual convicción, por el

         fruto supremo, con igual

         apreciación de las cosas, con el fin de

         que, en armónica intuición

         uniéndose lo par,

         se descubra el mundo superior.»

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